En el marco del BIME, conocimos a uno de los proyectos nuevos más interesantes de la actualidad chilena. Invitado como parte de la delegación de su país por ChileMúsica, pau fue el encargado de cerrar los showcases del miércoles 4 con una colección de canciones intimista y dinámicas que apelan a las emociones más puras y profundas del abanico emocional humano. Compositor, productor musical y multi instrumentista, pau ha colaborado desde el año 2010, tanto en el estudio de grabación como en vivo, con diferentes proyectos de la escena independiente chilena, en instancias nacionales e internacionales. Después de una estancia en Europa, y en medio de una pandemia a la que seguimos apelando desde la crítica, pau empezó a dar forma a sus propias canciones en uno de los años más extraños de la historia reciente humana. A fines del 2020 el chileno lanzó su primer disco Latencia, del que destacan los sencillo “Depresión Estacional (Pittosporum)” e “Inmersión”, este disco lo lleva a ganar la categoría “Mejor Nuevo Artista” en los Premios Pulsar 2021, de su país. Hablamos con el músico y compositor mientras se prepara para su segundo álbum y entramos a su mundo lleno de añoranza hogareña, cargado de sonidos prestados de todas las latitudes.
Comencemos hablando de cómo nace el proyecto de pau y los primeros sencillos, que tuvieron inmediatamente una recepción muy importante en Chile.
Fue muy espontáneo el surgimiento de este proyecto. Siempre he trabajado como productor musical y he trabajado con otras bandas grabando discos. El primer sencillo que lancé fue el primer momento de entusiasmo que sentí: “Tengo estas canciones guardadas hace tiempo, voy a producir mi música yo solo”. Una vez que saqué los primeros sencillos, nunca los publiqué con mucha ambición de hacer una carrera tan profesional, sino como para darme un gusto. Recibí buen feedback y decidí empezar a ponerle un poco más de ímpetu a este proyecto que finalmente se transformó en un disco y que tuvo muy buena recepción por parte de la crítica.
Estas canciones empezaron a salir durante un tiempo en Londres. Siento que Latencia es un disco de añoranza del hogar, un disco lleno de vacíos, de recuerdos, con un sonido muy cálido, pero con el tema de lo hogareño.
Absolutamente, creo que es un tópico, al menos en ese primer proceso musical mío, recurrente. Soy de provincia, de algo que no pertenece a la región metropolitana, y en un momento me vi obligado a venirme a vivir en la capital. Tener códigos distintos, un origen distinto en diferentes lugares hace que uno sea nostálgico.
No quiero caer en estereotipos, pero sí siento que ustedes son muy hogareños. ¿Cómo funciona esa idea en Chile? Nosotros los colombianos somos súper de nuestra casa, nuestro barrio y amigos.
Es una idea transversal. Sin caer en un reduccionismo burdo, es un elemento característico que tenemos los pueblos latinoamericanos. A pesar de tener diferencias idiosincráticas, de historia, vivimos procesos súper similares. Vivimos procesos de colonización, de post colonización. Sin duda, tenemos una historia común que nos debe salpicar de muchas maneras, incluso de algunas que ni siquiera sospechamos. Este tipo de cosas, por ejemplo, las confirmaba cuando vivía en el extranjero: aun teniendo muchas herramientas y muchos elementos para congeniar con gente diferente, finalmente las personas con las que tenía una afinidad casi inmediata, sin dificultad, era con cualquier latinoamericano. Compartimos esa añoranza hogareña.
Ahora que mencionas lo latinoamericano, me interesa ahondar sobre eso. El disco no está enmarcado en el “redescubrimiento de lo latinoamericano”, una idea a la que nos hemos acostumbrado y que ha sido la puerta de entrada nuestra a los mercados internacionales. Creo que ahora no hay problema con que un artista chileno tenga una influencia del city pop japonés, por ejemplo.
Precisamente. Y viceversa también. Creo que eso es lo más interesante: poder ver que, a los mercados más hegemónicos, con industrias gigantescas, lo latino les está pareciendo atractivo. Los artistas con mayores ventas tienen referentes de los latinos. Nos estamos apoderando de estos espacios en un buen sentido. Tiene lógica, debido a lo que dices, que los latinoamericanos nos empoderemos con lo del resto, que no hay ningún problema en que porque somos artistas de este continente y estemos representando nuestros países afuera tengamos que tocar sí o sí folclor. O música de raíz. Perfectamente en Chile se puede hacer un pop sofisticadísimo sin ser esa nuestra raíz.
También, y si bien es cierto que es un momento de hibridación cultural, hay una preocupación por lo que nos pertenece y lo que no puede ser coaptado por otras personas. Siempre he sentido que la música es plural, sincrética y nunca pura. ¿Cómo defiendes esa identidad chilena, si hay que defenderla, o cómo ves ese tema de lo que puede o no ser tocado o hibridado?
Muy interesante la discusión. A veces me presento un poco escéptico ante una dogmática de esa discusión. Creo que es un problema que tiene nuestra generación y sus síntomas pueden llamarse Twitter, pueden llamarse cualquier red social de turno y cualquier plataforma en la que uno pueda tener una opinión en la que incluso uno se pueda volver en este sistema de validación de opinión, uno puede pelear por esa validación. Digo que soy escéptico porque para mí no es relevante esa discusión, pero lo digo desde mi punto de vista como individuo, no desde la plataforma que yo tengo como artista o como creador. Como consumidor de música no me molesta el tema de la apropiación cultural y creo que el costo que pagamos a exista esta preocupación por la falta de respeto a determinadas manifestaciones culturales es muy bajo versus el enorme beneficio que tenemos de tener manifestaciones y expresiones tan ricas tan globalizadas hoy día, como la de poder escuchar a un grupo de k-pop tocando música con influencias del reguetón. Eso es algo que encuentro interesantísimo. Interesantísimo. Creo que el goce que da vivir en una época como esta, en la que tenemos en la punta de los dedos tanta música, opacan y convierten las otras discusiones en pequeñeces. Son mezquindades de no poder disfrutar todo lo que está pasando hoy en día a nivel global.
Creo que, al ser hijos de la generación del Internet, tenemos mejor digerida la posibilidad de hacer cosas. Aquí el anime, por ejemplo, ha sido enorme y esto habla también de una cultura global. Creo que hoy día las preocupaciones son otras, problemas transversales a todas las culturas.
Aquí también fue enorme. A mí me encanta el anime, veo mucho. El otro día conversábamos con un amigo, coetáneo de nosotros, y él decía “cuando nosotros éramos jóvenes y veíamos anime, era algo muy raro. Generalmente venía acompañado de algún tipo de matiz de bullying. El friki”. Hoy día está tan normalizado, ¡incluso puede ser un fenómeno pop! En Netflix el anime es tendencia: la mamá de un amigo estaba viendo Shingeki no Kyojin (Attack on Titan). Han cambiado las cosas, eso sí. Pero ahora, siento que esta postura escéptica tengo sobre esta discusión podría darse por el hecho de que soy hijo de una familia en la que la globalización ha sido rescatada como un valor, no nos ha avasallado. Personas que no viven con las mismas herramientas, con la misma educación y que incluso su identidad está mucho más arraigada en un sentimiento chileno, como algo que no se debería perder, de repente sí pueden ver en la apropiación cultural una amenaza. ¿Por qué cuando los gringos tocan esto sí es cool y cuando lo tocamos nosotros, latinos, hay un problema?
Es un tema de fondo y no de forma. Pienso, por ejemplo, en Chancho en Piedra y Los Tetas, que tomaron el funk para hablar de Chile, siendo ésta una música foránea.
Lo interesante, creo yo, en esos dos ejemplos que mencionaste, tanto Chancho en Piedra como Los Tetas, es que ellos siempre han tenido un discurso orientado al pueblo. No es un mensaje de lucha de clases, pero sí es un mensaje en contra de herencias de la dictadura que son muy fuertes, que tienen que ver con la represión sexual, con la represión ideológica, en el fondo, de la autodeterminación. La dictadura en Chile se colgó mucho de la Iglesia Católica y sus valores, de esas personas que tienen un juicio moral sobre todas las cosa. Ellos ocuparon un poco el funk también para contarlo localmente.
La música chilena ha tenido siempre un espacio muy importante en lo social, de Violeta Parra a Camila Moreno, y todo lo que está en medio. Siento que a veces se condena a esa música que tiene otros lenguajes, que no tiene un arraigo en lo social. ¿Cómo ves esa discusión cuando estás proponiendo un producto más intimista, doméstico, con otras preocupaciones?
Bien se ha dicho que lo personal es político y, en el fondo, no es necesario hacer canción protesta para poder exponer una idea de país, o para hacer crítica social. La canción protesta no es la única forma. En el fondo, eso es lo bonito de escribir canciones: uno vuelca una parte de lo que uno piensa e, incluso en las pequeñas cosas, uno puede manifestar la visión que uno tiene del mundo. Lo procuro en mis letras, siendo mis letras bastante narrativas. Son historias y anécdotas, cosas que te suceden a ti, cosas que me suceden a mí para poder, ojalá, para hacerlas universales y llegar a más corazones.
Ahí también está esa función social del arte, si la hubiera, que es la posibilidad de encontrar consuelo en la contemplación. Son canciones que dan sosiego en medio del silencio y que dan un nuevo aire cuando la vida nos abruma. Porque la lucha es pública, pero también es privada y, si no estás no te puedes parar de la cama, no puedes pararte por las injusticias.
Precisamente, precisamente. He visto este proceso, al menos en mi vida personal, no en mi faceta “pública” de cantautor, también lo he visto de esa forma. Ha sido una manera para ayudarme a mí para poder luego ayudar al resto. Es el típico ejemplo del avión: si quieres ponerle una mascarilla a un niño o a alguien que necesita asistencia, te la tienes que poner tú primero.
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