1967 fue un año importante para la música. Hace cincuenta años nació, en San Francisco, la revista Rolling Stone, una publicación especializada que tomaba su nombre de una canción de Muddy Waters. En mayo de ese mismo año The Beatles publicaban quizás su obra máxima, el celebrado Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Antes, en marzo, el proyecto de Lou Reed, John Cale y Sterling Morrison, en compañía de la consentida de Andy Warhol, la vocalista alemana Nico, cambiarían el panorama del rock al llenarlo de sofisticación y delicioso nihilismo con la presentación del LP The Velvet Underground & Nico. Más cercanamente, y de manera más escandalosa, la enorme Violeta Parra le decía adiós a la vida, llevándose con un final disparo toda una serie de canciones por hacer y una de las voces más icónicas de la canción popular latinoamericano. Una dolorosa despedida que comenzó en Chile y a la que se uniría todo el continente.
El legado de Violeta Parra es tangible: por no ir más lejos revisen el homenaje que consignó Natalia Lafourcade, “Qué he sacado con quererte”, en su más reciente producción de estudio, que lleva el apropiado nombre de Musas. Sin embargo, y a pesar de media década tras el final de la tragedia que su vida, algo hubo de su presencia el lunes en el Simón Bolívar. Después de todo, dos actos a cargo de coetáneos suyos se hicieron con los corazones de una multitudinaria afluencia. Por un lado, representando a la vieja guardia del rock en español, Los Tres se erigieron con la presencia de un monumento inquebrantable. Por el otro, representando la revitalización del amplio espectro sonoro de este país, Mon Laferte compitió en el cierre con el boricua Draco Rosa, quien presentaba un acto celebratorio de Vagabundo, haciéndose con una hinchada que no podía preverse en redes cuando se hizo pública su presencia en el último anuncio del cartel de Rock al Parque.
Habían pasado más de dos décadas desde la última presentación de Los Tres por estas latitudes. En ese entonces Ángel Parra, nieto de la folclorista que recordamos unas líneas antes, estaba aún en la formación principal de la banda. Más allá de esta coincidencia biográfica, sin embargo, la influencia de Parra era entonces tangible, como lo es ahora, en el tinte político de sus producciones, además del leimotiv del folclor que llevó a la legendaria agrupación a mezclar el rockabilly de sus primeros trabajos con ritmos típicos como la cueca o la cumbia.
En un horario estelar en el escenario Plaza, y con Sebastián Cabib como oportuno e idóneo sucesor de Parra, la banda recorrió un catálogo lleno de éxitos, estremeciendo al Simón Bolívar con el recuerdo de la década dorada de MTV Latinoamérica, época que daría a luz a uno de los desconectados más relevantes de la historia de nuestro continente. “La espada y la pared”, “Tírate”, “Un amor violento” y “Déjate a caer” sonaron intactas a pesar del paso del tiempo, con Álvaro Henríquez como un coloso de piedra al que el viento, la arena o los temblores ha afectado: melifluo, exacto, contundente como en los días de Los Tres y Se remata el siglo. Simplemente un documento maravilloso para los asistentes más veteranos y un recordatorio para los novatos de cuál es la esencia del rock en nuestro territorio.
Por otro lado, y cerrando tres días maravillosos de música en el escenario Bio, Mon Laferte dejó en claro por qué es una de las voces más importantes de Chile y el continente en la actualidad. Con una estética cargada de elegancia y nostalgia retro, Norma Monserrat Bustamente Laferte ─como reza en su cédula de Viña del Mar─ puso un freno a la tristeza con el rugido estertóreo de su voz soprano. A lo largo de una corta carrera llena de éxitos, la poderosa cantautora ha llenado plazas en los festivales más importantes del continente, con contundentes sets en el Vive Latino y en su natal Viña del Mar, en donde este año se hizo con dos gaviotas, oro y plata. La gaviota de platino seguramente vendrá más adelante, pues es un galardón a la trayectoria y, como van las cosas, aún quedan muchas canciones para Mon.
La música debutaba en Colombia y no había una mejor oportunidad para ello que consagrarse en el Rock al Parque. Mon Laferte aún no parece creer el éxito de sus presentaciones y el hondo afecto que suscita en sus seguidores, en un sentido sigue siendo esa niña embelesada por la música que escuchaba, en compañía de su padre, a Inti-Illimani, Violeta Parra y Victor Jara cuando daba sus primeros pinitos en el mundo del espectáculo, ganando todas las competiciones de canto escolares a las que se presentaba. Sin embargo, también da la impresión de una mujer sagazmente adulta, curtida por años de experiencias y la sabiduría que solo se obtiene viviendo la vida a la máxima potencia. Con solo 34 años Mon Laferte es más sabia de lo que muchas personas llegarán a ser. Canciones como “Tormento”, “Amor completo” o “Yo te qui” de su más reciente producción, La trenza, denotan una inteligencia compositiva sin igual, anudada al entendimiento de las complejas dinámicas de la vida, el amor y la muerte.
Fueron dos momentos distintos, dos audiencias enteramente diversas y, sin embargo, ambas presentaciones brillaron bajo la misma blanca estrella: aquella que adorna con elegancia e imponencia su bandera nacional. Violeta hubiera estado feliz, como lo está todo su país por saberlos compatriotas, como quedaron los colombianos que bailamos sus canciones. Como lo estarán todas las audiencias por venir, aquellas que tengan el privilegio de permitir que sus composiciones los conmuevan.