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  • Por Ignacio Mayorga Alzate

Reseña: Los Elefantes revelan la misteriosa identidad del “Capitán Latinoamérica”


Para 1996 los Fabulosos Cadillacs ya habían lanzado Vasos Vacíos y Rey Azúcar. En México La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio presentaba Baile de máscaras y Madness, desde Inglaterra, ya contaba con siete producciones de estudio. En Medellín acaba de iniciar su carrera musical la Mojiganga y las 1280 Almas acababa de lanzar, a través de BMG, La 22, un LP en que están consignados clásicos del tamaño de “Dulce Juana” y “Marinero”. Bogotá era una ciudad distinta: Mockus llevaba apenas un año transformando a la capital del país con discursos pedagógicos que muchos consideraban un chiste y que, sin embargo, lentamente iban dando forma a un nuevo modelo de cultura. Los Aterciopelados acababan de explotar internacionalmente con el éxito de , en la fría metrópoli, llenando de mitos a La Candelaria y sus habitantes después de la filmación del video de “Señor Matanza”. Para 1996, Chapinero estaba lleno de bares que permitían el florecimiento de una nueva fauna. Membrana, Transilvania, TBG y La Floristería se encargaban de recoger noche tras noche a una tropa de personajes de una escena que, a fuerza de otro nombre, habría de catalogarse como alternativa. En este contexto, de la unión de dos bandas, nacieron Los Elegidos, quienes luego alcanzarían la notoriedad nacional con el rubro de Los Elefantes.

Después de más de veinte años en el ruedo, dos Rock al Parque, tres álbumes con música propia y una placa doble llena de alocadas versiones de rock and roll, jazz, swing y baladas en clave de ska, regresa la banda más enérgica de la movida cultural colombiana. A mediados de mayo Los Elefantes presentaron Capitán Latinoamérica, un esfuerzo de trece cortes sobre la marca de los cuarenta minutos que es una maravilla rítmica en la que los sonidos que han caracterizado a la agrupación se entretejen con ritmos folclóricos del continente para crear una contundente definición de principios cargada con la buena onda y el humor que ha caracterizado a uno de los actos más longevos de la escena local. Antes de la publicación del álbum Los Elefantes, grabado en Audiovisión, se conocieron tres sencillos: “Al Huateque”, “Perro” y “Borrachera de tristeza”, siendo la primera canción lanzada en vivo en la celebración de 2016 de Rock al Parque.

“El disco nuevo tiene algo de todos los discos. Quisimos que se mostrara mucho el sonido de Los Elefantes, pero que fuera también un sonido muy contundente en cuando a grabación y a resultado final”, contaba Pablo Miranda, pianista y principal arreglista de la banda, sobre este esfuerzo en una ocasión anterior. “Es un disco que usted lo pone y suena poderoso. Entonces tiene las herramientas de haber grabado en Audiovisión, con Maurico Cano que ha ganado como cinco o seis Grammys, es un ícono de la ingeniería, pero sí queríamos que tuviera el sonido propio de la banda. Creo que volvemos un poco al sonido de Las perolas de Motas [primer lanzamiento de la banda], de canciones completamente naturales que surgieron sin pensarlas mucho tampoco y que a veces también tienen influencias y ritmos. Hay canciones lentas, suaves y canciones muy arriba. Es muy variado y tiene una búsqueda por otros sonidos”.

“Es muy ska, pero tiene cumbia, ese tipo de cosas a las que nos acercamos también con el disco anterior [Grandes éxitos de otros], que era algo que tampoco habíamos buscado mucho”, continuaba Miranda. “Es un disco al que no llegamos pensándolo, sino que fue simplemente el momento que estábamos viviendo y en el que surgieron canciones así: canciones que tienen influencia de cumbia, que tienen influencia de salsa, canciones que tienen influencia del big band del jazz. Es la primera vez que hay una canción en un disco de nosotros grabada en formato big band en vivo, eran 19 músicos en el estudio grabando. Hugo llegaba con una canción, con una letra ‘oiga, tengo esto’ y la tocaba en el piano y yo quedaba como ‘¿ahora qué hago?’. Ahí yo pienso a qué me suena la cosa y hacía eso. Así salían las canciones. Era como ser honestos con la primera impresión, con lo que la canción pedía, no forzarlo en nada. Es como parte del aprendizaje. Cuando uno fuerza una canción no es buena idea. Es mejor seguir por dónde se sienta el tema. Confiar en la intuición”.

Como en toda producción anterior, Los Elefantes se convierten en una suerte de cronistas de la ciudad. Casi sin proponérselo, la banda da cuenta de un panorama urbano en el que la fiesta, el alcohol, las decepciones amorosas y el lenguaje de la calle se convierten en protagonistas de sus historias, de esos momentos que abundan en la metrópoli y que poseen una potencia narrativa poderosa casi siempre olvidada por los letristas colombianos al preferir la grandilocuencia y el soliloquio masturbatorio. Las canciones tienen vida, son empáticas y nos recuerdan a nosotros mismos desde el crisol de la ironía y la sátira, oficios retóricos harto utilizados en las letras hispanas de los que Hugo Corredor, cantante y principal compositor, es un maestro. No son canciones para sentarse a reflexionar sobre los avatares de la existencia humana, son canciones que invitan al desorden, al baile, al carnaval y a olvidarse por un momento de la realidad que nos circunda, ese desfogue necesario en la noche del viernes cuando aflojamos el nudo de la corbata y nos adentramos por entre laberintos de neón y ruido para hacerle un quite a lo mundano.

Dicho esto, es la primera vez que Los Elefantes se visten de críticos sociales y cuestionan el status quo de nuestra sociedad de apariencias y máscaras de paño. Composiciones como “Tristeza”, en la que Alexis Ledesma, antiguo Voodoo Souljah, interpreta un ragga hacia el final del corte, o “El trompetón de los pobres” cuestionan la prevalencia del dinero como única herramienta de interacción o la naturaleza violenta de una urbe caníbal que es Bogotá. Incluso, “Borrachera de tristeza” y “Al huateque” construyen sobre esta idea y reivindican el papel del músico en la gris burocracia de nuestros días. Sin embargo, nunca están lejos de la sorna, del chascarrillo y de la invitación al desorden. Es una banda que no se toma en serio pues la música es tan contundente y enérgica que todo el mensaje subyace en el efecto que nos produce escucharla: la necesidad de movernos, de brincar, aullar y caer rendidos sobre una botella de ron entre amigos. No hay melodías introspectivas, esa mala costumbre que heredamos de Argentina, que nos lleva a la metáfora compleja y vacía, a la rimbombante e hiperbólico. Es música para ser feliz pese a las circunstancias y esto resulta en un esfuerzo absolutamente necesario a la luz de nuestra monótona y violenta cotidianidad.

Como en anteriores lanzamientos Capitán Latinoamérica cuenta con un intro y outro, momentos instrumentales que abren y cierran el LP y que dan cuenta de la potencia musical de la banda. Construidos sobre una idea de Ledesma, guitarrista, y arreglado por Miranda “Capitán Latinoamérica” (intro y outro), estas descargas instrumentales sientan el ambiente del disco, en el que la influencia del jazz, el swing y el ska se viste con algunos acentos de las músicas del continente para construir un producto esencial de la discografía de la banda. “Perro”, que estrenó el año pasado y fue una de nuestras canciones favoritas de 2017, recibe un tratamiento distinto para el disco con la incorporación de una nueva estrofa, segundas voces a cargo de los demás integrantes de la banda y melodías de Miranda que, en la primera grabación en bloque, había obrado como director de orquesta de los 19 músicos que participan de este tema. “Borrachera de tristeza”, versión de Los Babara, presenta un solo de bombardino ejemplar, heredado de la tradición del porro, la cumbia y el fandango. Así mismo, aparecen el mambo (“Mambo horizontal no. 8”), el danzón (“Hombre invisible”), la salsa y el boogaloop (“El trompetón de los pobres”) y las fórmulas líricas del bolero de Alci Acosta en “No lo tomes a mal”. Y ni que hablar del interludio instrumental de “Ojos colombinos”, una adaptación del clásico ruso “Ojos negros” que han versionado todos desde Django Reinhardt, The Knife, los Tres Tenores y hasta la Burning Caravan en nuestro país. Este estándar del jazz recibe una polichada en clave de ska que resulta en uno de los momentos más emocionantes del disco, permitiendo a Los Elefantes hacer gala de sus virtudes como intérpretes.

Capitán Latinoamérica es el feliz regreso de una de las bandas más queridas del ska colombiano, quizás su más contundente representante a nivel latinoamericano. Arriesgándose con nuevos ritmos para su cóctel musical Los Elefantes han creado un documento poderoso de que sí es posible crear músicas distintas a las que normalmente figuran en la radio comercial con una factura precisa y pulida, con una atención a los detalles de primer nivel que crea un álbum de una potencia insospechada. Encontrar un álbum como el que nos acaba de ofrendar Los Elefantes es enriquecedor a un nivel de escucha y espiritual. Antes que seguir dividiendo, la banda nos invita a la felicidad que hay en el baile, en la comunión fraterna del pogo, en la alegría de compartir con nuestros amigos. “Contra todos los pronósticos: acá seguimos. Obstinados con la idea de hacer parte de una pequeña porción de su vida”, explica una voz en off a la manera de los anuncios de corrientazos en “Al huateque”. “Dejándolo todo cada vez que nos subimos y encendiendo nuestros corazones para intentar, al menos por un rato, hacerle el quite a la tristeza y a la soledad. Y si no se apagan las luces, y si no se callan las trompetas, y si no se borra de nuestra cara la sonrisa…”. Los Elefantes siempre han propendido por la felicidad de su audiencia y este disco, tras la escucha reiterada, es una terapia cálida para el corazón y el buen ánimo. A bailar.

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