Ignacio Mayorga Alzate
Desde la distancia, Arrabalero no se deja vencer por el encierro en “No me quiero doler”
Actualizado: 16 may 2020

Arrabalero ha hecho un largo y juicioso recorrido por la escena independiente colombiana desde que Juan Sebastián Aguilar dio forma a su primera alineación en mayo de 2013 en formato trío. Luego, sumando músicos y esfuerzos, logró crear el proyecto que hoy tiene entre sus manos a un ensamble poderoso en el que la improvisación y la libertad se tornan en herramienta lúdica que termina dando forma a composiciones inquietantes y dinámicas, que van desde la explosión de guitarras hasta los susurros de los vientos en unos cuantos compases, para luego volver a caer en un juego de réplicas rítmicas que antes que canciones terminan construyendo recorridos. En 2016 el conjunto estrenó Gris Blanco Negro y con este celebrado debut llegaron a los oídos de la prensa especializada y a importantes circuitos que les permitieron hacer parte de la edición de 2017 de Jazz al Parque. Sudoku, su álbum de 2018 los llevó al Hermoso Ruido y al Festival Estéreo Picnic, en años consecutivos, permitiéndoles hacerse un nombre en la radio pública y en la escena alternativa del país.
Luego de ello la banda entró en un hiato creativo puesto que dos de sus miembros, Aguilar y Luisa Quiroga, se fueron del país para estudiar en Europa. Sin embargo, de manera inesperada, esta situación de orden mundial ha reunido a la banda en la distancia para la creación de un nuevo sencillo, “No me quiero doler”. La canción fue creada de manera remota entre Aguilar, Quiroga y el baterista Sebastián Portilla, quienes utilizaron sus teléfonos celulares para la grabación de melodías y arreglos que luego fueron ensamblados por Carlos Rizzi, quien también tiene créditos en la composición. Para la percusión fueron utilizados elementos cotidianos que fueron resignificados por la inteligencia de Portilla, quien se valió de ollas, cacerolas y cucharas para crear una base introspectiva además de su batería que, sumada a la producción electrónica de Rizzi, genera un sustrato apropiado para que nazca esta flor fractal que es “No me quiero doler”.
Las guitarras de Aguilar y Quiroga, además de la voz meliflua de la segunda, son apenas pinceladas de colores cálidos que reconfortan y relajan, llevándonos a través de una composición de más de cinco minutos en las que se enumeran algunas actividades que la banda realiza para mantener la calma en estos días complejos. “No me quiero doler” está hecha de ecos y susurros, de voces amigables que reconfortan y dan paz. Es una invitación elegante para mantener la calma, reconociendo humanamente que la tristeza hace parte del vasto espectro de emociones que somos susceptibles de sentir y que es natural que a veces pose su manto gris sobre nuestros hombros, dejando un tinte ceniciento en la mirada. Sin embargo, más allá de ella está la posibilidad de habitarnos y reconocernos, de enfrentarnos a nosotros mismos y entender qué nos hace doler, para evitar precisamente que el peso de los días nos anule.
Con relación a las creaciones de cuarentena de artistas colombianos, “No me quiero doler” es un reconocimiento honesto de las posibilidades que tiene el ser humano de sentir en estos días. Con la pululación en redes sociales de rutinas de ejercicios, recetas de repostería y el auge de Tik Tok a veces pareciera que las cosas están tranquilas. Y no es cierto. Negar la realidad que suscita una crisis es deshonesto y poco empático. Arrabalero reconoce que es lícito que las cosas nos afecten, pero nos invita (sin forzarnos) a reflexionar sobre todos los mecanismos que tenemos para evitar que el peso de los días nos derrumbe. Y allí hay un ejercicio artístico honesto, uno que reconoce la pluralidad humana, sus dicotomías y su lucha. Si hay algo que sabe hacer la banda con experticia es permitirnos acceder a reflexiones profundas con imágenes poéticas sencillas que, concatenadas con una propuesta íntima en la esencia de su sonido, permite que sus canciones se conviertan en la banda sonora de nuestros días, sin importar con qué color decida hoy vestirse el cielo: gris, blanco, negro.
En ese sentido, Rizzi ha entendido la identidad del proyecto y ha logrado un nuevo sonido que, desde la distancia, se siente cerquita. Quiroga, desde Malta, viaja océanos y valles para cantarnos al oído sus susurros esperanzadores, mientras que Aguilar, desde su hogar en la capital, orquesta una sinfonía para la calma, un agradable arrullo de guitarras ensoñadoras e hipnóticas, que nos trasmiten una sensación natural de calma, aunque estén filtradas por un crisol digital. “No me quiero doler” es una declaración artística de una banda en constante reinvención, un trance maravilloso y armónico para estos días complicados. Realmente resulta en un sosiego. No la dejen de escuchar.
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