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  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

Rock al Parque 2023: balance de una edición histórica



El pasado puente regresamos al festival favorito de Latinoamérica. Durante tres días, con una asistencia histórica que bordeó los 400.000 visitantes, el Simón Bolívar volvió a celebrar una fiesta que de manera casi ininterrumpida ha sido un ritual anual para los entusiastas de la música, desde 1995. Y es importante hacer esa salvedad porque, contrario a lo que sucede año a año en las discusiones en línea con el anuncio de cada cartel, es importante destacar, subrayar y reiterar que Rock al Parque no ha sido siempre un festival de rock. Más aún: el rock tiene que dejar de entenderse como una forma sonora monolítica, inalterable.


Sin reparar en largas digresiones genealógicas, el género ha sido desde su génesis una forma estética híbrida que bebe de distintos elementos que van desde el jazz o el gospel al country y el folk de los Estados Unidos. Ninguna forma cultural es pura y es a través del sincretismo y el diálogo que el rock ostentó el reinado de la música durante décadas. Pero nunca fue el mismo. Siempre estuvo en transformación. Como el festival que lo representa en mayúsculas en nuestro país. Pero vamos por partes.


Con su mayor asistencia a la fecha, esta nueva edición del festival Rock al Parque superó las expectativas. Si al año pasado asistieron unas 300.000 personas en cuatro días desperdigados en dos fines de semana, esta edición contó con la presencia de más de 390.000 personas en tres días, es decir, una asistencia por encima de las 50.000 personas en promedio por día en cada una de las jornadas musicales con relación al año pasado. Desde un punto de vista de popularidad, el festival fue un éxito. Pero no lo logró así a partir de una curaduría complaciente y condescendiente. Los tres programadores de esta edición se jugaron el pellejo desprovisto de una gran chamarra de cuero y pusieron el pecho por una curaduría de primer nivel, inteligente, sorpresiva y, sobre todo, hábil con el manejo presupuestal de los dineros públicos. Sí, otra vez no vino Metallica, pero es hora de despertar y celebrar con honestidad lo que nos entregan de manera gratuita.


Fue una decisión novedosa la selección de las bandas, aunque tampoco tan extraña si uno se detiene a mirar por dos minutos toda la plétora de voces e identidades que han conformado el coro de esta sinfonía estridente. De nuevo, Rock al Parque ha tenido una visión plural desde su génesis: frente a bandas más ruidosas como Agony o Darkness, el cartel de su primera edición de 1995 ya encontraba a los Ciegossordomudos trabajando un sonido proto indie latinoamericano, compartiendo la tarima con el new wave mexicano de Fobia y las inquietantes fusiones de la versión más perfecta y atrevida de Morfonia. En ese sentido, también es importante que los periodistas revisen el contexto histórico del festival, que no se asusten si hay bandas de reggae y ska cuando siempre las han invitado y que abran su perspectiva musical a otras dinámicas del amplio espectro sonoro. Cuelguen ya la chaqueta llena de parches de bandas atávicas y permítanse descubrir otras formas de expresión.




Quizás al final del día el problema no es que esté tocando una banda de reggae sino que no está tocando la banda de reggae que yo conozco o que me gusta y eso advierte una necesidad de formación en el público. Para ver lo mismo, lo de siempre, es mejor quedarse en casa. Toda actividad cultural implica un encuentro con el otro, ya sea el asistir a una muestra de pintura lituana de la década de los sesenta, ver el último montaje de Woyzeck o encontrarse con nuevas historias del cuentero de un parque. La melomanía implica también una apertura de mente, un afán por descubrir, una necesidad de ser atravesado por otras miradas del mundo. “Yo soy de Chile y a él ni lo conozco”, escribía en redes un usuario sobre el anuncio de la presentación de Matías Aguayo. Perfecto: vaya y dése la oportunidad de conocer una propuesta de una persona cuyos padres salieron escapando del régimen y que, desde su orilla electrónica, ha creado su propia revolución cultural. Por cierto: Aguayo dio uno de los mejores conciertos de esta edición, pero de ello profundizaré en un artículo próximo.


Lo lindo


Fue una grata sorpresa constatar cómo la curaduría de la edición 2023 supuso un relevo generacional. Nuevos asistentes de una edad joven se presentaron por primera vez al Simón Bolívar para ver a algunos de sus artistas favoritos desde muy temprano. Esto es especialmente importante a la luz de la difícil tarea que tienen las bandas distritales de abrir las tarimas, apenas con el tiempo de digerir su almuerzo. El público joven, que se suma a una camada de inquietos de siempre que madrugan al festival, brindó apoyo a los ganadores de la convocatoria distrital, que siempre son los menos referenciados. De igual manera, muchos asistentes se permitieron descubrir los sonidos de Junior Zamora, reivindicar su amor por Carolina Durante y sorprenderse por la explosiva presentación de Sonido Gallo Negro. No son ya ni siquiera la generación del iPod, sino más bien los hijos de la era del streaming, aquellos que han entendido que en la diversidad está el placer, pues hace mucho tiempo desaparecieron las tribus urbanas que se partían la crisma en cada encuentro en el Parque Militar, los aros giratorios de Maloka o en las cervecerías del centro de la capital.


Aunado a ello está el hecho de que el festival tiene un nuevo rostro, pues ha aprendido las lecciones de organización desde el sector privado. No es que estén gentrificando un evento público, como alertaron paranoicos cientos de personas en redes. Es, antes bien, un intento por dignificar a una asistencia que no siempre tiene dinero de sobra para invertirlo en espectáculos. Más aún con lo costosas que se han vuelto las entradas a los conciertos. Es importante entender que en este mejoramiento entra una inversión del sector privado, más evidentemente de la marca de ropa Levi’s y de la cadena de hoteles Ibis. Y esto es aún más significativo porque ambas distinciones no necesitan ir por separado: pueden complementarse. Que estas dos marcas desembolsaran dinero permitió una curaduría más extensa y diversa, trayendo nombres claves del circuito independiente con una tarifa de contratación más elevada. La apuesta funcionó: cada escenario estuvo lleno.


Lo feo


La insistencia de los periodistas por continuar una narrativa derogatoria de la curaduría denota simple y llanamente una falta de rigor en su ejercicio profesional. Volvemos sobre la reflexión en torno al rock y su naturaleza genética adaptativa, pero insistimos en que es necesario una renovación del discurso, pues esta retórica está agotada. Un gran sector de la prensa se sorprendió con el anuncio de que Julieta Venegas visitaría el festival, cuando la misma compositora nos recordó en tarima que su primer viaje internacional fue en el marco de Rock al Parque 1998, apenas separada de TIjuana No! y presentando su debut solista: el muy rockero Aquí que incluía las icónicas “De mis pasos” o “Cómo sé”. Apreciaciones idiotas, faltas de contexto de una camada perezosa de reporteros que no investiga, no reflexiona, no nos permite crecer en nuestras apreciaciones estéticas.


Aunado a ello, resulta muy triste ver cómo algunos portales con un número significativo de lectores y escuchas se dedicaron a realizar contenidos, vlogs para TikTok y contenido efímero sin mayor peso retórico. No nos referimos a los periodistas independientes hijos del Internet y la cultura de YouTube, pues ellos han ayudado a configurar con rigor y responsabilidad el gusto contemporáneo por la música local, labor loable no siempre reconocida. Hablo de nombres establecidos, portales y emisoras que durante sus primeros años ayudaron a la difusión de nuevas músicas en nuestra geografía. Ahora, esclavos del algoritmo, se presentan con los taches hacia arriba buscando la controversia al entrevistar a los asistentes del festival. Ni una sola entrevista a las bandas participantes. Esto contribuye a la efimeridad de los contenidos en la era contemporánea. No estamos construyendo relatos históricos, estamos creando contenido. Y eso es despreciable.


Lo sorprendente


Ningún artista estuvo solo. La gente, aún sin conocer, les dio la oportunidad a los nombres que encontraban extraños en el cartel. Pese a todo el odio por Internet, pese a todos los reproches de los mechudos empolvados, el público se comportó de manera absolutamente respetuosa con quienes visitaban nuestro país por primera vez. A pesar de que, por ejemplo, The Ocean propone un sonido muy distinto al que se ha acostumbrado el público metalero les dio una oportunidad y se sorprendió con la inteligencia de su sonido, destacando también el esfuerzo que implicaba tocar con instrumentos prestados por culpa de que Air France refundiera sus equipos, que nunca llegaron a Bogotá.


Y aquí es importante destacar una de las presentaciones más hermosas y emotivas de las tres jornadas. Los Árboles de Medellín regresaron después de un cuarto de siglo a cumplir una deuda con una generación que muy tarde aprendió a apreciarlos. Además de la proyección de la primera versión del documental ¿Dónde están Los Árboles?, la banda tuvo un cierre de escenario en la tarima de Radiónica, históricamente la Eco, conmoviendo a una plétora de corazones, mayoritariamente jóvenes que cantaron a voz en grito cada una de las canciones de esta banda legendaria. No aplacó su imponente y elegante presencia Venegas y los Aterciopelados, dos de los actos musicales con mayor reconocimiento en el territorio, estuviesen presentándose en simultáneo. Los Árboles tuvieron una asistencia histórica y esto es un hito tanto para la historia de la banda como para la del mismo festival.


Lo mejorable


Estudiar la topografía del lugar en el que se va a realizar el evento es importante y, si bien los escenarios casi no cambiaron su distribución con relación al año pasado, el sonido del Bio fue supremamente invasivo con el Eco, una de las tarimas en las que ocurrieron algunas de las presentaciones más interesantes. En ese sentido, no se tuvo en cuenta la experiencia del usuario y hubo de cerrar y cercar espacios muy pronto. Una planificación en campo hubiera resultado efectiva para mejorar los recorridos de los asistentes, pues las distancias a sortear son largas y, después de tres días, caminar en pesadas botas de cuero pasa la factura a cualquier cuerpo.


En ese mismo sentido, la iluminación deplorable de ciertas zonas del parque es algo que tiene que cambiar. Cordillera nos enseñó cómo hacerlo en septiembre y hubiera sido útil que el equipo de Idartes hubiera asistido a este evento privado, pues habría tenido un aprendizaje importante para la realización de su niño consentido. La falta de iluminación puede devenir en accidentes o atracos, por lo que no es una nimiedad subrayarlo y alertar sobre esto para que el próximo año todo resulte más ameno para el usuario.


Coda


Rock al Parque es un festival querido por todos en la ciudad. Con el tiempo, como nosotros, se ha venido transformando y creciendo y ello es importante porque el acceso a la cultura es un derecho fundamental de los ciudadanos. En general, el festival fue excelente. Se reiteran los problemas de siempre: el volumen en el Plaza, la interferencia del Bio en las presentaciones del Eco. Por demás, fue una de las ediciones más diversas y emocionantes del querido evento. Estos curadores asumieron el difícil reto de suceder a Chucky García y su mirada aportó un aire fresco al sonido al que nos habíamos acostumbrado. Es evidente que sucede un relevo generacional y que los mismos críticos de siempre criticarán. No importa: a esta altura son parte del paisaje. La música salva. La música es vida. Gracias Rock al Parque.



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