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  • Por Ignacio Mayorga Alzate

Por primera vez en Colombia Cigarettes After Sex


Octubre de 2015 fue el año en el que las cosas detonaron para Greg González. Tras casi una década de haber conformado Cigarettes After Sex, la banda había logrado un éxito insospechado en YouTube que la había puesto en el centro de conversación de toda la cultura “alternativa”. Todo se debió a la presentación de “Affection”, un sencillo que de manera independiente se fue haciendo un espacio propio en medio de una abundante masa de productos similares como The Heartless Bastards, Soko o Timber Timbre. La banda había entonces publicado su primer EP en 2012, I, y después de mudarse de El Paso, Texas, a la ciudad de Nueva York no sabía muy bien qué dirección tomar. González llevaba toda su vida coqueteando con la música, ensayando arpegios en la guitarra desde los diez años, pero no había encontrado aún el espacio para su propuesta, una mezcla melancólica y cinemática de ambient pop, shoegaze y slowcore. Influenciado por los actos británicos que habían marcado su juventud texana (The Smiths, Queen, Echo & the Bunnymen o The Sound) González había estado circulando en los circuitos musicales desde 2008 y, cuatro años después, presentó un EP perfecto que sólo sirvió para generar más expectativa sobre la música de la banda. Para 2015, los ojos de todos estaban encima de la banda.

El sonido de Cigarettes After Sex posee un sello simple que ha logrado conmover a una generación millennial que se ha acostumbrado a ver el mundo a través de pantallas líquidas, de filtrar la realidad a partir de templates de Instagram y Snapchat. Las letras de González recuerdan la narrativa de Tao Lin o podrían hacer parte de un viaje eterno entre trenes de un David Foster Wallace conectado a una lista de streaming de country melancólico curada por algoritmos de Spotify. El acierto de su debut autotitulado (¿para qué ponerse a buscar un nombre mejor que el de una banda que ya es perfecto?) es construir una colección de canciones sónicamente similares, matizadas por arreglos sencillos y las historias que cuentan, que son todas de amor de algún u otro modo. Como resaltaba Pitchfork en su momento: “Es fácil escribir un puñado de canciones lentas con acordes similares, pero es un hito completamente diferente producir, mezclar y compilarlas dándoles un sentido en el que las similaridades se conviertan en su fortaleza, creando un ambiente inquebrantable. Al principio, la repetición de ciertos elementos (los ecos en las guitarras, los suaves hi hats, la elástica línea de bajo) parece desbordante. Mas, luego de varias escuchas, queda claro el ethos de Cigarettes After Sex, y su embriagadora mezcla de varios géneros suaves del indie rock empieza a tener más sentido”.

Es un esfuerzo cohesivo, un sonido similar que igual y permite que las canciones puedan funcionar autónomamente como sencillos. Es un álbum que construye un sonido e indaga en cada una de sus intersecciones, creando una estética que recuerda los motivos de la música incidental del cine clásico y que define desde el primer corte la identidad del disco. No es la intención de la banda hacer evidente su virtuosidad interpretativa, sino construir un paisaje sonoro que no se desborda ni va de un lado a otro, circulando entre géneros. Es una sola emoción, como el Kind of Blue de Miles Davis. Líricamente, la fórmula funciona de igual manera con un efecto hipnótico. La repetición de ideas y conceptos permite el placer voyerista de revisar cada una de las etapas de una relación de pareja, esos momentos íntimos que se configuran en el recuerdo de una persona ahora ausente, cada uno de los desnudos compartidos y hay casi una evocación a la manera de Rosseau en la que la ausencia es una presencia viva que alimenta el deseo y la irresuelta necesidad de un cuerpo a nuestro lado en medio de la noche fría.

Cigarettes After Sex podría haber funcionado dentro del catálogo de 4AD pues tiene una gran deuda con actos de dream pop de la década de los noventa producidos bajo ese sello como Cocteau Twins, Pale Saints o This Mortal Coil, pero funciona de manera aún más efectiva en este momento cultural en el que el amor líquido es la realidad sobre la que se erigen nuestras fantasías eróticas. En una época en la que las relaciones se reconfiguran con la certeza de la huida, el álbum de la banda y su narrativa general a lo largo de diez años de trayectoria apela a un tipo de romanticismo distinto. Ahora, después de sorprender al mundo con una gira que llenó plaza tras plaza en 2018, la banda llega por fin a tierras suramericanas para conectar con el público latino a fuerza de cantos, más bien susurros, que evocan desde el bloc de notas de un celular el sentimiento más celebrado de la poesía desde el medioevo. La fecha para el público colombiano será el 20 de agosto en las instalaciones de Armando Records. Las boletas para la preventa empezarán a distribuirse a partir del 20 de mayo y, probablemente, volarán muy rápido. Al parecer, somos más los enamorados.


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