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  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

El no lugar de Matías Aguayo



Sostenemos la idea de que la música nace de un contexto específico. Que, a veces, un producto cultural es respuesta a una situación social, económica o política. En Latinoamérica esta es la herramienta principal de análisis de las producciones musicales: el mundo exterior filtra y cristaliza el mundo interior, del que nuestra individualidad es apenas una respuesta. Así las cosas, el creador queda subyugado a una circunstancia que lo excede y lo determina. Sin embargo, ¿qué pasa cuando la creación nace de un no lugar? ¿Qué ocurre cuando dejamos de responder a lo que se espera de nosotros y damos rienda suelta a nuestra creatividad sin tener un lugar de enunciación concreto y utilizamos como norte, en cambio, nuestra emotividad, nuestros miedos y nuestro sincero compromiso con la vida, el amor y la libertad? Tener estas preguntas en mente puede ofrecer cierta claridad al abordar y reflexionar sobre el ejercicio artístico de Matías Aguayo, cuya música hace mucho tiempo dejó de ser únicamente una creación para las pistas de baile. Quizás nunca lo fue.


Matías Aguayo es un reconocido músico y productor chileno-alemán, que destaca por su versatilidad al bucear entre varios géneros de la música electrónica como el house y el techno, aunque no ha permitido que estas categorías restrictivas definan la plétora de espacios sonoros en los que trashuma su creatividad. Nacido en Santiago de Chile y criado en Colonia, Alemania, Aguayo ha dejado una marca distintiva en la escena musical internacional con su estilo único y su enfoque innovador. Como hijo del exilio, su identidad latinoamericana ha entrado en diálogo con problemas estéticos globales, pues lo mismo afectó a su agudo sentido de escucha el new wave y el punk de los años noventa, como la música de Los Jaivas y Los Prisioneros que escuchaban sus padres, manifestaciones culturales de un país con el que iniciaba el ejercicio neoliberal en América Latina, esta mórbida pulsión por la privatización de los espacios que ha probado su fracaso, pero en la que insistimos a pesar de ser un continente que marcha sobre áridos caminos con pies descalzos.


Aguayo ha lanzado varios álbumes aclamados por la crítica y ha sido parte de proyectos musicales destacados, como Closer Musik y Zimt. El chileno también ha tenido una carrera prolífica como solista, desafiando las formas de un discurso formulaico que impera en la producción de música electrónica, cuya historia narrada considera a nuestro continente apenas un fenómeno. Habitando los márgenes, pero siendo parte esencial de nuestra historia sonora reciente, Aguayo es un personaje de otro planeta, un mundo utópico en el que las manifestaciones culturales no se aprecian desde lógicas exotistas, sino que se respetan en su diferencia y se redescubren desde los propios contextos para generar una sensación de empatía y comprensión que termina aportando a quien escucha y a quien es escuchado. Hablamos con Aguayo durante su última visita a Bogotá, en el marco de la edición 2023 de Rock al Parque, sobre su visión creativa, la idea del otro y la resistencia desde el baile a los discursos que cooptan a la resistencia para insertarla en la gran maquinaria que la parasita, la deglute y la desecha. El capitalismo, al final, es una camiseta de algodón de Sri Lanka con una gran “A” en el centro, englobada irónicamente por un círculo, que distribuye el grupo INDITEX.



Support Alien Invasion, ser el otro


En 2019, después de haber guardado silencio discográfico durante seis años, Matías Aguayo presentó el que es hasta ahora su más reciente álbum solista. Support Alien Invasion encontraba a un Aguayo reflexionando, desde el diseño sonoro, sobre la manera eurocéntrica como hemos venido entendiendo la electrónica durante décadas. “Particularmente es un disco que hice bastante rápido porque sentía en ese momento, estaba hablando en 2019, una urgencia de expresar lo que la atmósfera de ese disco transmite”, reflexiona Aguayo. “Porque, por un lado, sentía que al tocar ciertos ritmos que yo tocaba, que venían quizás de algún lugar del mundo y otros que venían de otro lugar del mundo, de otro tiempo también, al mezclarlos creaba otra cosa y notaba mucho que esos ritmos que no estaban tan pronunciados podían crear momentos muy especiales en la pista. Por el otro lado también es el único disco que he hecho sin voz digamos y eso parte de una idea medio utópica de un folclore planetario para comunicarse con los alienígenas”, recuerda el productor.


El disco recoge una serie de reflexiones estéticas de Aguayo, lenguajes con los que ya había coqueteado, pero que le sirven para proponer nuevas formas de abordar la dinámica en la pista de baile, que es también una revolución cultural. “Siento que quizá es un disco que no salió en su momento, quizás debería salir ahora, pero para mí era un poco también buscar otras maneras de comunicación en un mundo que estaba tomando un muy mal rumbo, que incluso en ese momento como que ya se sentía que íbamos por muy mal camino y sin poder imaginar hacia dónde íbamos a llegar, pues hoy en día es probablemente peor de lo que habíamos imaginado”, reflexiona el chileno. “Para mí el disco es un intento utópico de buscar otra comunicación, un poco un llamado desesperado a que quizás si viene alguna fuerza alienígena, podríamos llegar a otro nivel de diálogo. Pero, al mismo tiempo, se relacionaba con las corrientes migrantes y a la diáspora, la gente que está cruzando el Mediterráneo o Centroamérica. Era un tema que me movía mucho en ese momento y que lo veía con mucha preocupación porque se está desbaratando todo un poco en ese sentido”, añade Aguayo, para quien su utopía parece implicar un nivel de horizontalidad preciso entre culturas, en las que ninguna se imponga sobre la otra.


En ese sentido, Aguayo se encuentra en un lugar extraño de enunciación, mismo que le ha permitido construir una república de un solo hombre con embajada en lugares tan diversos como Colombia (en donde musicalizó el sonido de las cacerolas del estallido social en Cali), México (en donde se retiró durante la pandemia para sorprenderse con el micelio y las mariposas nocturnas del bosque de Veracruz), Francia (en donde ha desarrollado un importante trabajo social con reos y otras poblaciones vulnerables) o Argentina (en donde desarrolló el ejercicio casi situacionista de las BumBumBox, raves al aire libre tras la tragedia del Cromañón). Por ello, su último trabajo de estudio, que podemos mirar con una distancia de cinco años para constatar su carácter avanzado de deconstrucción del 4/4, es un ejercicio de resistencia cultural en el que, además, por primera vez el productor y músico suelta el micrófono para imbuir únicamente sus canciones de programaciones, prescindiendo de su voz, con la ilusión de crear un lenguaje universal.


“La música electrónica para mí siempre fue como un lugar para los alienígenas. Yo creo que no es casualidad que haya tanta gente que viene de un contexto de exilio dentro de la música electrónica, creando como una nueva identidad a través de ella y disolviendo entidades”, explica el chileno, quien hereda también esta tradición y se configura como uno de los DJs de su país en formarse en Europa tras su salida del territorio de sus padres. “Cada vez es más difícil escuchar y reconocer al otro. Muchos discursos, sean de derecha o de izquierda, nos están separando a través de una idea de identidad que dificulta un poco la comunicación entre la gente”, añade, conforme reflexiona sobre una pregunta de enunciación en las personas quienes, al parecer, ratifican su existencia al anular la libertad y la agencia de quienes les son distintos. Antes de encontrarnos en las cuestiones que nos hermanan, hacemos énfasis en las particularidades que nos diferencian, truncando toda posibilidad de diálogo, por lo que la música de Aguayo busca construir un puente entre culturas.


La foto en frente de Berghain, redes sociales y lugares de validación


Para Matías Aguayo la pregunta que valida su actividad como artista no es la de cuánto vende, pero él es una persona particular. En efecto, cuando consideramos la validación de un proyecto musical lo hacemos en razón de sus escuchas, sus ventas y la cantidad de festivales que puede encabezar en el cartel. Pero esta es una medida del mercado, no una indicación absolutamente objetiva del valor estético de cada propuesta. Que existan músicos y compositores pensando en la viralidad no es de facto algo negativo, pero sí resulta interesante que una de las mayores revistas especializadas en la música haya nacido como forma de comunicar el número de sencillos vendidos por los principales artistas anglo.


“Yo creo que eso es un vaivén entre lo que es comercial y lo que es underground”, reflexiona Aguayo sobre cómo ha cambiado la idea del rave a través de los años, cómo ha pasado de ser un lugar de libertad y exploración a una estética ubicua en editoriales de moda y desfiles en París. En ese sentido, parece que, en el mejor estilo capitalista de integrar lo diferente para que se convierta en lo mismo, existen una suerte de moldes en los que debería poderse ubicar uno u otro artista. “Hay una idea de qué es lo que es el DJ, o el músico electrónico. Hay una normatividad muy extrema. Más que ir a Berghain lo importante es la foto en frente del venue. Hay como distintos checkboxes, como dicen, y hay una idea de carrera en la que tristemente siento que también Latinoamérica, o la relación de Latinoamérica con Europa ha impactado”, añade perplejo, antes que desesperanzado.



El panorama, en ese sentido, ha cambiado desde que sellos como Cómeme, comandado por Aguayo, o ZZK empezaron su labor disruptiva. Después de años construyendo una identidad sonora particular, pareciera existir un retroceso con relación a lo que nos hace relevantes. “Hoy en día siento que la validación a través de Europa y a través de las entidades así mainstream del techno, que serían Berhain, el Boiler Room, cosas así, se ha vuelto otra vez más importante”, expresa Aguayo. “Siento yo que cuando comenzamos con Cómeme nunca estuvo esa idea: no nos interesaba mucho sino si le iba a gustar a la gente allá. O acá”. El DJ, en ese sentido, se ha convertido en una figura que recoge la imagen de lo que fue un rockstar en la década de los setenta y ochenta. Pero queda en duda su interés por la música.

“Antes era muy normal que a los DJs les gustara la música”, recuerda el productor sobre su aprendizaje primero en lasfiestas de Colonia. “A veces tengo la impresión que a muchos no les gusta la música hoy en día. Como que existe la idea de una carrera como DJ, que más bien es como un influencer. Pero, al mismo tiempo, lo siento tan lejos de lo que hago, tan lejos de la música que escucho y tan lejos de los de las artistas de los artistas que me gustan. El mainstream siempre fue mainstream y nosotros siempre trabajamos fuera de eso y nunca nos interesaron los trends. La mayoría de los artistas operan bajo el miedo de perder validación, de no ser vistos”, comenta el DJ, conforme reflexiona sobre los lugares de circulación de una industria que produce cerca de 7500 millones de dólares al año. “Para mí, definitivamente, en los en los grandes festivales electrónicos o en los clubes establecidos ya no vas a encontrar la innovación, ya no vas a encontrar nada muy interesante, vas a encontrar más bien un discurso vacío orientado a las redes sociales y en el negocio y tampoco mucha longevidad, en el sentido de que de que hay muchos artistas que van a estar muy poco tiempo. Yo tuve la suerte de crecer en un momento de la música electrónica que cuando tú hacías algo que nadie hacía ya estaba bien. Con que hagas algo que no se haya escuchado, te iba a ir bien. Hoy en día todo lo contrario: es muy difícil mostrarle música a alguien hoy en día sin que la persona sienta la necesidad de categorizarla en los primeros 10 segundos que escuchas”.


Ver al continente desde la distancia. La relación transatlántica




Hablar de la diáspora latinoamericana es entrar en una historia muy larga de sincretismos, violencia, precariedad y ebullición cultural. La mayoría de los migrantes latinoamericanos, en una historia que ya recoge más de un siglo, han dejado atrás su tierra por necesidad, con la ambición de labrar un futuro lejos de los yermos campos en los que no floreció su vida. Aguayo es parte de una historia de medio siglo en la que una dictadura militar silenció a martillazos las manos de quienes plañían sus nostalgias sobre guitarras de palo. Y calló a plomo las voces de los insurrectos. En ese sentido, toda su forma de entender el mundo está mediada por dos culturas a las que se vio expuesto desde joven. Quizás por eso su hiperactividad viajera, esa necesidad de ser un nómada musical entre naciones.

“Obviamente lo mío es muy contradictorio y extraño. Por un lado crecí en Alemania, pero en el contexto de una familia latinoamericana. Hay toda una idiosincrasia Latina que noto, que no la puedo soltar. Y, al revés, también viniendo acá. Siempre he estado entre las dos culturas, o entre varias, y me resulta más fácil identificarme quizás con gente que vivió algo parecido, con gente que también tiene un un trasfondo cultural que que trasciende ciertas barreras geográficas”, comenta Aguayo, a la vez que recuerda que los productos de la diáspora latinoamericana son también parte de la historia cultural del continente, como es el caso de la salsa neoyorquina.


“Yo entro en una posición un poco rara en la que no pertenezco del todo, pero eso quizás me permite ver ciertas cosas mejor, otras no. Estoy condicionado obviamente por mis circunstancias de ser bastante alemán de cierta manera. Por lo que creo que es bueno reconocer identidades también en el contexto de las ideas de descolonización, etcétera. Pero, al mismo tiempo, creo que es muy importante olvidarse de eso para, en algún momento, poder trascender de eso y que ya no sea tan importante y que nos veamos con menos prejuicios. Que busquemos cosas en común, que se mueven más allá de las fronteras y ahí Latinoamérica puede aportar algo al mundo que no existe en otros lugares”, reflexiona el chileno-alemán. Al final, como en su último larga duración, Aguayo apela a una cultura global sin jerarquías, en la que las manifestaciones artísticas no se definan, únicamente, a través de una crítica hegemónica y anglófona, como sucede en el diverso mundo de la música electrónica en el que lo europeo es lo que impera sobre las formas y guía, aún y desafortunadamente, las decisiones estéticas de tantos creativos.



Matías Aguayo en Rock al Parque 2023. Fotografía por : Juan Pablo Paredes


Quizá, para que ello pueda suceder, sería importante sacudirse algunos sesgos perceptivos que gobiernan en el lado más despierto de las redes sociales. Pues, desde siempre, la cultura ha sido un diálogo, no un secreto custodiado por centinelas. Así las cosas, el artista debería poder contaminarse de otras manifestaciones que no sean únicamente exclusivas a su geografía, pues es esta figura la que mejor responde a los encuentros. ¿Cómo, si no, podríamos tener tantas posibilidades musicales, del rock al reggae, del post punk al euro dance, de la música de gaitas a la de steel drums del calipso? ¿Cómo clasificar toda la plétora de voces que se inscriben bajo la etiqueta de nuestro continente si no es a través de la citación del otro? “A mí a veces me pone triste que el discurso de las identidades y la descolonización está tan dirigido por los discursos de Estados Unidos, que quizás en su contexto son válidos, pero Estados Unidos está mucho más segregado que Latinoamérica”, considera el DJ. “Estados Unidos no conoce el mestizaje. Lo que para nosotros es normal, en la música ellos lo llaman apropiación cultural. Latinoamérica siempre mezcló la música: es su naturaleza. Entonces encuentro un poco difícil que ese sea el discurso que está empezando a permear en distintos lugares del mundo, que es el pensamiento crítico”.


Bosques de niebla, micelios y la creatividad potenciada desde otros lugares


Seguir hablando de la pandemia en 2024 parece un sinsentido, pero explica los procesos y lanzamientos de los artistas en nuestra contemporaneidad, pues la situación del virus afectó a toda la población humana y, a partir de ella, muchas personas encontraron en el trabajo creativo un ancla para aferrarse a la cordura. Durante ese tiempo, Aguayo estuvo viviendo alejado de la civilización en un bosque de niebla en Veracruz, México. Hacía un tiempo se había despedido de las redes sociales tras una performance de casi diez horas que presentó en el canal de YouTube de Cómeme Records, su sello discográfico, en el que se mostró humano, cotidiano, cercano. Durante la transmisión, cocinó con sus amigos pasta, compartió música y comentó las costumbres de Portugal para evitar la mala suerte al brindar con agua. A pesar de esta desconexión, en el marco del aislamiento (que esta vez fue decretado globalmente) Aguayo presentó un programa de entrevistas en el que conversó con varios DJs latinoamericanos en las que se abordaba un aspecto más íntimo y humano: ¿cómo estaban? ¿Cómo se estaban sintiendo? ¿Qué les despertaba la incertidumbre de no saber si algún día volverían a ver unas unidades dispuestas frente a ellos para tocar un set explosivo frente a una audiencia en vivo?





“En ese momento ni siquiera sabíamos si íbamos algún día a volver a nuestros trabajos. Nos cambió todo tan drásticamente que también es raro este momento post pandémico en el que uno parece haberse olvidado de todas las lecciones de la pandemia. Es un poco difícil reconectar con esa sensación”, comenta el productor quien, por afinidad perceptiva terminó colaborando con la artista colombiana Julianna, a quien también entrevistó, en un EP intimista y emotivo llamado Que si el mundo. “Una de las entrevistas que hice fue con Julianna y de ahí surgió la idea de hacer este disco que fue muy bonito porque somos amigos, pero no gente muy cercana, cada quien viviendo un mundo o un momento muy difícil. Y también y conectando mucho con el mundo interno y con otras maneras de comunicación. Mi interacción con el público en ese momento ya no existía ya, era más bien observar hongos en el bosque, insectos y un viaje mucho más introspectivo. Otro tipo de comunicación”.


Que si el mundo es una ofrenda efervescente de minucioso diseño sonoro en el que el chileno y la paisa construyen un diálogo a distancia, una correspondencia creativa, que les sirvió también para bajar la velocidad de los días pues, al no existir ningún tipo de presión por parte de una disquera ni unas fechas de gira para promocionarlo, el EP podía salir en cualquier momento. “ Siempre me gustó estar más con las personas, sigue siendo así, pero en el caso de Julianna era casi como escribir cartas. Otra manera de comunicación a distancia que era más significativa porque trabajaba sobre lo que Julianna me mandaba. Era muy bonito porque era una comunicación poco ansiosa, poco acelerada, no había una presión y se dio de una manera muy natural. Por eso creo que suena tan distinto también ese disco porque no opera dentro de una lógica de hacer y editar música”.


Aguayofest y amigos, otras formas de diálogo



La posibilidad de crear junto a nuevos amigos es siempre emocionante. Pero lo es aún más celebrar con las personas con las que hemos construido historias. Por ello, en septiembre del año pasado, Aguayo decidió celebrar con algunos de sus amigos de vieja data el haber cumplido cincuenta años. El Aguayofest tuvo lugar en la Ciudad de México y contempló la participación de doce artistas, presentándose cada uno de ellos durante una hora. “Cada quien aportó de alguna manera tratando de venir. Fue muy lindo. Lo que me gustó mucho es como ese multiverso de distintas músicas que, en realidad, tienen algo en común, pero lo que tienen en común no es tan fácil de describir”, recuerda el productor. La nómina diversa incluyó la participación de Justin Strauss, leyenda del house neoyorquino; Camille Mandoki, veteranos de Cómeme como Christian S, o el DJ de Monterrey DJ Otto. “Te dabas cuenta de que los sets de cada quien tampoco eran fríos, entre comillas, como pasa en un festival que van y hacen su set que probablemente tocaron la semana pasada en otra fiesta. No. Se notaba mucho que la gente estaba dando todo por esa fiesta”, añade el DJ que bailó durante más de diez horas pero que, además, entendió otra forma de plantear las celebraciones que vengan, ahora que Cómeme cumple quince años.


Esto no es nuevo, sin embargo, pues Aguayo lleva reflexionando sobre cómo llevar la fiesta a espacios de circulación realmente disruptivos, poniéndola a operar casi como un acto revolucionario. “Cómeme surgió de eso también, en la idea de habitar otros espacios fuera del mainstream actual no, que es para mí por ejemplo, Boiler Room, Kit Kat, Berghain. Todo eso para mí es hermoso. O sea, está bien, existe, pero sus mejores momentos fueron hace 20 años. Por ejemplo, cuando hicimos Cómeme, ya Berghain estaba fuera de discusión”, reflexiona el músico, quien recuerda sus fiestas en la calle en ciudades como Buenos Aires. “Para mí es siempre muy interesante ver que pasa en un lugar no habitado por mí. Toqué en una fiesta quinceañera en un pueblo en México en 2023, que siento que es algo que un DJ también puede hacer. No necesariamente pude tocar toda la música que me gusta, pero entré en un diálogo con con otras personas para armar un set bonito”.


En esta búsqueda, también, Aguayo ha empezado a habitar espacios interesantes por fuera completamente del mundo de la fiesta. “Voy a las afueras de París a trabajar en una cárcel donde hago la música para una obra de teatro en la que los actores son prisioneros, reos, entonces eso implica estar como tres semanas en o casi un mes ensayando en la cárcel y luego afuera de la cárcel donde se presenta la obra en un gran teatro de la ciudad”, explica sobre sus otras ocupaciones el músico y compositor. “Ahí he vivido momentos muy interesantes y muy inspiradores para hacer música y sentir un impacto de la música en algo mucho más social, que a mí me da mucho más satisfacción y me atrae mucho más que cualquier clase de reconocimiento del mundo habitual de la música. Siento que, más allá de quejarse del status quo, es más interesante empezar a investigar por dónde quizás la gente no ha ido. Es muy difícil salir de la cárcel y no volver. En algunos casos, con gente que trabajaba lamentablemente sí ha sucedido que regresen, pero en otros casos este trabajo ha abierto otros caminos”, expresa Aguayo, quien este año realizará una actividad similar en una cárcel de mujeres.


Es extraño pensar en una revolución que nazca de la música en nuestros días que no se agote en el momento. Que trascienda la experiencia de la fiesta, ritual en el que se invocan espíritus dormidos en el cuerpo de los participantes, quienes se convierten en receptáculos de la energía sonora. Al final, no se trata del recuerdo de la noche, pues el DJ es un facilitador para el diálogo entre individuos. A lo largo de su carrera, por ello, Matías Aguayo no ha precisado del club para comunicar un mensaje de empatía, amor y celebración. Antes bien, el músico entiende que los lugares de circulación son elitistas y eurocéntricos. En la tradición latinoamericana el ágape en la calle es un lugar de sentido: picós, sonideros y carnavales han sido espacios ricos en sentido social y cultural, encuentros entre individuales que se desvanecen en función de algo que los excede: movimiento, energía, vibración. Aguayo ha sido una figura esencial en la música electrónica latinoamericana desde hace dos décadas. Es probable que esté consciente de un legado que continúa escribiéndose, pero los títulos y reconocimientos a veces palidecen al constatar el poder transformador de la música. Para algunas personas, como para Aguayo, es más importante ver un mar de manos elevándose al unísono al ritmo de un tambor. Para algunas personas, de eso se trata la música.


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