Fotografía: Juan Pablo Paredes.
Después de cinco años, una pandemia, dos álbumes y una colección recopilatoria con versiones en vivo de sus mejores sencillos, Nacho Vegas regresó a Colombia. Su visita se enmarcó en el regreso de Rock al Parque, escenario que había hecho suyo en 2015 en el teatro de la Media Torta, pero que ahora lo consagraba ante el público del Simón Bolívar que cantó sus nuevas y viejas canciones. Nacho ha hecho de su vida un ejercicio constante de creación, liberándose en sus composiciones para explorar el ángulo adverso de la vista, esa arista punzante y fría que nos recuerda nuestra condición vital, pero también mortal, a través del dolor. Así mismo, se ha erigido como una voz crítica de los sucios manejos de las manos invisibles y los rostros sonrientes en los palacios de gobierno alrededor del globo, exhortándonos a despertar del letargo en el que la comodidad nos ha hundió. Recordándonos también que allá afuera hay un mundo que vive y agoniza, del que somos parte, y con el que tenemos una responsabilidad. A veces intimista y melancólico, otras combativo y reivindicativo de lo comunitario, Vegas es una caja de música difícil de parar, una voz lóbrega que se posa sobre los árboles mustios y canta su poesía al día que florece, a la mañana que promete un futuro más justo.
Vegas regresaba a Colombia para cerrar la gira de su último disco, Mundos inmóviles derrumbándose, que editó a principios de este año y que lo lleva a reencontrarse con las canciones luego de haber sufrido un bloqueo creativo aunado a la soledad pandémica y a las cuatro paredes que, antes que protegernos, en las noches de vigilia se antojaban cárceles inescapables. No fue una depresión extrema, sino la oportunidad de aprender, también, de esta dura lección impuesta y seguir creciendo como individuo. Y como individuo inscrito en un contexto social. El resultado es un álbum de una calidez sobrecogedora en el que lo mismo recuerda elegiático a dos colegas fallecidos, denuncia las injusticias sobre los hombres (y sus cuerpos) tras una huelga en Xixón o el nuevo, nuevo, orden mundial. A propósito de su siempre bienvenida visita, nos sentamos con el asturiano para reflexionar sobre la vida y sus rituales, la escritura como herramienta terapéutica y el ocaso de los ídolos en el mundo del entretenimiento.
Quisiera comenzar hablando de la imagen del globo de nieve y sobre cómo se inscribe en todo el acompañamiento gráfico del disco. Porque habla de un universo autocontenido, pero también del recuerdo. De congelar el tiempo.
Sí, tiende a evocar eso (el deseo de congelar un instante), pero también de una forma incluso un poco de mal gusto y siniestra. Hay unos globos de nieve que ves en los bazares y te parecen horribles. Miguel Brieva quiso representar eso, le dejé total libertad a él, que es un gran artista que admiro. En el último sencillo, “Abnegación”, quisimos que siguiera con esa línea y representa a un hombre dándose cabezazos contra la pared de una forma salvaje. Son esos globos la némesis de los globos que podemos encontrar en un bazar, los globos verdaderamente siniestros.
Creo que, al final, el disco también refleja esa idea de soledad versus solitud. El estar solo y el querer estar solo. Porque la pandemia fue una soledad que se nos impuso.
Fue una sorpresa, porque me creía que era una cuestión de pura libertad. Vivo solo desde hace mucho tiempo y siempre necesité trabajo en casa, de esa soledad para escribir las canciones. Justo cuando empezó todo acababa de terminar hace poco más de un mes la gira de Violética, Pensaba que no iba a ser tan malo para mi trabajo, pero descubrí que no, que no es lo mismo esa soledad que eliges tú y en la que hay un mundo vivo ahí afuera al que puedes salir a airearte cuando quieras, que una soledad impuesta en la que, además, hay una ciudad fantasma afuera, gente muriendo y encima un ambiente asfixiante en el que cualquier cosa que hacías siempre estaba ese tema de la pandemia
Luego empiezas a tomar consciencia de esa soledad impuesta. Me di cuenta de lo jodido que era estar solo sin querer estar solo. Es una cosa que afecta a gran parte de nuestra población. Nuestros mayores sufrieron mucho. Debió haber sido un escándalo, pero mucha gente mayor en España en unas residencias públicas que se habían vendido a unos fondos buitres de inversión, que llevaban cuatro años denunciándolo unos compañeros anticapitalistas, mostrando la situación tan difícil que tenían, lo mal atendidos que estaban los residentes. Y el PP solamente se reía. Y llegó una pandemia y dejaron morir a esa gente. Se acumulaban los cadáveres en Madrid. Una cosa dantesca, absolutamente.
Te das cuenta de que hay mucha gente mayor que vive sola y que no tienen a nadie. Porque es una mujer a la que se le ha muerto su marido y sus hijos pasan de ella. Es una soledad muy jodida. Muchos suicidios entre la gente mayor, algo de lo que tampoco se habla. De lo malo aprendes un poco a tener cierta sensibilidad con algunas cosas que se te pasaron por alto.
También está la figura de la flor. Está en los dibujos de Brieva, pero también en la rosa que muere fácil en “Belart”, que abre el disco, o en “La flor de la manzana”.
No lo había pensado. Recuerdo claramente esta última porque la escribí íntegramente en Ortiguera, el pueblo al que me fui para desatascarme, cuando estaba muy agobiado ya en mi casa de Xixón. Un pueblo muy pequeñito. Me sirvió un poco de tomar algo de perspectiva y que las canciones se desatascaran, terminar canciones que tenía esbozadas como “El don de la ternura” y empezar esta, “La flor de la manzana”. Recuerdo que en ese momento nos fuimos con unos amigos que venían a la zona a una pomarada y estaba justo floreciendo la flor de la manzana. Nunca la había visto así, tan blanca.
Es una flor de la sale una manzana, de la que luego se hace un licor tan importante y arraigado en la tierra de Asturias, la sidra. Me pareció un proceso de transformación que me evocó mucho una canción. La canción tiene que contar una verdad emocional que muchas veces se aleja de la realidad de la que partió, del mismo modo que una flor nada tiene que ver con una botella de sidra. Ni siquiera con una manzana. Y también es una de esas cosas que percibes que, en este caso, son parte de nuestra tierra, de la parte rural de Asturias. Hay mucha gente que vive de las pomaradas, pisando la sidra para amallarla. Es algo que resulta muy empoderador y precisamente ahí es donde está atacando muy duro el neoliberalismo en todo lo que es la soberanía alimentaria. Se trata de hablar de la flor de la manzana que al final da como fruto un licor que será nuestro, que será lo que nos haga tomar el poder de cierta manera, había algo de wishful thinking. Por eso es la canción más animada del disco.
Después del encierro pudiste volver a encontrarte con los músicos y grabar un nuevo disco. ¿Cómo se sintió tras los meses en soledad? Es algo extraño verlos con mascarillas en el estudio de grabación….
Lo más surreal fue en 2020 cuando publicamos el álbum recopilatorio Oro, salitre y carbón. Íbamos a hacer una mini gira, que terminó siendo una mini, mini gira. Porque iban a ser tres conciertos y, al final, fueron tres. Justo cogió el Covid a Joseba (Irazoki, guitarrista) el día antes de que fuéramos a hacer los ensayos, entonces se trastocó todo. Ahí sí que era muy extraño: un compañero había estado con Joseba entonces era muy probable que fuera positivo. Esa era la máxima paranoia. Estábamos con él, que estaba en otra habitación excluido de todo contacto con nosotros. Estar en un concierto en el que ves a la gente separada, con mascarillas y era triste. Incluso fui a conciertos como público, fui a pocos, realmente. En otoño se cancelaron muchos conciertos, pero en verano se habían abierto un poco. Fui a muy pocos, porque al primero que fui no lo disfruté. Todos alejados, no podían tocarte, tenías que pedir permiso para levantarte, era todo muy loco. "No vuelvo a un concierto así, hasta que no se acabe esto. Espero que sea pronto". Y no fue tan pronto como esperábamos, fue muy extraño. Pero luego fue bonito cuando las canciones surgieron.
Parte de las consecuencias de la pandemia es la crisis de los rituales, de no poder enterrar a nuestros muertos, o vivir nuestro duelo. De dejar de tocarnos.
Desde el punto de vista de la militancia, desde lo que tiene que ver con el activismo, para nosotros fue un momento muy difícil. Quedaron muy tocados y heridos de gravedad todos los espacios colectivos, los imaginarios colectivos que había costado mucho tiempo crear. Nos quedamos sin calle, que es algo fundamental para el activismo. Y eso lo aprovechó, además, la ultraderecha para envalentonarse, tomar las redes sociales y lanzar su discurso de odio y calar ante la gente más joven.
Pero no es solo eso. Hay cosas que hemos perdido, como simples gestos que no son solo eso. En espacios más pequeños cualquier tipo de reunión vecinal, o cualquier gesto que haces, como abrazar a la gente que quieres se perdieron Fíjate que también pensaba una amiga mía, desde una perspectiva feminista, me decía algo que no había pensado: ‘podemos aprovechar esto de la pandemia para acabar con el tema del saludo de dos besos a las mujeres’.
Pero, la verdad es que hay muchos rituales que tienen que ver, desde un punto de vista antropológico, con algo importante. La cuestión del duelo, que está presente en el disco en “Ramón in”, habla de que vivimos en un mundo en el que nos han metido el individualismo no como una actitud, sino como una ideología, por vena. Nos han enseñado que es mejor no pasar el duelo con tus seres queridos. Creo que antes de la pandemia existía esto de que el duelo de uno lo pasabas con una pastilla, emborrachándonos o drogándonos. Pero nos parece como de otra época lo de juntarnos a llorar y creo que estamos imbuidos de ese individualismo. La pandemia no acabó sino de reforzar esto. Acabó con los pocos espacios en los que podías estar. Como las iglesias, aunque yo no sea creyente.
Y es que, al final, el teletrabajo también fue terrible para las relaciones laborales, de esos pequeños rituales de compartir, por ejemplo, un café con un colega entre reuniones.
Hay mucha trampa en el teletrabajo. Yo no lo he vivido, porque es que siempre lo he hecho. Pero, por ejemplo, para un compañero que daba clases de Sociología en una facultad privada de Barcelona el teletrabajo en la pandemia fue el horror. Él vivía en un apartamento muy pequeñito y tenía que dar tutoriales, más horas. La gente se cree que todos los chavales tienen un ordenador propio o una habitación privada y no es así. Tienes que andar atendiendo a cada uno y al final es agotador, son más horas. En los espacios escolares quieren implementar el teletrabajo porque conviene, la verdad. Se ahorran muchos gastos. Pero es más agotador para la trabajadora y el trabajador. Y no sé si redunda en una mejor educación. El ratio por clase es una medida que sí que se debería implementar: que existieran clases de no más de quince o veinte personas.
Pasó algo en la música que se normalizó. Si alguien te pedía una colaboración, se daba por hecho que cada músico desde su casa lo hiciera desde su casa. Antes una colaboración implicaba que nos encontrásemos en el estudio, nos viéramos las caras, mirábamos si había algo de sintonía o de chispa y se grababa de manera conjunta. Así es como me gustan a mí las colaboraciones, pero al final en estos últimos años he colaborado en media docena de discos y en todos ellos ha sido desde casa. Al principio intentaba ir al estudio, pero era imposible. Ahora envío el archivo por WAV en el deadline y no me gusta esto, que se haya normalizado. Sobre todo, para las colaboraciones, en las que tiene que surgir algo de chispa, de lo orgánico, que se dice.
En el disco también vemos tus cuadernos, en los que escribes las canciones. ¿Sientes que ello le da perspectiva a las cosas? La psicología recomienda escribir a mano para sacar algo de ti, pero es algo también muy personal, en el sentido de que es tu letra. Tu firma.
Claro, es un poco tramposo. Porque es cierto que lo ponemos fuera de nosotros, pero, a la vez, nos sirve para recordarlo, para constatarlo y para confrontarlo. A veces, si son cosas que necesitamos alejar totalmente de nuestra vida no sé si lo mejor sea escribirlo. Supongo que es buena terapia. A mí me preguntan muchas veces si las canciones son terapéuticas. Es una pregunta muy difícil de responder porque no sé si es algo exacto. Las canciones son, sobre todo, algo urgente y algo importante para mí, porque es lo que me hace sentirme vivo de alguna manera y la manera que tengo para lidiar con el mundo, para intentar enfrentarme a ciertas cosas que me resultan difíciles de comprender del mundo.
Luego, aunque las canciones sean tu propia vida, las cosas que conoces de primera mano, siempre es mala idea escribir en caliente. Cuando algo te impacta de alguna manera, algo que tú veas o que suceda en tu entorno, ponerte a escribir inmediatamente hace como si se lo contaras a un colega. Normalmente tienes que tomar una perspectiva. Por ejemplo, me pasó en este disco con la canción “Ramón in”, que parte de la realidad cercana de la muerte de un amigo muy querido. Recuerdo que cuando murió, a los pocos días de terminar Violética, yo le había mandado el disco y creo que fue lo último que escuchó. Me parecía una persona tan querida que alguien me dijo que tenía que hacerle una canción. “Ahora no puedo hacerle una canción a Ramón. A lo mejor, dentro de tres años, sí”. No son cosas que puedes saber. Necesité tres años para verlo con perspectiva y pensar cómo habíamos reaccionado todos ante la muerte de Ramón, para poder escribir de él desde la serenidad. Porque si hubiera escrito la canción al día siguiente de su muerte, simplemente hubiera sido un lloriqueo, una especie de pataleta o de rabieta que no hubiera ido a ninguna parte.
Fotografía: Juan Pablo Paredes.
Hablas de lo terapéutico en las canciones. Pero ¿para quién son terapia? ¿Para ti o para quienes te escuchan? A veces siento que como público le pedimos mucho a los artistas que nos digan cómo vivir.
Hay que alejarse un poco de todo ese imaginario que ha creado la industria musical del culto a la personalidad, de los egos, de ver las canciones casi como cápsulas cerradas. Si quieres hacer una modificación tienes que pedir una cláusula de modificación de obra, te tienen que dar permiso el autor o su heredero. Antes las canciones estaban vivas y le pertenecían a todo el pueblo, realmente. Por eso la música popular tiene sentido como concepto. Porque son canciones que nacían del pueblo, le pertenecían al pueblo, cualquier persona que pudiera encontrarse con esa canción podía cantarla en sus fiestas y hacer una versión nueva de la letra. Por eso, cuando vas a los cancioneros tradicionales y buscas una canción específica puedes encontrar diferentes versiones: una recogida en Asturias, otra recogida en Castilla, otra recogida en Cataluña y cada una es diferente, porque han pasado muchas voces, manos y miradas por ella.
Esto de que la canción sea un ser vivo que va mutando y creciendo a medida que va pasando por la gente me parece algo muy bonito y que está en la esencia de la música popular y que se ha perdido hoy en día. Creo que estoy muy a favor de que la gente se apropie de las canciones que hacen los demás. Creo firmemente que una vez yo escribo una canción deja de pertenecerme y le pertenece a una persona que la escuche y se quiera hacer con ella, tanto como a mí.
Hay algo que me hace mucha ilusión y es cuando te encuentras a alguien que viene después de un concierto y te cuenta una historia personal relacionada con una canción y con una interpretación completamente diferente a la que tú tenías en la mente, pero que te parece igualmente valiosa. Incluso, te parece revelador de alguna manera, como si algo estuviera en la canción y tú no te habías dado cuenta. Son pequeños seres vivos que nos deberían pertenecer a todos y que deberíamos todos poder hacernos con ellos sin que estuviera de por medio esa distancia que se crea, porque conviene mucho al negocio esa brecha entre el público y el creador, como si hubiera una distancia divina.
Cualquiera que salga de la adolescencia se da cuenta de la trampa que hay en torno a eso. A mí me gustaba mucho en la juventud leer libros sobre la historia del rock y sobre los mitos del rock, precisamente porque lo que me gustaba era comprobar mitos con los pies de barro. Recuerdo un documental que hicieron sobre Gram Parsons y yo tenía la idea de que él había muerto con 28 años, que lo habían enterrado en el desierto porque ese había sido su último deseo, que habían venido sus colegas, era brutal. Era una historia idílica. Y en el documental, que lo hizo un tipo que era muy fan de Gram Parsons, contaban la realidad: su tour manager, perdido de alcohol, robó el cuerpo a la familia y se fue con un bidón de gasolina al desierto de Mojave, porque un día Gram Parsons había dicho todo colocado que le gustaría que lo enterraran en el Joshua Tree. Lo fue a enterrar ahí, pero la gasolina se le quedó corta y solo se quemó parte del cuerpo y luego, cuando la familia reclamó el cadáver, pudieron recuperar el 34% de Gram Parsons para poderlo enterrar dignamente [risas]. Al final, los mitos desmitificados hacen a la historia mucho más humana y estoy a favor de que se desmitifique todo lo que tiene que ver con la música.
Y, aun así, le das una dignidad a la canción en un empaque que la soporta y que es hermoso para nosotros, tu público.
Hubo una época nefasta en la historia de la música y es cuando se impuso el CD como formato casi hegemónico. Se puso muy caro al principio y era el formato más barato de fabricar, mucho más que un álbum en vinilo. Pero recuerdo que los primeros precios eran más caros y parecía que iba a bajar luego de que pasara la novedad. Nunca bajó. Luego, con la crisis del CD, pusieron los precios más altos. Recuerdo que la política de Sony era “Están bajando las ventas, vamos a revalorizar el formato. Las novedades van a estar mínimo a veinte euros”. Hay que ser necio en este negocio para pensar así. Era una gran estafa de la industria. Era un insulto para el comprador.
El hecho de que la gente mayoritariamente escuche la música por streaming nos ha obligado a los que hacemos canciones a cuidar mucho el formato físico, que merezca la pena tenerlo. No sé si es algo totalmente catastrofista, o si es real, pero he oído bastantes veces que el streaming consume demasiada energía y que, además, están almacenando un montón de canciones. Parece que ahora Google está pidiendo mucha más pasta por guardar toda esa información, porque puede reventar. El streaming no es algo que sea infinito. Justo después de tener esa conversación se reseteó mi Spotify, por algún fallo del teléfono, pero fue una cosa muy extraña porque volvió a ponerse en cero y tenía algo así como 600 canciones que me gustaban para hacer listas de reproducción para compartir con la gente y todo eso se perdió. Pensaba que había llegado para quedarse, pero al parecer no.
Además, no todo está en Internet. Hace poco buscaba una canción de un grupo en Euskadi, que sacó solo un disco en los noventa, Daily Planet, con Ibón Errazkin quien lideró grupos como Le Mans, Single, y grupos importantes de lo que se llamó el Donosti Sound y junto al bajista de la Buena vida, Pedro San Martín, quien murió desgraciadamente hace ya más de diez años. Era un grupo de temas instrumentales y había una canción que me parecía preciosa, basada en una de las composiciones más importantes de Satie. Al cabo de un tiempo quise volver a escucharla y me puse a buscarla. No la encontré en YouTube, ni en ningún lado, por más que la buscara. Fue un disco que sacó Siesta, un sello, pero de tirada muy corta, un poco piratilla sin código de barras. Entonces me puse a buscarlo entre mis discos, pero me costó mucho. Y al final encontré el CD y puse la canción y descubrí que era más maravillosa aún de lo que pensaba. “Por lo menos para esto sirve guardarlo, porque no está en ningún otro lado”. Tal vez en el futuro vuelvan a hacer discos, mientras sean justos y asequibles para el público, está bien.
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