Cartagena, debido a una tóxica visión centralista del país, casi siempre termina relegada al lugar de la economía turística. Sin embargo, los cachacos desconocemos de cabo a rabo toda la cultura que impregna sus murallas históricas, las historias que se cuecen cuando el sol se ahoga en el horizonte del mar y, sobre todo, la fructífera escena musical que brota en cada una de sus calles históricas. No teman: antes de que puedan volver a tomar un avión para ensuciar las playas de arena diáfana, les presentamos el último proyecto de esta ciudad del Bolívar, La zanahoria mutante, que hace poco estrenó su primer sencillo: “Éramos 33” y ahora regresa con “Cualquier moneda es cariño”. Formada a finales del 2013 en Cartagena de Indias por un mototaxista adicto a la sopa de melones ciegos, un cachaco champetu’o y una chica selvática, La zanahoria mutante es una banda que no compone canciones de amor y que se pregunta por la identidad de una ciudad que huele a extranjero y a niño yuppi mochilero. "Al Cartagenero se le acusa y se le señala de no querer a su ciudad, pero cómo poder exigirle aprecio por una ciudad que le dio la espalda y se encargó de marginarlo, robándole el mar", explican.
En su segundo sencillo titulado “Cualquier moneda es cariño”, la banda nacida en Cartagena sigue narrando las historias de ciudad que nadie cuenta y que pocos notan, pero que son el día a día de una metrópoli histórica que a veces sigue perdida en los sueños de gloria de cuando se erigió como La Perla del Imperio. Sobre esta canción, dice la banda: “A 15 minutos de que el sol alcanzara su punto más alto, Electricaribe cortó la luz. “Solo te amo cuando estoy caído” fue lo último que escuchamos desde la desgarrada voz del buen Chris antes de que el abanico girara por una última vez. Max, asesto un golpe de realidad “¡Jodaaa! ¡Electricaribe Care****a! Aura, nos pidió que nos sentáramos en el suelo e hiciéramos un círculo. Nos tomáramos de las manos y reviviéramos uno de los rituales ancestrales de los Yurbacos para escapar del calor. Cerramos los ojos y empezamos a musitar los mantras ancestrales de una tribu olvidada. Sin pretenderlo, empezaron a brotar palabras. Luego, frases completas”. Esta narrativa se complementa con lo que luego sucedería en la mitología de la banda.
“Cuando abrimos los ojos, nos encontrábamos dentro de una buseta. No éramos los pasajeros, tampoco el chofer. Una señora empapada en sudor nos sostenía en una caja de madera agrietada. Éramos los dulces. Cuando miramos a Pacho, vimos cómo se elevaba por los aires en forma de ajonjolí, cinco pesos recibió la señora de pestañas color fresa. Aura, tenía forma de menta, de un blanco resplandeciente. Al Cachaco, en forma de trululú nadie lo compró. Pudimos sentir la desesperanza y resignación de una vendedora de dulces atrapada en una ruta de bus que no iba a ninguna parte mientras, al fondo, escuchábamos una placa radial de una emisora sobrevalorada: “¡Párale bolaaassss! ¡Que se está acabando el año!”. Nos dimos cuenta de que no somos el artista de nadie, y decidimos escribir sobre eso". Este desdoblamiento surrealista hace parte de un ejercicio narrativo de una mitología que se construye corte a corte, anticipando un álbum lleno de historias cargadas de ese exotista rubro que Carmen Balcells creó de “realismo mágico” para agrupar a un grupo de escritores que se emborrachaba en compañía, pero que tiraba cada lado uno por su lado, para vender libros en Europa. Esta es la tragedia diaria del colombiano promedio, historias vitales para entender una realidad abyecta que pocos nos dignamos a reconocer. La Zanahoria Mutante es una chimba, escúchenlos.
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