top of page
  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

Pilar Cabrera: el arte de recuperar la fuerza de gravedad



Durante años Pilar Cabrera ha estado sorprendiéndonos con el poder de su canción. Cabrera es una música de procesos distintos, pues tiene una manera particular de enfrentarse al mundo a través de un agudo de ejercicio de observación. En ese sentido, para la bogotana la duda no es una barrera sino el primer punto de encuentro con el conocimiento, pues sus inquietudes la obligan a estarse preguntando sobre los mecanismos invisibles del mundo, la entomología de las melodías de guitarra y las maneras arcanas para que una experiencia personal pueda convertirse en un relato que apele a lo universal y nos conmueva a todos. El proceso de Cabrera es uno de esfuerzos y caídas, de aprendizajes y llanto, de prisiones de sábanas cálidas y vasos sucios en un cuarto poco iluminado. Es un proceso también de resiliencia y empuje, de estrategias para combatir los miedos blandiendo un esfero a modo de espada para vencer con canciones esos monstruos que solo nosotros vemos. Cuando estamos solos.


Pilar Cabrera acaba de presentar su primer álbum, 29:56, un documento de diez canciones en las que retrata con una visceralidad herida y una vulnerabilidad angélica los procesos de reinvención que hubo de atravesar para poder despegar de nuevo, dejando atrás un pesado colchón al que estaba amarrada para volver a volar en el aeroplano de su imaginación inagotable. A propósito de su presentación próxima en el Estéreo Picnic, buscamos a la persona detrás de las canciones y hablamos largo sobre la narrativa de su colección musical, los pesos tangibles que plantea la duda y cómo salir del abismo con la ayuda de nuestra familia, ya sea la que nos parió o la que parimos, o aquella que el destino y el azar ha elegido para nosotros, que nos acompaña y nos escucha. Que nos abraza, nos mira a los ojos y no nos juzga.


Quería comenzar hablando de cómo llegaste a la guitarra después de tocar la batería y de esa forma tan tuya de aprender a través de la observación, antes que con0 el método tradicional.


Creo que fue una cosa muy intuitiva. Había un deseo de aprender, pero esa forma tradicional no me servía, era un proceso que no me estaba entregando nada. Empecé queriendo tocar, antes que aprender un montón de técnicas, quería tocar canciones y siento que fue un poco pasando sin que lo planeara. Yo quería aprender a tocar tal canción entonces preguntaba. Y me he vuelto una preguntona con los años. Hay cosas que sé que sé, pero no sé cómo explicarlas técnicamente, porque no las entiendo desde ahí. Ya después de tantos años tocando con tanta gente conozco la teoría después de entenderla en la práctica, también por la necesidad de comunicarme con otros músicos.


Empecé a tocar la batería en el colegio y siento que fue una de las cosas más técnicas que he aprendido en la vida. Fueron dos años de estudiar juiciosa, con profesor. La guitarra llegó por mi hermana de forma natural y el ser cantante se dio porque me gustaba cantar, pero no sabía que podía cantar. Sentía que todo el mundo podía cantar igual, como si fuera hablar. Empecé a cantar desde la batería y Dani, mi hermana, me enseñó con la guitarra. “Mira, estos son los acordes mayores y menores, mira a ver qué haces con eso”. Así empecé a sacarme canciones, porque lo que quería era tocar. No sabía que eso me estaba entrenando el oído para el futuro, pero para mí era un gran plan sentarme a tocar melodías de canciones en un piano. Yo me imaginaba, nunca había contado esto, que estaba en Leyendas del Templo escondido, como si estuviera concursando y los retos fueran descubrir las melodías de las canciones [risas]. Todo partía de una necesidad de jugar. Y siento que cuando uno aprende a través del juego la información se queda grabada de una manera diferente.


En ese orden de ideas, esta forma de aprender y esta manera de acercarte al ejercicio de composición y la escritura, ¿cómo te hace entender la teoría del círculo de quintas y todo lo teórico?


No sé. Ahora que dijiste “círculo de quintas” me da risa. Esa es una cosa que he tratado de aprenderme y no puedo. No sé por qué. Muchas personas me lo han tratado de explicar, tengo el dibujo, creo que lo puedo replicar, pero me toma mucho tiempo acordarme cómo es. No tengo eso interiorizado. No podría explicártelo en este momento, tendría que estudiarlo, contártelo y luego volver a perder esa información. No es algo que traigo constantemente en la vida. Creo que es algo también que nace desde la necesidad. La necesidad te enseña muchas cosas. Tengo unos momentos de obsesión por ciertos temas en mi vida de manera particular y eso hace que me sumerja completamente en ellos, que no exista nada más en un período de tiempo. Eso me ha llevado a aprender del proceso de otras personas y voy aprendiendo lo que me sirve sin ser consciente.


Me gustaría poder ser un poco más clara al saber de dónde vienen las cosas, pero siento que el conocimiento es para vivirlo. Hay cosas que sé, pero no sé de dónde salieron. Pero sí intento preguntar todo. Me he sentado con Lucio Feuillet, que es un guitarrista brutal, a preguntarle por dónde empezar a estudiar. Él me ha dado unos ejercicios que he aplicado y luego se van. Suena muy mediocre, pero siento que es la forma como se ha adaptado a mi vida y me ha hecho crecer también. Es mi forma de aprender, pero la estructura es contraria a la forma como se supone que debes aprender. Cuando me aburren esos ejercicios, dejo de hacerlos. Busco uno nuevo y le doy y le doy. Una cosa que siempre me ha servido es sentarme a tocar canciones de otra gente y de esa manera entiendo qué es lo que esa persona quería hacer.


Hablemos de Pasos, tu primer EP. Hay una serie de videoclips en los que participa Julieta, tu hija, como una suerte de mini Pili. Fue un ciclo largo que seguimos con atención durante años y cuyos resultados nos siguen conmoviendo.


Toda esa etapa, todas esas canciones, acompañaron un proceso muy fantasioso y con mucha ilusión. La ilusión de sentir que todo lo puedes. Ese EP fue un regreso a la ilusión infantil. Todo es posible cuando uno es chiquito: uno se imagina este mundo en donde todo se puede y un día se es bombera y al otro enfermera. Esa es una cosa que uno va perdiendo con los años. Pasos es la representación de esta niña que sueña con ser aviadora y está jugando, pero hay un miedo terrible que la persigue y que está representado en un monstruo. Ahí el tema es que la niña la confronta, porque es mejor enfrentar los miedos que huir de ellos y decirles “¿Qué quieres?” y el miedo va en onda “Sólo, por favor, ponme atención. Necesito estar acá y jugar también”. Todo ese EP se fue hacia esa idea de reconciliarse y de ponerle atención a uno, a no perder esa ilusión de las ganas de la vida y todo lo que puede ser posible.

Son cuatro videos. El primero es una cuestión un poco artística en el que al final voy volando en un avión y no sabemos nada más, hay una liberación ahí. Luego está “Contratiempo” que arranca toda esta historia con Julieta, mi hija, que quiere ser aviadora y pasa todo esto del monstruo, en el que se lo encuentra y que confronta. El tercero se llama “Mírame” y en ese ella se queda dormida y el monstruo se va, porque los miedos no se quedan para siempre y todo está en transformación. Ella en esta pesadilla intenta encontrar un nuevo lugar. Al final se aparece el monstruo en forma de niño y le entrega un mapa. Ese papel aparece en el último video, en “Habrá”, cuando ella se despierta con ese mapa y se va de aventura. Al llegar se encuentra conmigo, señalando la ilusión suya y mi frustración de haberme estrellado en el avión, esa sensación de sentir que ya no hay para dónde coger. Aparece ella en plan “Acá estoy, somos la misma. ¿Qué pasó? Te vengo a rescatar”. Es muy lindo porque al final nos damos un abrazo y queda ella lista para volver a empezar. Es un ciclo. Es acordarse por qué estamos haciendo esto, por qué me siento a los 33 años a tocar guitarra en mi casa. Es volver a lo básico, a lo más puro que tenemos para encontrar ahí las respuestas de lo que sigue. Eso es lo que quise mostrar ahí. Y cada vez tiene más sentido con lo que estoy haciendo ahorita.


Hablemos de la pandemia, de los encuentros, las colaboraciones. Salieron una serie de sencillos creados a distancia, en Sesiones por Zoom. Y es que era muy difícil estar encerrado y ustedes lograron crear una serie de canciones que no son tristes, pero que tampoco representan ese optimismo tóxico de ver el vaso medio lleno. Porque, de verdad, nos estaba doliendo.


Total. Fue muy así, de encontrarnos en creación. Fue un momento muy lindo para poder hacerlo virtualmente, porque todos estábamos en las casas. Siento que sería muy complicado replicar algo así ahora. Fue una cosa de ese momento. Sabíamos que no íbamos a tener presentaciones y eso nos afectó muchísimo, porque nosotros vivíamos afuera. Ese año yo tenía gira y todo. Fue muy frustrante. Era muy incierto todo, no sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar encerrados, fue una incertidumbre muy berraca. En esa época los lives se dispararon, tuve 160 personas en un momento. Eso nunca había pasado. La gente estaba conectada, tratando de encontrar algo a qué aferrarse. A todos se nos perdió algo y buscar la forma de encontrarlo de la manera que pudiéramos fue sentirnos acompañados. Eso hace que uno pueda llenarse un poquito más para dar otro pasito.

En ese momento, lo de Sesiones por Zoom, fueron encuentros que nacieron pensando en hacer algo de composición. Yo lo tomé como un aprendizaje, porque estaba también ubicando qué quería decir en ese momento. Fue un proceso muy duro también: todas las inseguridades afuera, todos los miedos de sentare a componer con personas con más experiencia; sentí mucho miedo. Muchas autopercepciones de incapacidad frente a una imagen que yo misma dibujé. Pensé: “Esto tiene que salir hacia algún lado” y mi hermana también insistía: “Si no sale una canción, vale huevo. No subimos nada. Y ya”. Pero luego, cuando ya salió la primera con Ceci Juno y Juliana, me animé para decirle a Lucio y a Álvaro que se sumaran y aceptaron.


Todo el tiempo pensaba “¿Para qué me metí a esta vaina?”. Lo más frito de todo es que yo grababa todas las sesiones del Zoom, para luego poder editar y tener más contenido, por si acaso. Y, cuando me senté a editar, escuchaba mi voz disculpándose por todo: “Perdón, tengo una idea”. Para mí eso fue tenaz: “¿Qué putas, Pilar? ¿Qué putas?”. Me vi a mí misma desde afuera y fue para mí una confrontación muy importante que me hizo evaluar mi auto percepción. Una locura. Es algo a lo que le trabajé durante dos años. Todavía, pero de manera intensa durante dos años. Un año y medio con ese pensamiento en la cabeza, acordándome de esas sesiones y haciendo algo al respecto cada vez que podía gestionarlo. Pero, claro, terminar con esas tres canciones al final de ese proyecto fue el premio mayor de la vida. Por lo que aprendí con ellos, por lo que aprendí de mí, por la experiencia. Encontré un talento para editar que no sabía que tenía. Fue una época que me dio mucho y que luego siento que también se compartió mucho desde esa experiencia y muchas personas me decían también “Espero cada día a ver qué vas a poner de las Sesiones por Zoom”. Parecía un programa de televisión de tres semanas, día tras día componiendo.


Fue espectacular. Siento que esas colaboraciones me trajeron mucha compañía también en momentos de mucha incertidumbre y soledad. El proyecto era juntar a tres compositores y tres seguidores que aparecían por Instagram contándonos las historias de cuarentena. Cada historia era distinta, pero tenía algunos puntos en común y era buscar la manera de que todo encajara. Todos podíamos sentir lo que la otra persona estaba diciendo que sentía. Fue algo muy bonito y poderoso. Un gran ejercicio de empatía, de conexión.





Hablemos un poco, entonces, de la autopercepción. Antes de que estrenaras 29:56 presentaste una serie de sencillos y siempre me pareció muy fuerte el ver que la portada era una foto tuya en la cama. Porque los que sufrimos de depresión sabemos qué significa esa cama y el estar atado a ella. Pensaba también en la doble enunciación del sueño, como esa suerte de anhelo a cumplir y la actividad misma de descansar. Pero, a veces, por estar durmiendo, no puedes hacer nada por concretar tus metas. Y eso te genera más tristeza.


Tal cual. Tal cual es lo que estás diciendo. Viví mucho mi depresión en mi cama. Mucho. Me costaba mucho trabajo pararme. Me acuerdo de estar acostada y sentir que mi cuerpo era más pesado que todo, como si el colchón me tragara un poco, como si estuviera adherida al colchón y sentarme era un esfuerzo mental, físico, emocional nivel 25.000. Era muy difícil. Y solamente pensar que, por ejemplo, si tenía ganas de orinar, la tarea de llegar al baño era imposible. No era que yo me encerrara en el cuarto, porque el hecho de maternar hace que uno encuentre la forma de arrastrarse a la cocina para hacer un desayuno para su hija, como sea. Yo pensaba un paso a paso para poder llegar. Acostada, hacía una lista de lo que tenía que hacer: siéntate, pon los pies en el piso, ponte de pie. Era tan despacio y con tanto cuidado que, al momento de llegar a la cocina, a preparar y servirle el desayuno a Julieta, necesitaba volverme a acostar, porque estaba agotada.


Fue una época muy difícil. Encontrar las maneras de hacerlo funcionar, de cumplir con mis labores maternales porque el trabajo sí se fue un poco a la mierda porque no coordinaba, era muy difícil. Tengo una imagen que me llegó como recuerdo hace poquito de estar en mi cama, abrir los ojos y, desde donde yo estaba se veía el corredor y, al fondo, se veía el estudio. Me acuerdo de abrir los ojos y de pensar en silencio durante por lo menos una hora “Me tengo que parar para poder sentarme a prender el computador. ¿Y para hacer qué? ¿Qué hago? ¿Por dónde empiezo?”. Era organizar el paso a paso de qué hacer una vez llegase allá. Tengo muy claro ver la luz que entraba en mi estudio desde mi cuarto oscuro, anhelando poder estar allá y hacer algo productivo, que tampoco sabía muy bien qué era.


Viví mucho mi depresión en mi cuarto. Trataba de hacer y volver a mi lugar seguro. En mi proceso de terapias, una de las cosas que descubrí, es que una de las cosas que me atrae de ahí es sentirme protegida, cuidada, no sentirme abandonada. Pero, al tiempo, se me detona la idea de “Quiero que venga alguien adulto para cuidarme ya. Quiero que venga mi mamá o mi papá a decirme que me esté tranquila, que puedo estar acá y que ellos me van a hacer el desayuno hoy”. Eso para mí era lo más anhelado. Pero no sabía que lo necesitaba, lo entendí después. El cuarto se volvió mi todo. Era el lugar en el que se armaba mucho desorden y luego no. Después intentaba organizar todo y lo requete ordenaba de una manera obsesiva, como Marie Kondo, para luego volver a dejar que se me fuera de las manos. Era duro. Voltearme y ver siete vasos en mi mesa de noche y sentir que llevarlos a la cocina era muy difícil pesa. Explicar esto a una persona que no ha pasado por esto es muy frito. Es una tarea que se siente imposible. Esa pesadez me hizo sentir que yo no podía con nada, que no servía para nada, que ya está ahí era todo. Si no podía lavarme los dientes todos los días los días, ¿cómo iba a sostener una carrera? ¿Cómo iba a hacer una canción? Era aprender un idioma nuevo en dos horas. Imposible.


Cuando ya empecé a recuperarme un poquito encontré que escribir sin orden es una terapia genial. Eso me empezó a traer palabras que se repetían, que fueron muy importantes para lo que hice después con las canciones: vacío, alivio, abismo. Puras palabras que luego quedaron en el disco. Eso lo entendí después. En un principio fue una estrategia de supervivencia. Ahora que miro para atrás, todo tenía sentido. Ese disco es el momento que viví. Por eso la portada del disco. Esas canciones para mí hablan de todo ese proceso, de lo que se siente, de la oscuridad, de las ganas de no hacer nada, de tratar de encontrar un poquitito de luz en algún bienestar que tiene que llegar de alguna manera para poder dar otro paso. Intentar un día más pararse de la cama para poder ir a orinar.


Creo que también hay un peso narrativo en la forma como nos tratamos. Al ser seres que contamos historias también nos contamos historias sobre nosotros mismos. Puedes ser un narrador benevolente, “Ignacio no había entendido los procesos de Mariana”, o ser cruel y terrible: “El tirano Ignacio sofocaba a Mariana”. Y creo que tenemos que ser más dulces con nosotros mismos, más benevolentes. Por eso, siento que el ejercicio de escritura automática, la terapia de sombras que hiciste, te fue tan útil.


Eso que dices es muy poderoso, porque yo he tratado muchísimo de cambiar mi narrativa. Siento que ese es hoy mi esfuerzo más grande: cómo me cuento a mí lo que me pasa o lo que siento. Por eso también siento que es importante darles nombre a las cosas. Identificar eso que sentía que era un abismo me permitía hacer algo al respecto. Para mí el disco fue eso: poder ubicar las sensaciones que tenía, los miedos que tenía, de dónde venían y para qué. Eso ha hecho que ahora pueda tener el presupuesto emocional para poder decir “Ah, okey. Ya no me voy a contar esta historia, sino esta”. Yo antes no podía hacer esto. Estaba tan sumergida en lo que estaba sintiendo que era imposible para mí echar para atrás y decir “Oh, lo que tengo que hacer es cambiar esta frase por esta cuando sienta esto”. Ahora puedo hacerlo. Siento que si uno le da el nombre a las cosas que uno siente, poder estar parado al frente de las opciones y tomar una decisión es imposible.


En ese sentido, el Colectivo de fuego también ha sido un proceso muy bello para ti. Ahí encontraste siete hermanas con sus particularidades que hacen que sea un junte mágico. Está Brina con esa fuerza como oscura y arrolladora, María con esa alegría atlántica y la sonrisa como carta de presentación o Paula, que es muy brillante, pero muy reservada y sabia en sus silencios. Creo que es una familia que se ha ayudado mucho. A mí me da un poco de envidia verlas parchando tan felices, porque a eso es lo que uno aspira.


Esto ha sido maravilloso. A nosotras mismas nos sorprende constantemente lo que estamos haciendo. Hace un tiempito lo hablábamos. Pucha, es que llegamos a ensayar y si alguna está teniendo un día de mierda, decidimos no ensayar y apoyarla para que pueda hablar y sacarlo todo. El ensayo sucede igual. Lo hacemos al día siguiente, lo reprogramamos. En este momento esto es algo urgente y acá estamos todas, todo bien. Las veces que se ha convertido el cuarto de Nati Medina en una sala de terapia conjunta es una cosa increíble. Lo más poderoso del Colectivo, para mí, es el poder unir tantos mundos, tanta música, tantas ideas, tantas cosas en este proyecto de todas. Yo te oigo y es una chimba. Yo misma me sorprendo de lo poderoso que es eso.


Funciona también como un tejido, porque es importante abrirnos espacios y entre todos apoyarnos. El Colectivo ya no es como que estemos tocando “Hola, soy Pilar y esta es mi canción”. No. Esta canción representa a un momento del colectivo. Es nuestra canción y salimos todas a compartir lo que significa para todas. Arrolladoras. Queremos motivar también con el ejemplo. Si a mí se me hubiera aparecido un colectivo de viejas, ocho cantautoras juntas, cuando tenía 13 años, mi vida hubiera sido diferente. Esa vaina me parece muy poderosa: poder hacer que se abra esta conversación. Es que, juemadre, hay ocho viejas con proyectos muy diferentes uniéndose para algo.


Todo ha ido cuajando todo con mucho cariño y eso ha creado esta energía de sostenernos, caminar juntas y echarnos las ganas para poder abrirnos un espacio también, como Colectivo y como ocho artistas, pues cada una está en su rollo. Este junte ha sido de las cosas más top que me ha pasado en la vida. Las veo y nos imagino viejitas después de haber caminado mucho tiempo juntas. Hay muchas ganas de crear y eso nos parece espectacular, además después de tanto tiempo, después de que nos dijeron que esta mierda no daba. “¿Para qué unirse si hay sólo un espacio para una chica con guitarra? ¿Quién va a ser? Ah, no, tú eres mi competencia: yuca”. No, ya no. Ya no es así. Es chévere poder hacer las cosas todas. Me da mucha alegría.



Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page