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Bequint Pablo

La paciencia de Tappan



Las épocas convulsionadas demuestran de qué está hecho un verdadero artista; o bien lo llevan a un estancamiento a nivel creativo o, por el contrario, logran despertar en él una creatividad sin límite que lo anima a arriesgarse a explorar nuevos elementos que se traducen en obras con un efecto catártico inevitable. El verdadero artista sabe que no se puede guardar sus sentimientos por mucho tiempo porque, tarde o temprano, llegan a convertirse en algo más grande que él y buscan la necesidad de explotar de alguna manera. Y más allá del contexto artístico, del disfrute de su arte o de la popularidad que puedan alcanzar sus obras, para él ya se trata de algo más personal, de una batalla interna: de algo necesario para su espíritu, para darle sentido a su vida.


Tappan es uno de esos grandes artistas. De eso no cabe la menor duda. Y no solo me refiero como compositor o cantante, ni como un absoluto virtuoso de la guitarra (eso sería caer en lo obvio). Su calidad humana, su estilo, su buena onda y su personalidad son un sello indiscutible en el sonido y la estética de cada uno de sus impecables trabajos a lo largo de más de 10 años de carrera. Por eso, partiendo de esa premisa, siempre es grato volver a escuchar de él, sobre todo en una época en la que el arte es lo que nos ha mantenido en pie, cuando todo lo demás parece desmoronarse a nuestro alrededor.


A mediados de 2021, cuando la pandemia estaba en su peor momento en nuestro país y la crisis sociopolítica nos aterraba más que nunca, el músico nos sorprendió con un llamado a la calma muy necesario: Un día a la vez, una canción que abandona un poco el sonido que lo caracteriza -es decir, guitarras enérgicas llenas de riffs contundentes y solos virtuosos-, y le da paso a una atmósfera tranquila y reflexiva en un tempo lento, en el que el protagonista es un piano con armonías dulces que evocan a Satie o al propio Debussy.


En un comienzo, la pieza parecería ser algo tranquilo y fácil de oír, pero en una audición más profunda se empiezan a descubrir elementos que la hacen la maravillosa canción que es. Al entrar la batería, la guitarra y el bajo, (los dos primeros interpretados por el propio Tappan) se nota un colchón armónico contundente y algo denso, que crea un contraste único con una voz que crece consistentemente en intención hasta llegar a un coro poético, cantado desde las entrañas, a medida que se acerca al clímax.


Pero no quiero extenderme y analizar la canción como un musicóloco, ni contar su trama de principio a fin, como hace Amazon con sus películas. Poco útil el ejercicio. Lo chévere es oírla, es tremenda, y ya. Prefiero contar cómo le había dicho al propio Tappan que al oírla quería escribir de ella porque me parecía hermosa, y cómo le incumplí porque me dio covid cuando estaba escribiendo su nota. La realidad es que la pasé tan mal durante esos días de mierda, en julio de este año, que al tercer día le escribí contándole, y él, con su frescura, me dijo “Mejórate, bro, dale un día a la vez”.


Ese “dale un día a la vez” me subió el ánimo en esa época jodida, me abrió los ojos. Como al cuarto día del covid me sentí bien, y luego de una fiebre macabra de 4 días, llamé a Tappan y le dije: “Qué canción te has compuesto, cabrón, me llegó al alma, ya tengo lista tu nota (es mentira, la oí 1979 veces más).


Es grato ver cómo aún existen artistas de la calidad musical de Tappan, con esa dedicación, con ese respeto, con esas ganas de no comerle a nada, de salir de su zona de confort para experimentar y crear obras que llegan al corazón. Es grato escribir de ellos mientras uno oye sus canciones. Al vivir un día a la vez encuentra uno la belleza del presente, el alma se sitúa en el momento y el sentido de estar vivo se hace evidente.



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