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  • Por Ignacio Mayorga Alzate

La Ramona escapa de una relación egoísta en “La jaula”


La música de La Ramona es un regalo que se tarda en apreciar, como un álbum de estampillas que nos legara un abuelo y que tan sólo con el tiempo entendemos su cabal significado: el enseñarnos a valorar las pequeñas cosas, la virtud de la paciencia que viene necesariamente con todo afán coleccionista, el empeño que requiere llevar a cabo cualquier labor de recolección. El año pasado, sin pompa ni presentándose en un empaque de colores chillones, la cantautora bogotana nos ofrendó “Brío”, un sencillo que salió al aire sin mayor interés que el de querer sanar una herida, con el único afán de encontrar en los miles de oídos que respondieron a su llamado una sonrisa sin miramientos, una catarsis colectiva que sólo cura con la música y su voz tan poderosa como la determinación que invocaba en este primer himno. “Brío” la puso en el radar de la música independiente y rápidamente entendimos que, en La Ramona, como esos regalos insospechados que terminan acompañándonos siempre, había una fuerza natural dormida, acaso el magma silencioso que habita bajo nuestros pies o el alud de nieve de una montaña que sólo depende de un grito para desplomarse con toda su fuerza sobre nosotros.

Este año, previa su presentación en el Estéreo Picnic en una tarima que, pese a la temprana plaza, terminó repleta y en éxtasis, La Ramona presentó la segunda entrega de su nueva etapa musical, “Te vas”, un dulcísimo lamento dedicado a su abuela a quien lleva retratada en una porción significativa de su piel y en cada uno de los rincones de su corazón. Ahora, después de estrenarla en un show pequeño e íntimo con motivo de su treinta cumpleaños, La Ramona regresa con “La jaula”, una canción en la que no recurre al efecto del grito herido como en anteriores entregas, pero que logra un efecto duradero y potente al observar al amor desde otra perspectiva. Si es cierto que cuando amamos sentimos mariposas en el estómago, La Ramona se viste de entomóloga para diseccionar ese bicho extraño que lo mismo nos hace alucinar con su piquete, como puede intoxicarnos hasta el punto del delirio con sus enzimas.

Con una orquestación oscura en la priman las atmósferas densas y pesadas, “La jaula” nos recuerda a ese gorrión atrapado y triste al que privamos del vuelo por nuestro afán de posesión. Por eso su voz no recuerda ahora el canto del lobo que, frente a la luna, puede explotar toda la fuerza de su aullido carnívoro, sino al canto de un pequeño ser emplumado que pierde sus colores en cautiverio. La Ramona se plantea frágil y honesta, reconoce cada una de las razones que nos hacen humanos y nos presenta un lado más de ese complejo crisol que la ha hecho una de las voces más interesantes de la escena contemporánera. La Ramona ratifica su lugar necesario en el panorama musical colombiano, un espacio en el que pulula el talento femenino a pesar de lo mucho que nos empeñemos en invisibilizarlo y, a pesar de todo, vuela libre tras dejar atrás un romance infructuoso. Escuchen aquí “La jaula” y surjan libres de las prisiones espirituales, aquellas que nos hieren la espalda más que el peso de mil cadenas.

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