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  • Por Ignacio Mayorga Alzate

“Mar de hiladas” el espectral debut de Babelgam


Hablar de Babelgam es hablar del triunfo de la independencia, la visión artística y la declaración de principios. Aunque la banda lleva poco tiempo moviéndose por la capital y ciudades aledañas, se ha convertido rápidamente en un fenómeno musical que nos tomó a todos por sorpresa con la fuerza de sus oscuras e hipnóticas melodías, su contundente puesta en escena y su visión creativa que excede la estrategia básica de lanzamiento de sencillos para construir una identidad propia, una base de fans fiel y una estética propia y por demás implacable en la movida nacional. Con Mar de hiladas, su primer EP lanzado a finales de julio, el cuarteto bogotano le dio un golpe contundente al mainstream y demostró que se puede contar historias fascinantes y envolventes desde la periferia y el silencio. Desde la orilla abyecta Babelgam contempla un mar inquebrantable y narra la experiencia urbanita de quien le teme a la caída de los muros, a las sombras de los callejones, a los cúmulos de personas en las plazas públicas.

Vamos por partes. Caracterizar el sonido de Babelgam bajo el rubro del post punk es un ejercicio ocioso. Su música va mucho más allá de las tonalidades oscuras de la Inglaterra de finales de los 70 y, si bien esa es la base sobre la que se esgrime el proyecto con evidentes referentes artísticos y visuales, lo cierto es que es apenas la punta de un iceberg que se adivina profundo bajo este mar oscuro. En Mar de hiladas los sonidos de un punk cercano a la estética de CBGB’s y el surf instrumental californiano cargado de reverberaciones de Dick Dale colindan con pesadas líneas de bajo, guitarras afiladas y voces gruesas que explotan sobre el vacío inmenso de una noche sin estrellas. Sonoramente hay referentes varios en nuestra geografía, pero Babelgam es quizás la banda que más contundente ha sabido anudar sus influencias en una propuesta propia.

Mar de hiladas abre con su sencillo más contundente: “Hikikomori”. Aunque el corte fue el segundo sencillo de la banda en llegar a plataformas, fue el que los puso a girar en forma por el extraño mundo de la música alternativa colombiana, etiqueta que, para ser francos, ya se está extrapolando en demasía. La canción se refiere al peligroso fenómeno sociológico que en Japón tiene más de 500.000 víctimas y que radica en el aislamiento voluntario por parte de una población, mayoritariamente masculina, que decide recluirse por ansiedad social o agorafobia dentro de su habitación, conectando con el mundo a través de una pantalla. “Hikikomori” abre con una guitarra en clave de surf y un fraseo que, como bien han señalado varias personas, recuerda las primeras líneas de “Pachuco” de la Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. Sin embargo, allí acaban las similitudes quizás fortuitas con la enorme banda de ska mexicana, pues la composición no es una declaración de principios por el reconocimiento de una identidad punk que va de puertas hacia afuera, sino el cierre de todas puertas y ventanas al mundo externo. Es una composición contundente, rápida y puntiaguda. Con un delicado sentido de la poesía la banda logra construir imágenes poderosas, como aquella del estatismo y el mutismo en eventos sociales, en la que el protagonista del corte no puede moverse, plantado en la mitad de un cuarto en el que se siente observado como un árbol macizo y antiguo.

Seguidamente llega “Materia oscura”, corte que los dio a conocer y que además es el único audiovisual pleno de la banda. La canción abre gélida con melodías espectrales para luego entrar en la dinámica de una atrapante línea de bajo a manos de Nicolás Cruz. Adolphe Beltrán marca el ritmo con una batería limpia y un punteo de ambas guitarras se complementa en una historia que parece intuir la esquizofrenia o la demencia, las voces que nacen de ninguna parte y nos persiguen en sueños. La pregunta por la realidad circundante, por la situación que nos rodea y los personajes que hacen parte de nuestra vida construye una visión paranoica de la Bogotá en la que está apresado el cuarteto que da forma a este disco. Aunque también podrían estar narrando un encuentro cercano del tercer tipo. Aunque no quede claro, la canción con su misterio es inquietante y redonda, un debut bien logrado que puso a Babelgam en el centro de la conversación de las bandas emergentes.

La única canción que canta Eduardo Quintero, “Viaje”, es más sincopada y punkera en su forma, pero es igual críptica y hermética, como una suerte de reflexión sobre el desdoblamiento de nuestra propia consciencia y el abandono del ego para llegar a otra persona. Es tan envolvente como el resto de los veinte minutos del álbum y permite darle un nuevo aire al disco, pues la voz de Quintero y Tuaty contrastan de manera dinámica, lo que resulta en un acierto de producción. Luego llega “Hiladas”, un interludio construido sobre una base de trap y hi hats ochenteros con diálogos sobre el caso de los hikikamori en el Japón contemporáneo y una batalla difícil de ubicar en los más de 700 capítulos que tiene Naruto, el famoso shonen japonés sobre un carismático guerrero ninja.

“Danza de agujas” retrata la imposibilidad de frenar el avance del tiempo. El narrador se siente apartado de su familia, de sus amigos y se ve marcadamente afectado por la pérdida de su abuela. En este sentido, siente que todo es consecuencia de la falta de tiempo y de la inhabilidad humana de controlarlo. Babelgam toma la figura de la danza de agujas como el movimiento de un reloj, convirtiendo el tic tac eterno en una sierra dentada frenética que en su rotación agresiva amenaza con desbaratar vidas y edificios. El “giró, giró” que marca desde el pretérito las acciones del tiempo sobre la vida del protagonista de esta reflexión explican la angustia de un momento presente, del aún estar sobreviviendo a este vals macabro del que vamos siendo eliminados como en una versión perversa de las sillas locas.

Cerrando el EP se encuentra “Túnel”, una disonante historia llena de distorsiones y uno de los momentos más explosivos de estos 20 minutos que componen Mar de hiladas. Una extraña protagonista de Oriente recorre una noche llena de motores y misterios. Es el último momento para observar las virtudes de Juan Tuaty como vocalista que, sin pretender alcanzar perfectamente las notas, ha entendido el valor de su color propio, construyendo una atmósfera idónea para cada una de las melodías. Las guitarras están a punto y la batería de Beltrán termina con un golpe contundente un debut exquisito.

Mar de hiladas es un debut goloso a cargo de una de las bandas más inquietantes del presente colombiano. Babelgam ha demostrado que tiene una inteligencia técnica y una creatividad lírica para crear canciones sobresalientes y explosivas, composiciones misteriosas y elocuentes, en definitiva, un universo propio. La banda narra la experiencia capitalina desde el encierro, desde lo abyecto, lo tenebroso y lo espectral. Sus hiladas, líneas de ladrillos aparejadas, encierran este mar de concreto y plomo, de herrumbre y aerosol que es la capital colombiana y en esta ciudad imaginada encontramos una fauna nocturna que estremece y conmueve. Babelgam ha dejado la barra muy alta y la música nacional es mejor por eso.


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