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Stray Fossa cultiva una herida dulce en “Blossomer”

  • Redacción 120dB Bogotá
  • hace 23 minutos
  • 2 Min. de lectura
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Stray Fossa es un trío cuyos vínculos nacieron en la infancia y se fortalecieron en la aislada cotidianidad: los hermanos Nick y Will Evans junto a Zach Blount, que dieron forma a su primer álbum —With You For Ever— durante el encierro de 2020, y se reensamblaron en 2022 para Closer Than We’ll Ever Know. Ahora regresan con su tercer capítulo creativo: Blossomer, cuyo tema homónimo cierra y da nombre al álbum, y explora el crecimiento cotidiano desde la distancia como forma de vivirlo.


“Blossomer” se abre con una introducción de querencia y delicadeza: la letra evoca imágenes fragmentadas —el inicio de la floración, el verano, el aire que se respira como si fuese la primera vez— y describe el repliegue íntimo que se da en la memoria. Hay referencias aparentemente triviales —“los tags del cuello, lavarlos hasta que estén suaves”— que filtran la cotidianidad como una cámara imperfecta: foco en lo pequeño para mostrar cómo aquello que debería haber permanecido claro se transforma con el tiempo.


La canción habla del crecimiento emocional (y orgánico): “Puedo decir - vas a dejar una marca en mí”; “dejándonos de cetirizina”, esa alusión literal atraviesa el verso para transformarse en metáfora de cómo las marcas, los rastros que otros dejan en nosotros, persisten incluso cuando creemos que han desaparecido. Es una frase que conjuga imagen corporal, alergia e intimidad autorizada, trazando la línea entre el recuerdo y la herida.


La sonoridad acompaña esa frágil densidad emotiva: la producción casera, realizada en Sewanee, Tennessee —en el mismo cuarto en que construyeron sus primeros demos en GarageBand— imprime una sensación de cercanía sin artificios. En esa textura hay una economía sonora que respira: cada acorde, cada línea vocal, guarda un espacio propio en el que lo que no se dice también se siente.


"Blossomer" —el tema— no busca ser un despliegue, sino una confesión tenue: un instante donde la melancolía y la ternura se encuentran en el regazo de lo cotidiano. La sencillez de la escena —“crecemos como la culpa de nunca llamar a casa”— abre una zona emocional que late más allá de la letra: la distancia, el paso del tiempo, el reencuentro fragmentado.


Así, el cierre del álbum no es un final rotundo, sino una floración retenida en el aire, una pregunta sin respuesta: crecer, aunque duela, también significa permitir que lo vivido deje huella, que ese rastro persista en la memoria como marca indeleble.


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