Desde Tumaco la Agrupación Changó lleva una juiciosa trayectoria de más de quince años trabajando en recopilar, rescatar y fortalecer la música del sur del Nariño. Integrando en su propuesta pango, patacoré, bereju, bambuco viejo, chigualo, alabao, bunde, juga, entre varios otros ritmos de herencia africana, este ensamble que se configuró en 2004 como una fundación regentada por el maestro Wisman Rogelio Tenorio ha sobresalido por su búsqueda honesta de la identidad musical de su territorio. Presentando una orquesta con marimba, bombos y cununos, la Agrupación Changó se ha presentado desde 2005 y hasta la fecha en el Festival Petronio Álvarez de Cali, en el Carnaval de Blancos y Negros en Pasto, el Festival Internacional Andino de Pasto, el Festival Centro en Bogotá, entre muchas otras distinciones, que les ha permitido viajar a Vietnam y Singapur en 2014. Después de Legado ancestral de ese mismo año, la Agrupación Changó regresa con Berejú, nueva producción de estudio que estrena de la mano de Discos Pacífico, un nuevo sello colombiano que busca rescatar y difundir las músicas tradicionales del Pacífico colombiano.
Aunque tomen su nombre del dios orisha del fuego, los truenos y los tambores (cuyo equivalente en el sincretismo religioso sería Santa Bárbara), la música de la Agrupación Changó suena a las aguas de un ancestral río, a relato entre dos orillas, a la tierra blanda con la que esculpieron a los primeros hombres hace muchas lunas. Producido por Iván Benavides, Berejú es un trabajo emocionante que nos acerca a la ancestralidad de las músicas del Pacífico nariñense, una de las primeras asentaciones de la música tradicional de esta región, que varía frente a las manifestaciones del Valle y del Cauca en que usa un solo bombo y tres cununos con maracas. Es una música profundamente percutiva en la que sobreviven tradiciones heredadas del primer continente, del que arribó la población afro en barcos de esclavos de los colonos españoles. Berejú es un álbum que reconoce la ancestralidad de las músicas que dan forma a sus nueve canciones, busca preservar la tradición de estas manifestaciones culturales y se proyecta como un documento necesario para el rescate de nuestro catálogo folclórico.
Tumaco, donde nace la agrupación, es un territorio orgulloso de su tradición y su espiritualidad, de las historias de los ancestros que dieron forma con sus manos a instrumentos icónicos del territorio nariñense. En su discurso se entretejen las voces de la población afro y de etnias indígenas como las Awá, las Tumac y las Callapa. En su propuesta, en la que la marimba es central, se recogen las voces de hombres y mujeres que repiten para que no mueran relatos de los abuelos, celebraciones de la cotidianidad del Pacífico y las voces de la tierra dormida que se logran a través de una mímesis instrumental en la que el arrullo del río se convierte en la percusión de la marimba, los recorridos de la fauna en el silencio de la selva y el diálogo con la presencia humana que valora cada semilla, pues nos da la fruta que alimenta para luego convertirse en el latido del corazón de la maraca, que es la resonancia de dos frutas a través del movimiento humano.
El álbum abre con “A la gloria va”, una letanía para despedir a Chigualito, un personaje que se encuentra con el destino de la raza: la muerte. Es una celebración de reunión con lo definitivo: la gloria eterna cuya última morada es la tumba de barro y sombra, el reencuentro con la forma primordial del origen. Un esfuerzo coral con voces masculinas y femeninas despiden al occiso, mientras una delicada base de percusión en la marimba y el cununo va trazando la marcha hacia el infinito del destino final. “Manglares, selva y río” sigue con una delicada composición en la marimba, que se entreteje con voces ancestrales que reencarnan en los intérpretes del corte. Las interjecciones vocales recuerdan el sonido de otros tiempos, en los que la palabra sanaba, invocaba la ayuda de los dioses olvidados que se materializaban en marea, lluvia y viento y tenía una relación más directa con el universo nombrado. La composición recuerda la importancia de la tradición, los territorios colindantes al Nariño como el Ecuador y recuerda que en Tumaco la academia está enmarcada en aulas sin paredes en las que los manglares nos protegen de las subidas del río y prestan su sombra para sosegarnos mientras aprendemos.
“Entre Patía y Sanquianga” tiene un arreglo coral que busca visibilizar la experiencia de pueblos inmemoriales con una rica tradición cultural por descubrir. Se trata de respetar la ancestralidad y la tradición de las músicas del Pacífico sur, pero proyectándolas hacia un presente inmediato en el que los habitantes de Colombia y el mundo puedan reconocer el rico tapiz de sonidos que componen a los pueblos afro de este plural territorio. “El sencillo cuenta la historia de Ovidio, un muchacho que en los años sesenta se les perdió a sus padres entre los ríos Patía y Sanquianga y apareció a los tres meses bailando en el municipio del Calabazal”, explica el maestro Tenorio. “Es un cuento vivo que hace parte de la tradición oral de nuestro Pacífico nariñense que quisimos rescatar”. La letra fue compuesta en 2005 junto con Julia Vivas y busca en la producción no solo destacar la figura de Ovidio, sino la región en la que se ubica el relato y que habitó el joven irresponsable. Oroí Oroá” hace referencia a la celebración que se lleva a cabo en San Andrés de Tumaco el 6 de enero, cuando se le canta a la Virgen del Carmen y al Nazareno, el salvador Jesucristo. “‘Oroí Oroá’ es una canción que está hecha con el golpe aire de ‘cucurucho’, una danza callejera propia de Tumaco. Se canta y se baila el 6 de enero, el día donde como afros celebramos el sincretismo presente entre la raza negra, la india y la mestiza”, explica Tenorio, director de la Agrupación Changó. Tenorio fue el encargado de escribir la letra de este clamor que celebra la identidad tripartita presente en el Tumaco y en gran parte del territorio colombiano. Prescindiendo de la marimba, la Agrupación Changó presenta un “aire negrito” a su propuesta musical: un cantar propio del Nariño y el Ecuador que tiene una base melódica en el golpe y en el que se emplean bombos, cununos, guacharacas y maracas, además de una fuerza interpretativa en el canto que pone la voz de los intérpretes en el primer plano de la mezcla.
“Vos me lo tocá” es una suerte de murga de tambores y marimba que recuerda cómo las tradiciones orales sobreviven a través de la música. Esta es la música que los abuelos y los padres cantaban en carnaval. “Se escucha vulgar, pero es nuestra identidad”, explica una voz femenina sobre el obvio chiste verde que algunos podrían leer en el título de la canción. Es una celebración de la herencia, una lección de supervivencia de las formas folclóricas del Tumaco. Como “Ya los viejos no golpean”, la nueva generación de tumaqueños es la encargada de preservar estos discursos sonoros. Es también una advertencia sobre la fragilidad de la cultura, sobre cómo basta una década de olvido para que se pierdan para siempre las canciones de los antiguos. “No lo olviden”, que sigue en la producción, es un currulao que exalta la memoria de un fallecido en Tumaco. La canción invita a sacar el pañuelo para unirse en una danza conmemorativa por la memoria del muerto. Es un meta relato que también funciona como metáfora a los ritmos que utiliza la composición y la necesidad real de preservarlos en la memoria colectiva, no ya de los nariñenses, sino de todos los colombianos. “La lotería” es un divertido relato sobre una historia de victoria, esos pequeños triunfos de un pueblo que se alegra de la buena suerte de sus vecinos. La canción es un diálogo entre un interlocutor masculino y un coro de mujeres que narra la emoción de ganarse la lotería. La marimba suena heroica y respira en la mezcla, dándole un aire altivo y orgulloso al relato. El álbum cierra con “Este es la estrella”, una resignificación del relato de los reyes magos del Nuevo Testamento en clave afro y “Padre y madre”, un relato solo hecho de voces en el que se reitera la importancia de aprender y respetar a los padres, pues son un tesoro vivo que nos guía por los difíciles caminos de la vida.
La Agrupación Changó ha hecho un esfuerzo valioso por recorrer los lugares más alejados de su departamento para rescatar los sonidos del piano de la selva que dialoga en el centro de la manigua con la lluvia de otros días. En su sede en Tumaco se articulan 13 escuelas de música tradicional de comunidades afro de comunidades y asentamientos. Son cada vez más necesarios estos reconocimientos a la pluralidad musical de estas tierras y nunca son tan pertinentes como los ordenados y juiciosos ejercicios de etnografía musical de la Agrupación Changó. Berejú es el resultado de 16 años de estudio y rescate de los aires folclóricos de la región. Entender los procesos culturales es entender la historia de un pueblo y es darle rostro a los esqueletos anónimos que duermen en el centro de la tierra por la que antes trabajaron, lucharon y murieron. Berejú los haría sonreír en su descanso eterno, como lo hace ahora con nosotros, los que sobrevivimos, los que tenemos la responsabilidad de encontrar escudriñando en el pasado las herramientas para construir un mejor futuro en el que la cultura y la dignidad ocupe un lugar central.
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