El 29 de mayo de 2009 un grupo de amigos se reunió en la Casa 1516 de Bogotá para presentar un evento que, desde entonces, lleva ya diez años poniendo a saltar a un grupo de asistentes que, cansados de los espacios tradicionales de rumba capitalinos, encontraron en la primera edición de la Folka Rumba Stravaganza el espacio ideal para soltar por medio del baile todos sus demonios en el espacio fraternal del pogo. “Acompañé a unos amigos a un concierto de blues y, cuando se acabó, la gente quedó con ganas de farra. Entonces conecté el iPod y puse balkan. Ahí se prendió la farra”, recordaba hace un par de años Fernando Torres Zambrano, mejor conocido como DJ Chiflamicas, promotor y principal gestor de la Folka. “Entonces dije ‘Acá hay algo chévere para montar’, hablé con el dueño de la casa para que me la prestara para hacer una fiesta. El tipo me dijo que no me cobraba el alquiler si le remodelaba la casa. Estuve allá un mes con overol, pintando, tumbando paredes, como un obrero”.
Después de reunirse con dos amigos ─Sebastián Peñuela y Joshua Durán─ en un apartamento de las Torres de Fenicia, nació una fiesta que se ha celebrado casi que ininterrumpidamente cada mes de estos últimos diez años. “Se me ocurrió, tomando ron, el nombre de la fiesta. Remodelamos la casa, lanzamos el evento, y así nació la primera Folka. Fue tremenda. Muy underground. Costaba 5 mil pesos y usted podía llevar todo el trago que quisiera. Esa vaina se llenó”, comentaba entre risas el Chiflamicas. Con este primer momento, nació también la tradición folkista de presentar bandas locales que tenían un proyecto sonoro por fuera de las fórmulas radiales marcadas por la industria. “En esa primera Folka tocó un grupo que se llama Paralelo 640, era un grupo de Pablo Gaviria, en esa época él había sido el productor de “Fuego” de Bomba Estéreo”.
“Yo veo a la Folka como una plataforma para ver qué bandas emergentes pueden empezar su camino”, continuaba el DJ y promotor. “Y allá no toca cualquiera: las bandas que están es porque son buenas. Y no sé con qué criterio juzgo eso, pero confiando en mi oído hemos logrado muy buenas fiestas y la gente ha estado muy feliz”. En medio de esta locura gitana el Chiflamicas ha compartido en la tarima de sus fiestas actos como Systema Solar, Bomba Estéreo, Burning Caravan, Pernett, Frente Cumbiero, Monsieur Periné, Skampida, entre varias otras. Esta actividad también le ha permitido a Torres poder abrir el concierto a reconocidos actos internacionales que abarcan un amplio nivel de géneros que van desde Gogol Bordello (su banda favorita), Emir Kusturica, Balkan Beat Box, Buraka Som Sistema y Manu Chao. “A la par que empezó la Folka yo empecé mi carrera como DJ, y creo que eso ayudó a que la gente escuchara bandas como Gogol Bordello o Kusturica. Con los primeros que toqué fue con Balkan Beat Box en 2011”. Desde entonces, ha salido del país por Europa en compañía de Burning Caravan y con una gira en solitario en 2017 por Ciudad de México y Guadalajara, en el marco de la celebración del Vive Latino.
La Folka Rumba lleva ya varios años planteando una alternativa, desde la escena independiente, al panorama local bogotano que, hace una década, parecía estar limitado al reggaetón, la electrónica y el vallenato. “Por esa época también nació El Freaky, la Recontra ya llevaba un tiempo, pero empezaron a hacerse esas fiestas independientes. Esas son las que se han mantenido”, cuenta el Chifla. “Creo que eso también fue de la mano del boom musical: Bomba Estéreo estaba empezando a coger fuerza, Velandia y la Tigra, Systema Solar también. Fue el momento en que todo empezó a coger fuerza en la escena independiente”. El éxito de estos eventos, que empezaron a celebrarse en espacios alternativos a los distritos usuales de rumba bogotanos, cimentó una cultura ávida de ritmos nuevos y experiencias alternativas a la borrachera y el perreo. “Creo que también nació porque la gente estaba cansada de rumbear en los mismos sitios, que [la Folka] nació de la necesidad: todos estábamos tirando para el mismo sitio y dijimos ‘Bueno no hay nada, hagamos’”.
Ahora, una década después de estas primeras revueltas sonoras, el Chiflamicas prepara una celebración por todo lo alto junto a dos bandas capitalinas de swing y rock and roll. Celebrando el amor, quizás el sentimiento más puro y violento que es capaz de experimentar el ser humano, se propone un bacanal potente en el que los asistentes del evento podrán llevar su cuerpo al límite, permitiéndose ser parte de un ritual cada vez más olvidado en nuestro contexto ─pese a la tropicalidad latente de nuestra idiosincrasia discursiva─: el baile. La Folka es un lugar de respeto en el que los asistentes no tienen miedo de representar a cabalidad su persona interna, aquella que esconden frente a docentes abusivos, colados en Transmilenio y parejas celosas. Es una plenitud del cuerpo que se convierte en un rito casi espiritual y comparte con la misa el espíritu del vino.
Por los altoparlantes de la Folka se escuchan distintos ritmos que emocionan a su promotor y, coincidencialmente, a la variada asistencia que frecuenta o asiste por primera vez a este despelote mensual. Desde el dubstep al ska, pasando por la cumbia y, sobre todo, el gipsy punk y el balkan, sus favoritos personales, tienen espacio en medio de la fiesta. “Yo creo que la música tiene alma. Y creo que mi habilidad es escuchar el alma en cada género”, comenta el Chiflamicas, “desde la cumbia hasta el vallenato. Nunca he puesto pero sí hay vallenatos que tienen alma. El reggaetón no tiene alma [risas]. Escucho de todo y lo que me gusta va sonando y, curiosamente, esa habilidad conecta con la gente y se vuelven locos”. Aunque al principio su creador creía que la fiesta recogería a un grupo de artistas y bohemios, lo cierto es que, con sorpresa, DJ Chiflamicas se ha percatado que a la fiesta asisten desde abogados a ingenieros, realizadores de cine y músicos independientes: cualquier tipo de persona puede hacer parte de esta ruptura a la cotidianidad que propone la Folka.
“Lo más teso de la Folka es que es una fiesta establecida, con cierta regularidad, completamente diferente a lo que normalmente ofrece Bogotá, que es perreo y electrónica”, explica Pedro Manuel Vergara de La Curaduría, un proyecto de DJ que pone a temblar al rumbero más conservador. “Lleva diez años luchándola y ha cosechado cientos de seguidores firmes. Lo más valioso que le encuentro a esa farra es que hizo posible la consolidación de fiestas diferentes e independientes”, continúa. Por otro lado, Juan Antonio Carulla de El Enemigo explica su importancia para la movida independiente: “Siento que La Folka consolidó un nicho que antes en Bogotá no había o estaba muy disperso. El parche de la fiesta balkan. Unió bandas como La Vodkanera, Bestiario, Burning Caravan etc bajo un mismo techo y creó un público firme que tiene un gusto por esa música”. Felipe Orjuela Ruiz, DJ y ávido coleccionista de rarezas prensadas lo resume de la mejor manera: “Creo que la Folka es la prueba de que la escena se hace insistiendo”.
Este año, se llevará a cabo una celebración elegante que nada tendrá que envidiarle a los parrandones de un Jay Gatsby guajiro. Hell O Yak, proyecto liderado por Lina Posada, en el que converge el swing, el rock and roll, el hillbilly, el rockabilly y el punk marcará El camino a seguir con sofisticado ensamble en el que el amor por la música es tangible en cada una de sus notas. ¡Hablemos de melodías con alma! Auxiliados por Mack the Knife Swing Collective, big band de swing fundada por Lucas Serrano, saxofonista de Los Elefantes, la noche se proyecta como un evento imperdible. La curaduría musical en esta ocasión apuesta por la energía de siempre con una sofisticación digna de un festejo que además y siempre es una celebración al amor. Amor por el otro en la pista, amor por la música viva, tangible y con alma, amor por uno mismo, por la vida, por esta ciudad compleja llena de rincones interesantes en los que se puede parar a tomarse una copa y sorprenderse con lo mejor de una música desconocida. Nos vemos este primero de junio para celebrar diez de gitaneo, de pogueras sudadas y, sobre todo, de amor. ¡Pilas pues!