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  • Por Ignacio Mayorga Alzate

Pedrina convierte la luz en color con su debut solista, “Prisma”


Todo final es un nuevo comienzo, una oportunidad de aprender y reinventarnos a la luz de las circunstancias, de vestirnos con nuevas pieles y seguir adelante. Eso es precisamente lo que sucedió tras la disolución de Pedrina y Rio, una de las bandas más queridas del nuevo pop colombiano, después de llegar a un final creativo en el que ambas partes quisieron seguir cada uno por su lado, honrando el pasado que las une y llevando consigo el cariño y aprendizaje de varios años de historia. Pero basta ya de comparaciones, de reclamos y de insolencia adolescente. Salgamos de esto de una vez y con firmeza: Prisma, el primer trabajo solista de Pedrina, es una joya de muchos colores, un tesoro que, iluminado desde distintos ángulos, ofrece una descarga cromática sobre el espacio en el que se reproduzcan sus canciones, un artefacto que nos transporta a lugares mágicos, incluso a lo más profundo de nuestros sentimientos. Es el disco que tenía que lanzar Pedrina, un testimonio de su fuerza compositiva e interpretativa, un nuevo paso para convertirse en una de las voces más relevantes de nuestra historia actual.

Cuando la solista inauguró esta nueva etapa con su colaboración junto a Martina la Peligrosa, “Hoy”, hubo un desconcierto en el público que estaba acostumbrado a su lado más dulce, a sus vestidos de flores, a su cabello recogido en un tímido moño. El encontrarnos con una Pedrina dueña de cada uno de sus gestos, de su sensualidad, de su otredad nocturna, resultó vigorizante: esto era otra cosa. Fue una movida astuta por parte de la artista, la de inaugurar su carrera solista y su disco con este explosivo himno al coqueteo, moteado con sonoridades prestadas del dancehall, una música sobresalientemente bailable y sensual. Desde entonces cada nuevo paso se ha convertido en la constatación de que va por un camino hacia el éxito. Seguidamente Pedrina regresó con “Háblame”, una balada cercana a su estilo anterior, pero permeada de sonidos modernos que se alejan de la música acústica y nos envuelven en un halo futurista lleno de color. La cantautora ha aprendido bien las lecciones del pop más comercial y las ha aplicado para crear una propuesta que guarda la honestidad lírica, las coloridas imágenes poéticas, la fuerza interpretativa de su voz que, alojada en su garganta, es una pepita de oro que brilla por sí sola sin la necesidad de ningún arreglo.

Y, sin embargo, la orquestación es perfecta. En “Quisiera” un arpegio dulce de guitarra se mantiene sobre una batería sencilla y se funde en un abrazo de ensueño con programaciones electrónicas atmosféricas que nos envuelven en ese cálido abrazo que es el dilatar los minutos en el lecho compartido con nuestra pareja, ese acto íntimo que puede darnos toda la gasolina necesaria para sobrevivir a la jornada difícil por venir, para enfrentarnos al día lejos de ese espacio seguro compuesto de sábanas, algodón y lana. Los arreglos en cada una de las canciones son oportunos y llegan como un complemento acertado a la naturaleza de la letra. Pedrina fue hábil en relegar los procesos de producción a tres técnicos distintos y el resultado no sólo es eficaz en cada uno de los cortes, sino que tiene un alma propia que hace que cada una de las canciones pueda convertirse en la favorita particular de cada uno de sus escuchas. En ese sentido, es un álbum en franca lid, no construido como una colección de sencillos y complementos para llenar un espacio. Prisma funciona de cabeza a pies y el acierto radica en comprometer el cuerpo y el alma en cada uno de sus temas.

Atrás, como escondido, está ese cariño de la música por los géneros populares del cancionero latinoamericano. El afecto por el bolero, la chacarera, el danzón o la ranchera se complementa con las músicas globales como el dancehall, el pop electrónico y el indie para consolidar un producto que es a la vez sofisticado e hipnótico. Rio participa en cada una de las canciones y Pedrina ha sido responsable al comentar su aporte, sin embargo, este álbum es completamente propio. Detrás de la producción de primera línea, la cantante se sabe desnuda y permite que su voz con todas las características que ella guarda se muestre en pleno potencial. Dicho esto, cabe resaltar también que los siseos y las respiraciones entre versos no han sido cortadas: se muestran como fueron registradas y ello le da una dimensión poderosamente humana a Prisma.

Con Prisma Pedrina ratifica su poderoso lugar en la escena latinoamericana y nos recuerda que, a pesar de los vestidos, la esencia de las canciones es el instinto, ese primer momento en el que quedamos presas de un sentimiento que nos obliga a materializar nuestras emociones en arte puro. Ello diferencia a Pedrina de todas las cantantes de pop: es una fuerza creativa que no cae en la fórmula, que se permite el ser vulnerable, desnudar su alma en cada una de sus composiciones. Hay una evolución en el arte de componer, los versos son más precisos, más eficaces, pero mantienen esa idiosincrasia verbal que nos cautivó cuando la conocimos en su etapa dúo. La voz de Pedrina y sus canciones poseen una riqueza inigualable y son un bálsamo necesario, una alegre celebración del amor verdadero, el acto de abrazar al otro con brazos, ojos y corazón, con sus tonterías, con sus dificultades, con todas las aristas de un prisma que, al final, nos baña de colores cuando permitimos que la luz penetre en nuestros corazones.

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