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Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

Ismael Ayende cristaliza la “molécula de Dios” en su último sencillo



Ismael Ayende viene de una montaña mágica, un territorio lejano y, sin embargo, extrañamente familiar. Con una propuesta que apropiadamente bautizaron como psicosurf hace siete años, la banda bogotana ha logrado crear un sonido en que convergen las sonoridades de la música andina con el frenesí del surf setentero norteamericano. Con dos largas duraciones y dos EP, este contestatario conjunto ha llegado al panorama musical colombiano afianzando una sólida base de seguidores. En 2017 tuvimos las últimas noticias de la banda con el lanzamiento de su segundo EP Los malos espíritus, un trabajo elegante de cuatro cortes en el que empezaba a perfilar una nueva dirección musical. Luego de ello, silencio prolongado. Ahora, casi cuatro años después de ese lanzamiento esencial, Ismael Ayende ha venido adelantando una serie de sencillos del que se desprende “DMT”, una experiencia psicotrópica por el mundo de las plantas sagradas que hará parte de Ismael Ayende, a estrenarse este año.


“DMT” tiene una influencia psicotrópica desde su nominación. La sustancia que está detrás de las alucinaciones de la ayahuasca, planta sagrada de varias culturas indígenas del territorio latinoamericano, es el DMT (N,N-dimetiltriptamina). Conocido popularmente como “molécula de Dios”, se trata uno de los compuestos psicoactivos más potentes que existen. Es capaz de producir experiencias que, en intensidad, superan las asociadas con las dosis estándar de la mayoría de los psicodélicos administrados por vía oral y, de hecho, de la mayoría de las otras categorías de drogas. Es una droga de autoconocimiento que nos lleva, a través del sueño y la alucinación, a conectar de manera simbólica y arquetípica con nuestra verdadera esencia, de la que puede desprenderse también la sombra, esa parte de nuestra esencia que buscamos desconocer.


De esta manera, Ismael Ayende plantea una experiencia psicodélica que nos lleva al descubrimiento de nosotros mismos desde el proceso de desconectarnos de los estímulos cegadores del mundo exterior. Es un viaje de descubrimiento no siempre ameno, pero en últimas necesario para encontrarnos a plenitud. El corte presenta elementos cumbieros y surferos que se concatenan con un juego dinámico, sideral y futurista en la presencia de los sintetizadores en el fondo, mientras que el bajo construye una base melódica robusta y elástica sobre la que se sostienen las reflexiones iluminadas de Juan Manuel Osorio. Es un juego de opuestos que se sincronizan para ofrecernos una metáfora sonora de lo que puede ser un viaje de autodescubrimiento por las tupidas selvas del inconsciente. Con “DMT” , Ismael Ayende redefine su declaración de principios musicales mientras se acerca a una nueva identidad sonora, una siempre en transformación y evolución que es, de cualquier modo, indiscutiblemente suya.



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