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  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

“A cuero limpio”, segundo álbum de Niño Pueblo, celebra la era dorada de las orquestas tropicales


Niño Pueblo es uno de esos proyectos extraños y fascinantes del panorama musical colombiano que dan ganas de hincarle el diente a la música independiente. Apostándole a cortes largos en el que la música se transmuta en múltiples direcciones, el proyecto liderado por Diego Manrique ha logrado un nicho importante en la movida alternativa local, construyendo canciones de fina factura que se dibujan y desdibujan como arcanos arabescos sobre el cristal helado de lluvia. Con un elenco de músicos de primera línea y siempre acompañados de nuevos artistas, la música de Niño Pueblo es un esfuerzo coral de oníricas dimensiones, creando imágenes imposibles en los que el sonido obra como vehículo experimental para suscitar emociones poderosas. La banda publicó su primer álbum, La estancia, en 2018 Con María Mónica Gutiérrez (Ságan, Suricato, Montañera) en la voz, presentando canciones que se convierten en poemas llenos de vida que, como mariposas de colores, se escapan de nuestras manos una vez intentamos asirlas definitivamente. Después de volver al estudio en septiembre de 2019, la banda presentó a principios de julio su segundo álbum, A cuero limpio.


Pero si La estancia era una exploración más rockera y jazz, A cuero limpio es todo lo contrario, pues obra como reivindicación de los sonidos tropicales de las grandes orquestas de la década de los 50 y 60, aquellas grandes agrupaciones lideradas por Lucho Bermúdez o Pacho Galán que pusieron de moda ritmos como el porro, la cumbia, el fandango o el merengue dominicano entre la élite cultural del país. Su legado tangible fue una reivindicación de lo propio que ahora el conjunto liderado por Manrique utiliza como columna vertebral de este esfuerzo discográfico. En ese sentido, la banda se plantea una suerte de radionovela bailable en la que se suma además Nicolás Samper para acompañar a María Mónica Gutiérrez. El vocalista de la Tromba Bacalao le da una presencia importante al dinamismo del conjunto con su desparpajo característico, además de ayudar a Gutiérrez a desarrollar nuevas personalidades frente al micrófono. El álbum plantea una relación de pareja desde el idilio hasta el quiebre, recorriendo varias etapas que lo convierten en un disco narrativo.


“Vivo así” abre el disco con unos vientos prestados del fandango y la cumbia, mientras que el trabajo en la percusión emula el estrépito de los redoblantes de las papayeras de pueblo. Este primer corte nos introduce a la historia de una pareja enamorada, por ello toda la orquestación evoca fiestas patronales de municipios alejados: clarinetes, bombos explosivos y exclamaciones de júbilo y alegría. “La palabra” es un homenaje a la cumbia a franca lid, con unos contrapunteos precisos y elegantes a cargo de Manrique y un trabajo de viento sobresaliente por el cuarteto de músicos Sebastián López, Pablo Muñoz, Carlos Urrutia y Juan Pablo Walteros. La canción empieza a dimensionar los roces y precariedades de nuestra relación estelar: problemas de dinero, falta de entrega y pereza. Un matrimonio colombiano estándar, en pocas palabras.


“Magnolia” abre con un bajo grueso de Rodrigo Pardo al que se unen prontamente las trompetas para crear un aire de merengue dominicano mientras que Samper y Gutiérrez intercambian consignas para el baile. Es quizás el punto en el que el trabajo de los vientos demuestra su poderío con más fuerza, llevándonos a la orilla de una playa paradisíaca, llevándonos a la ilusión de que nuestra pareja sobrevivirá a las adversidades de su amor. “La vida” tiene un contrapunteo inquietante en los saxos alto y tenor, que se complementa con la discusión entre las dos voces. La canción se convierte en una suerte de reflexión sobre la carrera musical de los proyectos independientes, pero también es una pregunta por la naturaleza de las relaciones amorosas: cuánto esfuerzo conlleva mantener a flote un romance cuando las condiciones de vida no son las mejores. Gutiérrez asume su lado más punk en el delivery vocal, recordándonos ese momento implacable de “Tokko” en La estancia, primer álbum de la banda.


Abriendo la tercera parte del álbum llega “Costumbre”, un último esfuerzo por salvar una relación del hastío de la costumbre, cuando todas esas pequeñas señales de alarma se encienden al mismo tiempo para crear una alerta roja. Los vientos, protagonistas de todo el álbum, juegan aquí un trabajo discreto que plantea los vientos melancólicos de los peores momentos de un amor infértil. Si ya nos hemos perdido, ¿por qué remamos con tanta insistencia para sobrevivir a los vientos de la incertidumbre? Al final, como siempre, nadie se muere de amor: es una enfermedad larga y compleja que no tiene un final trágico, solo la vuelta a la cotidianidad y la tristeza de la soledad y el vacío. Luego la banda entra en modo de salsa jazz para cerrar el amor y la despedida en una nota alta.


Cerrando el disco llega “A cuero limpio”, que además bautiza al disco. La composición narra una discusión de pareja hacia el final de la relación, ese momento incómodo en que se dicen las cosas sin tapujos, sin pelos en la lengua y sin posibilidad de enmienda: a cuero limpio. Irónicamente, esta fue la canción primera que compusieron Manrique y Samper, la que permitió que se gestara la dinámica musical entre ambos cantantes, al ser evidente la fuerza interpretativa de cada uno al actuar la historia que narra la canción. Los arreglos de Sebastián López enriquecen la fuerza de la discusión y sirven como pretexto para perder la cordura en medio de argumentos y contraargumentos.


La fuerza de Niño Pueblo es uno de los secretos mejor guardados de la música nacional, pero ya es hora de que salga del nicho: esta música es necesaria para todos. Manrique y su equipo han creado un álbum insigne y poderoso en el que la fuerza de sus partes constituye un verdadero ejército sonoro que rescata las mejores técnicas de combate de los viejos maestros para traerlos al presente y ponernos a bailar. La derrota amorosa por la que nos lleva el conjunto es al final una victoria sonora, una celebración de la música colombiana tradicional y los múltiples disfraces que ha tenido que usar a lo largo de su historia para llegar a un nicho que la consuma y la disfrute. Es una pieza de resistencia y una declaración de principios. La dinámica entre Samper y Gutiérrez prueba ser exitosa y es emocionante verlos salir de su zona de confort: a ella ponerla como una mujer sin tapujos y contestaria y a él como un animal herido, adolorido en las sombras, lo que contrasta con las personalidades que han asumido en sus demás proyectos musicales. Escuchen aquí A cuero limpio y convénzanse de que nueve cabezas piensan mejor que una. Es fantástico.




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