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La polémica ridícula del reggaetón en los Grammy

Por Ignacio Mayorga Alzate

Comienzo con una confesión a riesgo de que se me acuse con una falacia ad hominem: no soporto el reggaetón. No logré identificarme nunca con su sonido, que a mis oídos es derivativo y obvio, no bailé en las fiestas de quince “Felina”, “Amor de colegio”, “Noche de entierro” y toda esa serie de composiciones que ahora descarados promotores de eventos tienen la osadía de llamar “clásico”, sin haber siquiera abierto un diccionario para entender de qué manera están precarizando un concepto vital para acercarnos a la cultura. Sobra decir que no fui un adolescente sexualmente activo y que mi primera novia, quien amaba el reggaetón, no la tuve sino hasta los 17 años, ad-portas de graduarme del colegio. En la universidad tuve la buena fortuna de dar con un grupo de personas que oían Misfits, Pantera y Triple X en las fiestas, pero hube de aguantar más de un cumpleaños en los bares de moda y escuchar la histeria colectiva cuando un DJ perezoso ponía la misma canción que llevaba siete semanas en el número uno de los 40 Principales. Pero esto no es una pataleta mía, que ya llevo cinco años escribiendo y constatando que la batalla está perdida, va un poco más allá. Va hacia una reflexión sobre nuestra cultura musical. Al menos eso espero.

Para nadie es un secreto la pataleta que organizaron una serie de artistas la semana pasada a la luz de la ausencia del reggaetón en las nominaciones al Grammy Latino. Todos los portales noticiosos, que lo mismo publican descaradamente las fotos de bikini de equis modelo que, además, es mamá como si fuera relevante que tenga un cuerpo esbelto, hablaron de ello para ganar clics por miles. Periodismo perezoso, aquí buscamos ir un poco más allá. Después de leer y escuchar las historias de gente tristísima que predicaba desde un Ferrari que los estaban dejando de lado, me puse a reflexionar en torno a este problema y llegué a una serie de conclusiones que, más allá de mi evidente enemistad con un género que no soporto, pueden ofrecer una perspectiva distinta para personas que sí lo disfrutan, lo bailan, lo consumen a diario y han llegado a la resolución de que sin su presencia la fiesta está condenada a la muerte. Antes que satanizar más a un género al que le importa poco o nada lo que pueda opinar una persona minúscula en la conversación cultural, quiero enunciar algunas cosas que, quizás y con algo de suerte, podrían aportar un mínimo de análisis para la discusión. El tema no son los Grammy, es todo un ecosistema peligroso para la música independiente, propositiva y auto gestionada que, no está de más decirlo, tampoco ha recibido mucho el apoyo de la Academia.

Vamos por partes. Como una persona que escribe de música a diario sería irresponsable de mi parte no entender un poco de dónde viene este fenómeno que, por supuesto, no llegó con Héctor y Tito. El reggaetón tiene una historia fascinante detrás, es el relato de las comunidades diásporas conectadas a través de una línea sanguínea afrocaribeña, es una historia de supervivencia de un género que nace en la periferia para conquistar con paciencia los mercados mundiales, es una historia que une a Jamaica con el hip hop del Bronx de los años 90, que da pie a algunas de las canciones censuradas y perseguidas del Puerto Rico de finales de milenio y principio de los 2000. Desde un punto de vista sociológico y cultural, es una historia fascinante. Sin embargo, ¿qué tanto conserva de su esencia original? Es decir, ¿qué ha pasado desde que Tego Calderón presentaba un llamado a la unidad racial en “Loíza” de 2002? ¿Qué pasó con ese viaje que une a Panamá con Jamaica y a San Juan con la movida del hip hop del Bronx? Y, también, el hecho de que Ivy Queen fuese parte de la narrativa desde sus inicios en la mitad de los noventa, ¿evita que sea un género hiper sexualizado en el que la mujer, la mayoría de las veces, es solo un instrumento? Me refiero a que “eso no quiere decir que pa’ la cama voy” no puede hacer contrapeso a un universo textual en el que la mujer es ornamental, objeto de deseo y de desecho y pocas veces contemplada por el mercado y la discusión. Por cada Ivy Queen, hay decenas de mujeres silenciadas en un género al que poco o nada le importa seguir lanzando canciones de una misoginia marcada como “4 Babys”, “Gasolina” o “Hasta el amanecer”.

No deja de ser paradigmático que, desde la marginalidad, el reggaetón se haya convertido en la representación latina fundamental en el mercado de la música. Eduardo Santos, en una columna excelente el año pasado, mencionaba cómo el género se ha convertido en el salvavidas de artistas pop poco relevantes y lo cierto es que ahora la denominación geográfica del continente va de la mano de una asociación directa con el perreo y el dembow latino. Ahí, creo que está el problema. El reggaetón se ha convertido en un género hegemónico para el mercado latinoamericano, lo que promueve la invisibilización del resto de músicas que hacen parte de un espectro riquísimo de colores y tradiciones. Hablaba hace algunas semanas con un booker del Roxy en Los Ángeles, que estaba preocupado pues, al agrupar a todos los artistas de esta geografía en la categoría de “Latin”, la gente pensaba que hacían reggaetón, trap en español, o similares. La reflexión es preocupante.

Por poner un ejemplo tonto, Burning Caravan hubo de lanzar tres álbumes bellísimos para aspirar a la misma nominación que alcanzó Greeicy con solo una producción discográfica, aquella de Mejor Nuevo Artista. ¿Es culpa exclusiva del reggaetón? Por supuesto que no, detrás hay una maquinaria empresarial compleja que patrocina productos exitosos, apuestas musicales seguras, y deriva la mayor parte de su inversión en pauta para estos intérpretes. Es un círculo vicioso en el que o estás con nosotros o simplemente no apareces. A la luz de eso, felicitaciones a la banda de Francisco Martí: se lo merecen.

Les propongo un ejercicio. Abran su Spotify, el servicio de streaming más popular en el país, y vayan a la lista de Novedades viernes Colombia, el lugar en el que se da difusión a los lanzamientos semanales que la plataforma considera más interesantes a la luz de las conversaciones que tienen con las agregadoras. Les evito el trámite con el ejemplo de esta semana, en la que la portada es J Balvin con Maluma, quienes están promocionando su más reciente sencillo, “Qué pena”. Las primeras diez posiciones de este listado son reggaetón o están cimentadas en una base rítmica derivada de éste. Lo mismo sigue hasta la posición número 30, que incluye a Don Patricio, uno de los chicos de Locoplaya, que hace un trap sobre dembow y cuyos oyentes mensuales son cerca de cinco millones. En el fondo de la lista está la argentina inmortal Juana Molina. Vamos mal. No por mi criterio personal, sino porque es evidente que nadie va a escuchar tres horas de música agrupadas en 60 canciones, en las que cerca del 50% es reggaetón, para descubrir a Borojó, Perota Chingó, NERDS o Mónica Giraldo que, por cierto, estrenaron todos canciones hermosas el viernes pasado.

La narrativa de superación y aguante entonces no es ya una realidad. Quiero decir, por muchos artistas emergentes que dentro del género vayan surgiendo, el camino está trazado, la apuesta es segura. Danny Ocean empezó virtualmente de la nada y a dos años de su debut con sencillos desperdigados por Internet, en Spotify “Me rehúso” (la versión de su álbum de 2019 suma 866.500.000 reproducciones). En ese orden de ideas: estamos lejos de la música gestada en los caseríos de San Juan de los noventa o en las comunidades latinas del South Bronx neoyorquino. Hablar de talento hoy día quizás no sea tanto la discusión, a menos que nos estemos refiriendo a su habilidad de ventas. Es cierto: el género se ha transformado, nos ayudó a dar a conocer a Rosalía, pero la apuesta es siempre segura. La experimentación está medida, el riesgo es poco. El género no se estanca, pero avanza muy de a poquitos, acostumbrando lentamente a un mercado para que no se asuste con la transformación de la dirección del sonido de su artista favorito. Protestar por la falta de visibilidad en los Grammy no sólo es descarado sino injusto. Por demás, querido Pretty Boy, por más de que Madonna esté presente, “Medellín” es una canción espantosa, incluso para los estándares del género.

Dejando de lado eso, que es parte importante de mi incomodidad con el género, lo cierto es que durante años la narrativa machista no ha evolucionado en absoluto. Oasis, el último esfuerzo discográfico de J Balvin y Bad Bunny de 2019, abre con “MOJAITA”, un juego de palabras poco astuto que ni siquiera se preocupa por esconder la metáfora sexual. En ese orden de ideas, pareciera que Ivy Queen se hubiera convertido en un comodín retórico, un dedo que tapa el sol cuando se alude a la misoginia en el género. No es mojigatería. Reggaetón 2019, una playlist creada por un usuario de Spotify, cuenta ya con un millón de seguidores, pero lo que llama poderosamente la atención es que toca bajar veinte posiciones para encontrar la participación de una mujer en la lista, en este caso Rosalía junto a J Balvin, en la que la cantante de San Esteban de Sasroviras es apenas un complemento. Al respecto, Lido Pimienta presentó en Twitter en días recientes una reflexión pertinente en torno al lugar de la mujer en el género, un hilo en el que llamaba la atención por la falta de representación de población afro o indígena en la imagen del reggaetón de hoy día.


Lo cierto es que el whitewashing de la música pop ha desprovisto al reggaetón de su identidad racial, el dembow jamaicano nacido en las fiestas de dancehall de la isla a mediados de los ochenta y principios de los noventa, esa música que El General presentaría en Panamá como el primer paso para reconectar con los ancestros afrocaribeños de los principales gestores del género a principio de la década de los noventa. El Tropical House, como mal llamado ha sido por publicaciones con la trayectoria de Rolling Stone. Éxitos rotundos como “Sorry” o “Shape of You”, que no son reggaetón, pero beben de la misma fuente, han diluido el impacto racial de importantes artistas de principios del género, los cuales no hacen parte de la narrativa oficial del reggaetón en su corta pero profusa historia.

El reggaetón no tiene la culpa del éxito del reggaetón. El reggaetón es un fenómeno complejo en el que multitud de actores hacen parte. Siendo justos, todos los artistas de su primer momento merecen nuestro respeto: lo hicieron solos en un mercado discriminatorio, mismo que ahora los busca con contratos por millones de dólares. La discusión no es ya ni siquiera una de música, sino una de ética y mercado. Como escuchas sabemos que la radio comercial nos va a bombardear con este género, como escuchas tenemos la responsabilidad de ir un poco más allá. Como Juancho Valencia proponía en un video que presentó a la luz de los anuncios en las nominaciones la semana pasada, el reggaetón tiene la obligación de agradecer a sus padres y abuelos musicales, músicas que aún hoy siguen vivas y que encontraron con esfuerzo un lugar en las nominaciones de la semana pasada. No tengo ningún problema con que se baile un ritmo hegemónico, como no tengo problema con que Subway, McDonalds y KFC ganen tanto dinero en nuestras geografías. Sin embargo, que sirva esto como invitación para que, por lo menos, hagamos el esfuerzo de vez en cuando para descubrir otros sabores, que escuchemos el trabajo de Cimarrón, Juan Piña, Burning Caravan, Puerto Candelaria, Paula Arenas, Canalón de Timbiquí, Voces del bullerengue y tantos más que hacen parte de las nominaciones para este certamen. Bailen todo lo que quiera, consuman lo que se les de la gana, pero intenten también apoyar a una serie de artistas que, sin el músculo monetario para publicidad y pauta de Maluma o Balvin, llegaron solitos a esta competición por el gramófono dorado.


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