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  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

Isla de caras se pasea por varias visiones del amor en “Gran turismo”



En el gran universo del nuevo indie argentino, que siempre es más plural e hipnótico, Isla de caras ocupa un lugar singular que los ha llevado a lanzar uno de los discos esenciales del 2023 latinoamericano, Gran turismo. Liderada por Lautaro Cura, la banda con sede en Buenos Aires presenta una amalgama de sonoridades que van desde ensoñadoras melodías de synth pop hasta una exploración de corte psicodélico de las formas estándar del pop multitudinario. Sobresale, como siempre, una inventiva lírica que nos lleva por historias enternecedoras de deseo y ruptura, así como despedidas definitivas y promesas inconclusas que se desdibujan en el humo del tabaco nocturno.


Después de un 2022 en el que la banda giró con resultados sobresalientes su predecesor Una caricia, un disco que llegó en plena pandemia y los catapultó a la cima de su liga, la banda se consolidó como esfuerzo coral y aportó a la producción en tiempo record de Gran turismo, un álbum sobresaliente en su trayectoria, cargados de sonidos vibrantes y más acelerados que vienen de entender el comportamiento de sus canciones frente al público latinoamericano. Con un puñado de nuevas desventuras entre las manos, pero con la madurez de aprender una forma del amor propio más sana y edificante, Isla de caras se presenta como una de las bandas centrales de la nueva avanzada gaucha. Sobre un bólido elegante y veloz, la banda enfila hacia un horizonte pletórico de posibilidades y aventuras.


A propósito del importante estreno, hablamos con Lautaro Cura sobre los sótanos peruanos, las películas de Wong Kar Wai, además del legado a cinco años de Chango, el álbum con el que debutaron en 2018.


Comencemos hablando sobre el lugar en el que se encontraba la banda, emocional y musicalmente, cuando Gran turismo empezó a tomar forma. Me interesa también pensar en cómo era un lugar distinto o similar al que ocupaban cuando empezaron las jornadas de Una caricia.


Estábamos en lugares muy diferentes cuando hicimos el disco anterior y cuando empezamos a pensar este disco. De hecho, en el proceso de formación y de grabación de Una caricia, los chicos todavía no eran miembros establecidos de la banda, sino que era una especie de proyecto liderado por mí. Y, después de la pandemia, que justo venció con la salida de Una caricia, empezamos a tocar un montón y ahí se terminó de establecer esta formación de la banda, al punto que tocamos 52 veces en 2022. En ese proceso de tocar tanto Una caricia, la banda no sólo se estableció, sino que se estableció un grupo de amigos que convivía constantemente y fue muy difícil que eso no se instalara como una nueva dinámica de trabajo: una vez que encuentras la banda quieres hacer todo de esa manera.


No sólo pasamos todo el tiempo tocando juntos sino que pasamos todo el tiempo juntos, salíamos juntos, teníamos las mismas anécdotas. El universo que se fue armando nos correspondía a todos y fue inevitable que esa dinámica se trasladara a la formación de un nuevo disco. Casualmente coincide que empezamos a hacer las canciones en la parte de la gira que correspondió a México, por ahí en agosto del año pasado. Ahí hicimos “Insurgentes” y “Mi defecto”. Yo tenía un par más, “Terca” y “Hablé un poco de más”, en forma de demo, pues no habían quedado en Una caricia y entonces teníamos una base de cuatro o cinco canciones. No recuerdo cuál sería la quinta, pero ya había una especie de mitad del disco establecida. Y, a partir de diciembre o de noviembre que nos instalamos ya en Buenos Aires, empezamos a maquinar, a maquinar, a maquinar y pusimos un deadline. Dijimos: “Si queremos hacer las cosas como las queremos hacer, en julio tiene que salir el tercer disco de Isla de caras”.


Establecimos un calendario de trabajo y determinamos que desde febrero hasta mayo podíamos trabajar con plena dedicación al proyecto. Hicimos una base en mi departamento, pues tengo un home studio, y a cuatro cuadras tenemos el estudio de Matías Cella, que fue el productor, quien también había mezclado los discos anteriores. Había colaborado con producción y es un productor del carajo. Nos juntamos todos los días, con mucha cerveza veraniega y porteña. Creo que el disco lo hicimos sintiéndonos muy felices y con mucho clima de tertulia, de reunión, de fiesta. Nos reíamos mucho haciendo las letras. Me reía porque, encima, había salido de una relación un poco tóxica y sentía que era más sano dejar de llorar y empezar a reírme de lo que me había pasado.


Gran turismo tiene un carácter como medio de diversión, de chiste, de ironía, obviamente cruzado con el despecho, pero sí desde un lugar diferente al de Una caricia que tenía que ver, aunque estaba también cruzado por eso, con algo más solemne. Esto era más una especie de humor ácido y de oportunidad para transformalro en otra cosa. Así empezamos a hacer el disco, con un clima de fiesta, pero también con mucha consistencia y mucha constancia. Nos juntábamos todos los días durante cuatro meses y emocionalmente nos encuentra trabajando como un equipo. Y eso en Una caricia no había pasado. Fue más como una especie de experimento alternativo y este sí fue como un proyecto de trabajo en equipo con fechas determinadas, jornadas, gente externa que entendía el proceso de la misma manera que nosotros.





Cuéntame un poco sobre el nombre del álbum que, para mí, implica movimiento y velocidad. Además, siento que es un disco pensado para el en vivo. En ese sentido, quisiera hablar también de cómo las giras informaron musicalmente la estética sonora de Gran turismo.


Total. Es súper interesante para mí. Nos pasó que en la gira que te habló del año pasado, el primer show que hicimos fue en Lima, en un sótano, y tocamos “Demoliendo hoteles”, de Charly. Los temas de Isla de caras, por lo menos los anteriores a este disco, eran como una cosa más etérea, más sensual, con cadencia. Qué sé yo. Por lo menos tenían esa intención. Y no es que fueran temas para saltar, para cagarse a palos, para hacer pogo o invitar un poco a la destrucción. No eran temas para un sótano. Y, cuando cerramos con “Demoliendo hoteles” fue una locura. Una locura importante, ¿viste? Cuando sientes que algo se rompe: es poder tocar el aire y algo se transforma. No por nosotros, sino que nosotros nos habíamos transformado. La gente saltaba un montón. Veía a los costados y mis amigos no entendían lo que estaba pasando pero, además, veía las paredes transpirar.


Entre esa primera corazonada y volver a tocar el mismo show varias veces, fuimos sintiendo que faltaban canciones que apuntaran en esa dirección. No sé si necesariamente punk, pero que tuvieran un poquito más de voltaje. Con esa idea pre concebimos una dirección del disco, pensando que tenía que ir a un lugar menos solemne y más crudo. Sobre todo era subir el BPM de las canciones: dejar de llorar y cambiar ciertos sustratos por otro para que el resultado final apuntara en esa dirección que nos parecía más tentadora. “Si los shows se parecen más a esto, nosotros la vamos a pasar mejor también”. Súper alteró el sentido de la gira en esa dirección.


Y, después, está el tema del nombre. Creo que hay dos maneras de verlo. La primera esto, que fue preconcebido en estado de gira, en estado nómada de movimiento, como una gran visión turística. Como si fuera una especie de turismo mayor. Como cierto compromiso de pertenecer. Por algo estás ahí, no eres un simple voyeur, sino que estás ejecutando un plan. La segunda es que no teníamos muy en claro a dónde ir, no teníamos maquetas, eso es importante: fuimos a grabar sin estructuras. Aunque no tuviéramos estructuras, aunque no tuviéramos las letras, había que grabar. Porque teníamos una fecha y era así. Entonces íbamos descubriendo el circuito a medida que avanzábamos, era como ir con los ojos cerrados y armar una especie de recorrido que íbamos descubriendo como turistas, como cuando vas a una ciudad y no sabes qué te vas a encontrar.


Por último, hay una tercera visión, que era la de no tomar partidos. Hay conceptos fulgurantes sobre el amor, y nadie entiende muy bien de qué carajos se trata amar hoy en día, o el despecho o la correspondencia. Entonces estaba tentado a tomar una percepción más voyerista sobre estos temas, más turísticas. “¿Sabes? Siempre pensé algo sobre el amor y estos temas y la realidad no me está devolviendo lo que quiero. Entonces mejor me voy al banco de suplentes un rato y veo cómo ustedes ejecutan esto”. Sobre todo para volver a entender de qué se trata. Ese es el trasfondo más invisible de lo que puede ser el gran turismo.


En ese sentido, ¿cómo nació la colaboración con Little Jesus? ¿Se encontraron en la gira?


La colaboración es un tema súper contemporáneo porque tiene riesgos. Se nota mucho cuando escuchas una colaboración que dices “Uf, ¿para qué la hicieron?”. Me parece que, en ese sentido, nosotros siempre tuvimos la suerte de tener colaboraciones súper orgánicas, cuyo resultado se nota que es algo coherente de antemano. La colaboración se dio porque Santi, el cantante de Little Jesus, y yo empezamos a tirar muy buena onda por Instagram. A mí me encantaba la banda y, ahora en un viaje a México que hice para el Vive Latino que tenía que firmar una cosa de la agencia, lo conocí por una amiga en común, en un cumpleaños y pegamos súper buena onda.


No alcancé a ir a su estudio, pero quedó la promesa de hacer algo. Volví a Argentina y le mandé un WhatsApp diciéndole que la canción de “Mi droga favorita” le quedaría pintada a su voz. Literal, fue súper sencillo: me dijo “Me encantó el tema. Hagámoslo. La semana que viene te mando las voces”. Obviamente yo estaba un poco ansioso, porque tenía muchas ganas de que sucediera. ¡Y me mandó las voces a la semana! Fue una cosa súper orgánica y sencilla de gestionar. Nos mandaba fotos en el estudio y pruebas. Nosotros festejamos todas las cosas buenas que iban pasando como si fueran goles. Entonces fue muy divertido hacerlo. No parecía que se estaba haciendo a la distancia, parecía como si estuviéramos todos en el estudio. Y así fue. Compartiendo como una especie de tercer lugar en el aire.




Quisiera hablar también sobre la visión del amor que plantea este disco. Siento que, desde las canciones, hay una suerte de idealización del objeto amado, que no es real sino imaginado. Así mismo, hay un tema de la contemplación y la mirada, que me habla del deseo y la fantasía. No por ponerme lacaniano…


Te pusiste lacaniano sin ponerte lacaniano [risas]. Buenísimo, encima no tengo que pagar terapia: ¡es una entrevista y de paso me llevo la sesión de psicoanálisis! Es tal cual tú dices. Creo que yo, que soy un gran discípulo del amor romántico, estoy asistiendo a una crisis del amor romántico en mí y en la vida en general. La pregunta es cómo ser un mejor feminista sin perder ciertas ideas románticas. O al contrario: entregarse a perderlas. Puntualmente en este disco, ¿por qué se habla de este deseo desde el lugar de no tocar? Porque es la parte que viene después. No está siendo ejecutado el amor, es el recuerdo de un amor al que no se puede acceder. Son cartas del exilio de ese amor. No es tanto la idealización del deseo presente, sino de lo anhelado, lo perdido y el recuerdo. Se recuerda desde la idealización porque es una tentación muy latente la de analizar lo que uno recuerda. Ahí te tiré un par de puntas. Cuando tenga terapia te mando un mensaje con mayor claridad [risas].


Pensando también en todo eso, me interesa hablar de Wong Kar Wasi y su presencia en el disco. En sus filmes hay una calidad onírica y una atemporalidad que desdibuja los límites de las horas y minutos. También está el tema de la ruptura.


Coincide que con este amor tan grande que tuve, al que le compuse gran parte de las canciones, fuimos muy fanáticos de Wong Kar Wai durante toda la relación y devoramos todas sus películas. Lamentablemente, siempre voy a asociar a Wong Kar Wai con ella y me cuesta un huevo ver sus películas ahora. Había algo curioso y es que la canción no hacía referencia a él. Pero, de pronto, me sentí muy tentado a grabar ese coro y tenía que ver con esa película Happy Together, sobre esta pareja que viene de Hong Kong hasta Buenos Aires. A mí desde chico me pareció muy loca esta idea de ser turista en tu propia ciudad, pensar cómo la verías, cómo se sentiría esa mirada voyerista de Buenos Aires. En Happy Together ves una Buenos Aires que nunca conociste ni de casualidad. Hasta las cervezas comunes parecen distintas. La Boca parece distinta. Todo parece distinto. Entonces volví a esta cosa turística que me hacía más sentido y que me reintroducía a la canción en este universo de lo turístico y, además, si le había escrito esta canción a esta persona, era como una especie de evento redondo.


Hablemos un poco de la relación con los fanáticos después de Una caricia. Debe ser muy extraño poder encontrarse con ese mundo invisible que intuíamos en la pandemia, pero cuyo verdadero peso no podíamos medir hasta que nos reencontrasemos.


Para mí, un poco accidentalmente, siento que tuvo que ver la pandemia en agrandar ciertas cosas. Es como que todos perdimos la distancia de referencia. Como cuando ves el espejo retrovisor del auto y te previene que los objetos pueden estar más lejos o más cerca, la pandemia fue como un gran vidrio raro en el que no entendíamos qué tan cerca o lejos estaban los objetos o los conceptos. Entonces para nosotros fue muy loco cuando tocamos por primera vez Una caricia en Buenos Aires, porque pasamos de tocar Chango frente a 70 personas, que capaz era igual de bueno a Una caricia, antes de la pandemia a tocar Una caricia para 700 personas. Tampoco fue un punto de quiebre porque después seguimos tocando para 700 personas o menos, pero fue constatar que la gente estaba escuchando el disco.


Sacamos “Idiota” en medio de la pandemia y no teníamos la más puta idea de cómo se lo iba a tomar la gente porque no se daba el feedback inmediato de tocarlo a las dos semanas. Era como tirar botellas al océano a ver qué pasaba. Y también siento que poder girar con ese disco me hizo sentir, en lo particular, el ser parte de una conversación artística más continental. Llegábamos a un lugar y ya había artistas de ese país que conocían Isla de caras. No tenía que decirles qué música hacíamos sino que la conversación ya estaba iniciada. Eso me dio un alivio tremendo porque no tener que explicar lo que haces te da mucha tranquilidad. Eso cuando uno se dedica al arte, que es muy conceptual y una actividad en la que el mercado de discursos es permanente, que alguien del otro lado corresponda y que tu discurso haga parte de la conversación, es un alivio. Se sintió como un gran alivio y nos dio un sentido de relevancia, de que lo que estábamos haciendo estaba llegando.




Para cerrar, y haciendo todo al revés, ¿cómo ves hoy en retrospectiva a Chango cinco años después de su publicación? Creo que siempre es bonito volver la mirada conforme se van alcanzando hitos y triunfos.


Además es que cada vez el pasado parece más lindo. No sé si le pasa a todo el mundo. Chango fue el disco más lúdico de todos porque le estás faltando el respeto a tu idea platónica, no estás dialogando con ninguna obra propia, no te estás comparando con nada, ni siquiera estás eligiendo qué te interesa comunicar. También fue una lotería el resultado final porque nos lo tomábamos muy en serio y, al mismo tiempo, nos lo tomábamos como un juego.


¿En qué sentido en serio? Yo fui con todas las maquetas, con sonidos preexistentes. Llevamos cuatro sintetizadores que conseguimos de amigos, guitarras espectaculares que nos prestaron, nos fuimos una semana al estudio en el campo, contratamos a un ingeniero de sonido al que le pagamos una fortuna para que estuviera con nosotros toda la semana. Éramos niños de 23 y 24 años que no tenían la más puta idea de lo que estábamos haciendo, pero queríamos que pareciera lo más serio posible todo. Después está el hermoso proceso de estar haciendo un disco como de retiro espiritual, porque estábamos desconectados de la ciudad, a una hora y media, hacía un calor tremendo, era un lugar medio en la selva del que caían bichos de los árboles.


Un día me llegó un mensaje en el trabajo de uno de los chicos del sello contándome. Yo en ese momento no me llevaba bien con él y pensé que era una mentira más y busqué al sello en Google y sí existía, editaba discos internacionales. Fuimos para adelante y me parece una locura que nuestro disco inicial se vendiera en Japón y que se acabaran casi todas las copias. Capaz es el resultado de que cuando te tomas algo en serio, aunque no tengas claro el resultado, pueden pasar cosas loquísimas como esas. Hay una gigantografía nuestra en Tower Records en Shibuya, Tokio. A veces seguimos apareciendo en cuentas de Twitter en japonés.




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