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  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

Juliana quédate otro día, la otra Bogotá


Fotografías por Santiago Peña


Hay una Bogotá más allá del circuito de Chapinero. Suena obvio decirlo, pero es necesario precisar pues pareciera que la música capitalina sólo orbita en torno a los 38 kilómetros cuadrados nombrados en honor a la fama de un zapatero español de los tiempos de la colonia. Es necesario precisar porque en las demás localidades se cuecen sonidos alucinantes de los que tenemos pocas noticias, quizás en parte por culpa de nosotros los divulgadores culturales que seguimos hablando de las mismas bandas, los mismos sellos, desde hace casi una década. Es necesario precisar porque Juliana quédate otro día, una de las bandas más sorpresivas de la Bogotá reciente, hace énfasis en los lugares que se han convertido en hitos para ellos, desde Villas de Granada a la carrera 80, más allá de los linderos del potrero colonial entregado por Gonzalo Jiménez de Quesada al visitante del viejo continente. 


La carrera de la banda bogotana ha sido un ejercicio de autogestión, una carrera en contra de las expectativas, un impulso de largo aliento que ha luchado contra el fracaso, el silencio y las dinámicas culturales de una ciudad estrecha. La banda lleva más de cinco años de actividad, pero sólo hasta 2023 conocimos su primer álbum Canciones sociales para animales resentidos, un disco que desde la independencia se ha convertido en uno de los favoritos del año. Antes, sin embargo, la banda presentó dos EPs que tuvieron poca repercusión en el diálogo cultural, pero que les fueron mostrando el camino para la definición de su propia estética. 




El funeral del abuelo lo produjimos en octubre de 2019 y la razón de ser de ese trabajo, más allá de tener música para subir a plataformas, era poder mostrar cómo sonábamos”, explica Esteban Castañeda, cantante y guitarrista de la banda. “Una vez fuimos con David a un bar por allá arriba de la Séptima y preguntamos qué teníamos que hacer para tocar y el dueño, súper grosero, nos preguntó de mala manera quiénes éramos y si teníamos algo para mostrar”, añade sobre este primer esfuerzo discográfico al que le añadieron la categoría de “Demos” en su título para dar cuenta de que era apenas un ejercicio para demostrar todo su potencial. 


“El primo de Esteban, Cami, quien fue nuestro primer baterista, ya tenía una banda, Appletree, y nos dio el contacto de Santiago García de Nicolás y los fumadores, quien nos dijo que podía grabar un EP relativamente barato si lo hacíamos en bloque”, recuerda David Tapias, bajista de la banda. “Viendo la necesidad de tener algo subido, porque no teníamos ni Instagram, fuimos donde Santiago les mostramos las canciones y pues grabamos lo que fue El funeral del abuelo”, añade. Sin embargo, cuando ya podían empezar a gestionar sus presentaciones en vivo, una pandemia los obligó a encerrarse. “En esa época teníamos dos toques pendientes y se cancelaron. No teníamos un rumbo fijo tampoco, en ese momento no teníamos un plan, sólo estábamos tocando en lo que iba apareciendo”. 


Además, como les sucede a las bandas primerizas, lo que evidencia una carencia importante en las facultades de música que no se preocupan por informar cómo entrar a la profesionalización del oficio, la banda no tenía mayor conocimiento de la industria, de la gestión cultural y la circulación. En realidad, como recuerda Esteban, no tenían mayor pretensión que tocar sus canciones, pues pensaban que este primer ejercicio discográfico no tendría mayor impacto. Las canciones del primer EP nacieron rápidamente también por la necesidad de cristalizar un show, para cumplir con los estándares de tiempo que les había ofrecido The Grange para uno de sus primeros conciertos. Sin embargo, es clave destacar que en este primer EP hay ya un indicio del potencial de una banda inteligente en la factura de sus letras y con una fuerza melódica que ha venido puliendo con rigor. 


Canciones sociales para animales resentidos y el sentido de la música


Durante la pandemia la banda buscó mantenerse activa, pero las dificultades del encierro los obligaron a reinventarse para seguir adelante. “Lanzamos un EP chiquito de canciones acústicas, El libro las respiraciones de Horus y realmente no le fue bien”, admite David. Esta primera frustración los llevó a cuestionarse sobre la atención que le estaban prestando a la finalización de su música. “La grabación, la mezcla y todo era un proceso que no sabíamos por dónde comenzar. La única persona que conocíamos en ese momento era Santiago y realmente muy poco, porque en ese momento solo nos habíamos visto tres o cuatro veces. Le escribimos un mensaje muy largo diciéndole como que nos interesaría grabar unas canciones que ya están súper consolidadas. Lo cual era mentira, eran maquetas que todavía no eran muy dicientes y Santiago nos comentó que justo el día antes se había puesto a escuchar como lo que había producido y que lo que había hecho con nosotros le había gustado genuinamente. Nos dijo que curiosamente estaba pensando en nosotros y ahí empezamos a vernos progresivamente para construir todo lo que fue el álbum”.


Este primer álbum que empezaron a trabajar con Santiago García fue un bálsamo que refrescó la actitud de la banda y los alentó a continuar un proyecto que hoy se hace necesario para entender nuestro contexto musical, pues incluso habían pensado en terminar la banda. “Creo que sí fue una reiniciada que le dimos a todo el concepto de la banda”, reflexiona Esteban. Antes, sin embargo, la banda presentó en sencillo “La bestia se esconde detrás del cuadro”, que sirve como puente entre sus anteriores proyectos y lo que este año lograron cristalizar. Este sencillo fue producido de manera autodidacta por Esteban, quien tenía la intención de producirlo todo a falta de un presupuesto extenso para pagar las labores de García. “Como a los dos días de hablar con él, nos reunimos y le dije ‘La verdad no tenemos plata. Pensábamos capturar todo con mi interfaz y que usted lo mezclara’, pero él insistió en que quería hacerlo todo. Logramos llegar a un acuerdo a largo plazo para pagarle. Esa es la parte operativa, pero la música en sí es otro viaje, porque son canciones que llevábamos maquetando durante mucho tiempo”. 




Bestiarios, resentidos y una Bogotá ajena


Desde la denominación de la banda es evidente que a Juliana quédate otro día le gustan los títulos largos, lo que resulta difícil y divertido cuando se intenta recordar el grueso de su discografía. Pero, a diferencia del ejercicio nominativo de algunas bandas que dejan para el final el título de sus producciones, la historia de Canciones sociales para animales resentidos es larga y definitiva. “La primera luz que tuvimos del universo del título fue durante una clase de Estructuras con David. La clase estaba muy aburrida y recuerdo que nos pusimos a rallar en un cuaderno”, explica Esteban sobre cómo antes de la pandemia empezó a germinar la primera semilla del título. Mientras pensaban qué sonido definiría la estética del álbum apareció la palabra “animal”, que llamó poderosamente su atención y se convirtió en una suerte de guía para todo lo que vendría.


A pesar de que no tienen muy claro de dónde nació la cosa, David y Esteban recuerdan cómo pensaban con relación a la sociedad y sus estructuras cuando empezó a bosquejarse el disco. “Creo que viene mucho del tono de David mío. En esa época, hasta hace muy poco, era de mucha queja y recuerdo que hablamos un poco como curas sobre la sociedad, como que todo el mundo vive en pecado”, reflexiona Esteban. “Nos tocaron mucho las relaciones y la gente, ese universo de la universidad. Había una animalidad o una bestialidad en el trato. A la larga nos afectaba a David y a mí como personas introvertidas”. En un principio el disco iba a llevar por nombre “El vals de la desidia animal”, que conservaron casi verbatim para una de las canciones más melancólicas y poéticamente recriminatoria del álbum. 


Durante una salida de su universidad a Ciudad Bolívar, que es otro universo dentro de la urbe, los músicos empezaron a explorar la idea del resentimiento social, la idea de que algunas personas pueden sentir una inmediata enemistad con individuos con mayores ingresos. La banda lo convirtió en una especie de chiste interno, pero caló el concepto para referirse a ciertos espacios de la capital con los que no se sentían cómodos: la 85 en donde se manifiesta el gomelo burdo, los javerianos tristes que veían en la universidad y, en general, todas esas personas que hacen de la apariencia su lugar de enunciación, recibiendo aplausos falsos en su creencia ingenua de que el mundo es su pasarela. 


Bogotá, ¿del putas Bogotá?


No podemos decir que es una costumbre reciente que las bandas capitalinas se construyan narrativamente desde su espacio vital. Sociedad anónima, Bloque de búsqueda, Hora local, Banda Nueva o Dickmyfuckyou lo hicieron antes. Y lo hicieron bien. Además, si nos fijamos en la proliferación del hip hop desde mediados de los noventa hasta hoy, la localidad, el barrio, el “pedazo”, se convierte en un personaje más atravesado por rimas. Decir que Nicolás y los fumadores, Aguas Ardientes o ha$lopablito inauguraron esa veta poética es un ejercicio ocioso de crítica, pues incluso Primero mi tía quinteto ya habían hablado de Transmilenio en 2005, canción que versionaron Los Sabroders en 2016, una década antes de “TM Everywhere”, “Paseo submarino” o “La balada del duende de Transmilenio”. Sin embargo, después de escuchar repetidamente el disco de Juliana quédate otro día es importante preguntarse por la experiencia de la ciudad que tiene la banda. ¿Cuál es el Parkway, la 85, Chapinero de los integrantes de la banda?


Sobre esta pregunta, Esteban trae a colación el éxito de Diamante Eléctrico “Suéltame, Bogotá”. “Un día con David hablamos de eso y pensábamos cuál es la Bogotá que vive este man”, recuerda. “Yo soy un bogotano de conjunto residencial. Lo que reflexionaba mientras pensaba en esa canción es que yo no pertenezco a esa Bogotá de la Calle 45, la Javeriana, parchemos en un bar de Chapinero. No pertenezco tampoco a la Bogotá de Patio Bonito, la Bogotá de Ciudad Bolívar, que es toda una Bogotá en sí misma. No pertenezco a Bosa San José. ‘La canción de los amigos’, de hecho, habla del bogotano de conjunto residencial, cuando estaba en mi cuarto oyendo a unos amigos reírse muy duro en el parque”, añade. 


“A la larga nuestra música y la Bogotá en que vivimos es una Bogotá que no encaja en ninguna parte. Yo he estado en la Bogotá evangélica, en la de las iglesias cristianos de Suba, la de Ciudad Bolívar, la de Bosa San José, la del Tintal, la de mi abuelita en La Felicidad o en La Granja, pero no siento que sea mi Bogotá”, recuenta Esteban. Por eso, ante la pregunta sobre la “escena alternativa” de la capital, la banda parece tener reparos, pues lo mismo ha tocado en Casa Zeb para cinco personas, en eventos en los que asistió únicamente el baterista de otra banda y diversos bares pequeños desperdigados a lo largo del concreto capitalino. “El álbum es un signo de interrogación gigante en rojo, es una pregunta sobre su alguno pertenece a Ciudad Bolívar, si alguno pertenece a ese lugar donde vimos un perro tragándose el cadáver de otro perro con larvas y que es como una especie de teatro social. Creo que es hacer la pregunta de verdad, esa era la pregunta que creo que nos hicimos con el disco. Porque esta gente o nosotros podría estar en el 85, los de la 85 podrían estar en Kennedy y los de Kennedy podrían estar en el Parway fumando bareta”, concluye.


Después de cinco años de esfuerzos, Juliana quédate otro día se ha convertido en el rostro de la nueva alternativa bogotana. Esto suena predictivo y grandilocuente, una hipérbole necesaria para el estilo superlativo de la era digital. Pero va muchísimo más allá de una frase hecha, pues la música de la banda ha probado con creces que desde la independencia se puede ofrecer, de hecho, otro retrato de la independencia. Es un proyecto que reúne lo mejor de la historia del rock bogotano (el humor crudo, la melancolía y la soledad), pero también propone otro universo discursivo que es interesante explorar en este archipiélago de localidades en que se ha convertido la ciudad 2600 metros más cerca de las estrellas. 




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