Lo de Cachicamo es único y nace de la mente inquieta de Andrea Hoyos, una de las pianistas más solicitadas de la escena alternativa bogotana, quien nos regaló en octubre de 2018 el debut discográfico de una de las bandas que lidera. A medio camino entre el jazz experimental y los ritmos típicos de los Llanos orientales, esta primera entrega del octeto musical es una experiencia única cargada de largos pasajes instrumentales que recorren varias emociones en cuestión de compases. Cachicamo surgió del interés de Hoyos por las músicas tradicionales de los Llanos orientales, ese lugar entre Venezuela y Colombia que no puede dividirse por fronteras y que comparte una preocupación natural e idílica por narrar el paso del ganado sobre el río, o el vuelo de los gavilanes y las garzas sobre un horizonte interminable de cobre al fuego. Con este primer contacto durante su universidad, la pianista empezó a interesarse con las formas de unos ritmos que la sobrecogieron por la economía de sus recursos y las múltiples posibilidades que se escoden en un ensamble de cuatro partes. Así, empezó a indagar en la naturaleza de la copla, en las variables del corrío, el joropo y el pasaje y en la manera en que los golpes o aires, construyen los tiempos de una música llena de inventiva y fantasía.
Sobre estas bases es que la música decide darse una licencia junto a otros siete intérpretes y, valiéndose del lenguaje lúdico e inventivo del jazz, construir una bestia bicéfala que es tan conmovedora como apabullante, tan melódica como explosiva. El álbum, en ese sentido, no es jazz puro ni joropo directo, sino que en él confluyen elementos del uno y del otro para crear un sonido único en el panorama musical colombiano, lo que le ha permitido gozar con pocos meses de vida del aval de la crítica especializada. Hoyos toma elementos del joropo y los tergiversa con el único límite que le impone su imaginación, dirigiendo desde el piano un ensamble enérgico y visceral que, a lo largo de seis temas, logra construir un nuevo retrato, contemporáneo y libre, de los Llanos tantas veces narrados. Ningún elemento se usa de manera textual, no hay una citación directa de un lenguaje u el otro, por lo que cualquier aproximación no es sino un esbozo, un punto de partida para la construcción de un universo propio.
Esbozos del Llano abre con “Canto de trabajo”, una introducción en ascenso en el que el piano toma las labores del arpa tradicional llanera se encarga de la melodía y la contra melodía para luego verse rodeado por los vientos y entrar en pleno modo jazz libre. El contrabajo de Daniel Mendoza, antes que asumir la función del bajo eléctrico del joropo contemporáneo, reemplaza la labor del cuatro en el soporte rítmico y armónico. Es en este primer momento que se entiende la forma que va a tener el discurso musical del álbum. Inspirado en los cantos de ordeño y de trabajo que son parte no escrita de la tradición oral llanera, este primer momento es el más largo del disco, sobrepasando los diez minutos de duración. En “Fractal” existe una leve reminiscencia del vals que es apenas un instante antes de que los dedos de Hoyos creen una serie de transiciones hipnóticas, complejas y refinadas que lo mismo pueden escabullirse con sigilo o explotar con fuerzas sobre las teclas sin sospechas. Le sigue “Eterno retorno”. Si bien es un disco que está hecho de la suma de sus partes, es aquí cuando los vientos se roban por completo el show, llevando una tormenta metálica por sobre los paisajes cálidos que pretende evocar la música. La guitarra también sobresale y se permite construir un nuevo sentido mientras los vientos parecen evocar, hacia el final de la pista, el sonido de las papayeras populares que interpretan porros y fandangos de la región Caribe, rompiendo cualquier preocupación de purismo que aún pudiera aún existir hasta este momento del disco, si es que alguna vez la hubo. “Esbozos del Llano”, canción que da nombre a este esfuerzo discográfico es, sin sorpresa alguna, la canción más experimental del álbum. Los vientos parecen, a veces, querer emular el sonido de las aves o beber del caos que reside como punto de origen del mundo natural para sembrar allí la semilla de la que germinará su música. Su única canción lírica, “Niña muerte”, es una trascendente meditación sobre el flujo del tiempo y la transformación de las cosas, una reflexión metafórica (también) sobre la hibridación de los géneros y la crítica estática de los mal llamados puristas. Con la voz de Ana Milena Lozada como complemento, el disco alcanza unas resonancias fantásticas y poéticas llenas de color para, curiosamente, hablar de la muerte, personificada en una criatura frágil que, cansada de la incomprensión de su figura, decide esconderse en la luna para que los hombres dejen de maldecirla. Es una crítica al estatismo de las formas, a la aburrida de preservar un lenguaje y congelarlo en el ámbar, como si la cultura fuera lítica y nunca trascendiera o se transformara. Cerrando el disco está una versión que Hoyos adaptó para solo de piano de “Flor de mayo”, composición original de Otilio Galíndez. El arreglo es inteligente y melancólica para retratar la soledad del jinete llanero, envuelto en el abrazo natural en el que lo rodean árboles, riego y pantano, aves y ganado, pero también fantasmas y espectros, como parte de una tradición coplera en la que el mundo es un lugar mágico, para lo bueno y lo malo.
Esbozos del Llano es evocativo y poético, conmovedor y lúdico. Cada uno de los músicos involucrados es un maestro intérprete de su instrumento y a pesar de su juventud se comporta como sabio de su propio arte, dándonos aliento sobre una nueva generación de compositores y músicos que, al reinventar un género, están también rescatándolo al ser una característica del buen escucha volver a la fuente primera, a la raíz dormida en el llano árido lleno de corceles briosos, atardeceres demenciales y canciones cargadas de sentimiento. Esbozos del Llano es un documento poderosísimo de una banda debutante que, sin embargo, suena experta en su oficio de alfarería sonora. Estupendo.