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  • Por Ignacio Mayorga Alzate

Santiago Navas y Juan Aguilar presentan una reversión atmosférica de “La guaneña”


En toda la historia profunda del Nariño no hay una composición más icónica, memorable y arraigada como “La guaneña”. Es una tonada de guerra, por lo tanto, alegre, pero a la vez nostálgica, como una suerte de antecedente americano a la popular “Bella Ciao” que está tan de moda a la luz de una producción española producida por Netflix. Aunque ha llegado a ser interpretada en diversos ritmos, su versión más difundida sitúa sus acordes entre las formas dramáticas del bambuco y, por ello, está revestida de esa nebulosa melancolía de los Andes colombianos, tierra mágica decorada con pincel de bruma y vegetaciones imposibles de ensueños.

El origen de la tonada es desconocido. La teoría recogida de la tradición oral y poquísimas fuentes escritas afirma que esta canción la compuso un habitante de Ipiales, quien estaba enamorado de una mujer de Guano, ubicada en la actual provincia de Chimborazo, en la colindante república de Ecuador, de ahí el gentilicio que la enuncia. En ese entonces, como sabemos, el actual departamento de Nariño pertenecía a la Gobernación de Quito. Sea como fuere, la tonada se popularizó por la facilidad de los acordes y su letra sencilla, lo que ha permitido que se convierta en un himno pastuso y nariñense con el pasar de los años. Algunos investigadores han tratado de darle una paternidad con algunos compositores y autores, pero la verdad continúa incierta, dotando de un halo de leyenda a una de las canciones atemporales de nuestro adorado Sur. Es tal su impacto que incluso nuevos cantautores la han versionado, como es el caso del hijo del volcán, Lucio Feuillet, quien presentó hace poco una grabación desnuda de la maravillosa composición anónima.

Ha sido un viaje extenso para la canción y ahora un dúo de compositores e intérpretes bogotanos han creado una versión atmosférica y electrónica del clásico nariñense. Esta nueva versión nació de una experimentación de Juan Sebastián Aguilar, guitarrista y mente maestra detrás de Arrabalero, y Santiago Navas, vital músico bogotano, arquitecto de beats imposibles y melancólicos. “[La canción] la grabamos hace un año en la casa de Navas”, explica Aguilar. “Le mostré mi arreglo, él lo grabó. Grabamos, luego, un par de samples de guitarra, porque todo lo que suena a lo largo del track lo toqué en la guitarra. Santiago le echó mano con electrónica y armó los beats con los samples de guitarra, luego, lo mezcló y lo masterizó”. Por su parte, añade Navas sobre la esencia de la composición, que conserva su melancólica presencia de siglos: “La canción en principio tiene un tinte muy nostálgico. Desde que Juan llegó con la idea en guitarra y empezó a tocar las capas sentí que debía tomar ese rumbo un poco más oscuro”.

Así mismo, añade Navas que: “a nivel personal siento que la exploración y el reto se centró en protagonizar el timbre y sonido de la guitarra. El 99% de los sonidos de toda la canción fueron hechos a partir de ésta y procesados para que funcionaran como texturas o hasta percusión. El sampleo lo pensamos desde la grabación, cuando decidimos registrar no solamente las líneas más musicales de la guitarra sino también ruidos que, en otro contexto, podrían considerarse como errores o no deseados. Creo que es de esas canciones hechas para contemplar a ojo cerrado, definitivamente no es una producción electrónica enfocada a la pista de baile, pero sí nos remite a un sentido de localidad frente a la región andina que, por su ritmo y melodía, nos lleva a cierto movimiento más íntimo”.

La composición de ambos músicos logra recoger la brumosa esencia de los Andes colombianos y la trae hacia la metrópoli capitalina, dándole un aire de ausencia y desasosiego que no siempre está presente en las varias aliteraciones del bambuco original. La construcción de una atmósfera oscura le toma a Navas un minuto y es allí que llega la reversión de Aguilar con un punteo helado que sobrecoge y emociona. La composición de ambos músicos evidencia la experticia de cada uno de ellos en su propia artesanía y nos refiere a un momento cultural fructífero en el que los elementos de una extensa tradición sirven para construir una nueva narrativa sobre el lugar actual de las músicas colombianas. Escuchen aquí “La guaneña” y extravíen el desamor tramposo en uno de los callejones bogotanos.



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