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  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

Lucas Hill, de la montaña renacido




Hay una habilidad aguda que sólo poseen las personas que están dispuestas a sufrir el vértigo de la existencia. A veces el dolor, la frustración o el miedo inhabilitan, entumen el cuerpo y sus procesos. Nos cierran la caja en la que guardamos la voz. A veces, sin embargo, los hombres encuentran la fuerza para buscar más allá de estas sombras un ápice de luz que permita que toda la existencia valga la pena. Como quien se sumerge en la cueva oscura y arranca con sus uñas de las piedras sus diamantes. Como los ancestros que bajaban al río, batea en mano, para encontrar pepitas de oro en medio del fango y el cadáver del mangle. Así, Lorenzo Márquez, Lucas Hill, ha logrado conectar con una sensibilidad que nace del trueno en el nervio, del vacío en el centro del estómago, de la lágrima que brilla en el ojo del guerrero y en la que podemos reconocernos todos. Porque hacer canciones es un acto de fe. Y una artesanía necesaria a la que no podemos ponerle un precio. 


Con dos álbumes bajo sus delgados brazos, que saben hacer la posición del guerrero del yoga, tocar canciones y abrazar, Lucas Hill es uno de los representantes de la cantautoría de la próxima edición del Festival Estéreo Picnic. Aunque bogotano, el músico parece haber nacido en el monte, bajo una neblina espesa en la que, perdido, podía escuchar la canción inmemorial de las aves. Y es precisamente esta sensibilidad natural la que amarra sus canciones con el paisaje pues, independientemente de arreglos, programaciones o vientos, sus poemas se anudan a los días como líquenes al musgo y, a pesar de haber dejado atrás bonitas mañanas y enfrentarnos a jornadas heladas en la piel y el corazón, nos sobrecoge la honestidad sencilla y valiente que nace de la herida. Que renace para convertirse en jilguero y se pierde en la espesura del bosque. Para ser, de nuevo, sólo canto. 




El jazz, primer amor


A pesar de venir de un hogar en el que nadie interpretaba un instrumento, a Márquez se le despertó una curiosidad musical desde temprana edad. Sus padres coleccionaban música de los años setenta, de Paul Simon a Pink Floyd, por lo que estuvo rodeado de canciones conforme se iba convirtiendo en hombre. Adicionalmente, su abuela había conocido a Agustín Lara y hasta el propio Pedro Vargas había estado en su casa. Así es que a esta colección de canciones, se sumó un amor y anhelo por el bolero mexicano. Luego se presentó el encuentro, el que llevaría al joven a encontrar su vocación sobre las claves de una guitarra. “Como hay pelados que se vuelven punkeros y metaleros, yo me volví jazzista. Encontré una tribu urbana solo en mi cuarto, estudiando jazz. Esa fue mi identidad mientras crecía”, recuerda el músico.


“Me puse a estudiar jazz como loco desde los 15”, añade. “Quería irme a Nueva York a hacer jazz. Ese era mi plan. Me leía las biografías de todos esos locos de jazz, estaba estudiando esa música todo el día”. Márquez ingresó a la Universidad Javeriana, en Bogotá, para estudiar guitarra con énfasis jazz. Sin embargo, la facultad no cumplió con sus expectativas, por lo que frenó sus estudios y se tomó un año, hasta que fue admitido con una beca parcial al New England Conservatory, una meca del jazz a nivel mundial en la que su voluntad fue puesta a prueba, llevándolo hasta un lugar minucioso del que la angustia o el miedo eran visitantes habituales en sus noches de insomnio. 

“Al llegar allá la pasé muy bien y muy mal. Muy mal porque el nivel era demasiado alto y demasiado competitivo y yo era más pelado entonces eso me costó mucho trabajo, me sentía muy mal músico”, reconoce el compositor. Así llegó el primer deshielo: “Dure allá 4 años y, cuando me gradué, me di cuenta de que no tenía energía, ni ganas, para lograr hacer realidad ese sueño de irme para Nueva York a ser jazzista. Se me corrió un poco la teja de ese sueño y me volví a Colombia”. Frustrado y de regreso, Lorenzo Márquez peleó con su guitarra y ella, digna, correspondió con la ley del hielo, guardando silencio durante años. 


Ejercicios espirituales


Desencantado y fatigado a nivel técnico y artístico, Márquez pensó que lo mejor sería recorrer otro camino. Ya sentía una fascinación por el yoga y el budismo, por lo que pensó en que tal vez podría ser un monje. Fue un momento extraño, pues se dedicaba a dar clases de guitarra en un colegio y a dar clases de yoga. Pero, como la vida es una sucesión de encuentros a los que podemos prestarles o no atención para leer sus códigos, el músico se encontró con una pareja y, junto con ella, reencontró la voluntad para volver a acariciar el nylon y el latón de una guitarra. “Ella tenía una guitarra y volví a tocar un poquito. Ahí encontré la posibilidad de hacer canciones, que era algo que nunca había explorado en mi posibilidad musical”. 


El ejercicio desentumeció los músculos de Márquez, pero planteaba muchas posibilidades que no se había proyectado cuando empezó a trabajar en su formación musical. “Me pareció una chimba, pero estaba tan contaminado con estas vainas del jazz, de Boston, etcétera, que me pregunté qué pasaba si hacía unas canciones, las montaba en Soundcloud con un nombre que no era el mío y las dejaba allí”, comenta. Las canciones y demos fueron encontrando un lugar en el ciberespacio con el tiempo y, de manera nada fortuita, el músico se encontró con su alias artístico en sueños. “A mí a veces me pasa que tengo, cada dos lunas llenas o algo así, una noche de desvelo en la que estoy medio entre el sueño y el no sueño, pero siento que le baja a uno un montón de información. En una de esas me llegó este nombre de Lucas Hill. Algo me decía que ese tenía que ser mi alias”.


Lucas Hill, entonces, nació como un desdoblamiento de la personalidad artística de Lorenzo Márquez, una suerte de nueva piel de musgo y piedra que podía habitar con la tranquilidad necesaria para arriesgarse y probar cosas nuevas. “Definitivamente creo que para mí eso es lo importante y es algo que también, Lucas Hil, como entidad, me deja habitar mucho esa mirada”, explica. “Lorenzo compone muchas cosas que pueden hablar de muchas cosas pero, al habitar Lucas Hill, esa es la voz que sale. Esa táctica de usar un nombre distinto, un heterónimo, la copié de Fernando Pessoa que tenía muchísimos. Me pareció una gran herramienta creativa: habitar una piel que no tiene que ser distinta, pero sí que tiene una personalidad para crear. Lucas Hill siempre me presta esa mirada”, añade. 


La montaña y el nacimiento de Lucas Hill


Conforme iba avanzando en su ejercicio creativo, después de haber subido algunas canciones a la nube y ser confundido con un afro de Boston, Lucas Hill tenía un puñado extenso de canciones que cristalizarían en su primer álbum de estudio, al que tituló, también, Lucas Hill. Entonces el músico vivía en la montaña con su pareja y las cosas habían empezado a desgastarse. El tiempo en las relaciones es una variable que puede jugar a favor o en contra: o bien fortalece los lazos entre dos cuerpos que se buscan, o termina por dividirlos de su abrazo, separándolos. El primer disco del bogotano nace de ese lugar desierto y mustio, pero fértil siempre, del desamor. 


“Ese disco fue muy interesante porque lo escribí tratando de salvar una relación amorosa. Todo se estaba yendo a la mierda, pero iba a hacer todo lo posible. Fue súper doloroso ese momento de mi vida, fue súper doloroso, pero a la vez muy bello”, reflexiona el músico, quien presentó el álbum en el primer año de pandemia, tras haber empezado a construir un nombre como solista que lo había llevado, en 2019, al Festival Hermoso Ruido. “Era algo así como ver un barco que se va a estrellar, pero que es muy bonito cuando se estrella. Uno está muy presente cuando hay algo que es imposible de evitar, entonces esos últimos momentos valen mucho. Esto me vuelve mierda, pero ahí estoy. Fue muy profético. Lo acababa de escribir y, grabándolo, grabando ‘Ceguera’ y ‘Sin nadie’, que salieron un poquito antes que los otros sencillos, ya empezaron a haber muchos problemas”. El disco salió cuando la relación había llegado al final de su vuelo, pero las canciones que sobrevivieron al incendio se erigen desde una belleza calma y contemplativa, un lugar de mucho dolor, pero también de gratitud y encuentro. 


“Fue muy fue muy terapéutico para mí escribir esa música y sacarla, una forma de procesar un periodo bien fuerte”, recuerda Márquez. “Realmente veo ese disco con mucho cariño. Obviamente cariño por la persona, que todo está bien, y segundo cariño por lo valiente que uno es también. Qué chimba que tramitar eso haya sido hacer un disco en vez de irse a la mierda en muchos otros sentidos”, añade sobre la retórica del escapismo que habitamos cuando no tenemos la valentía de enfrentar el destierro desde el arte. “En este momento miro eso y no puedo creer que tuve la valentía de escribir y publicar canciones en ese momento, mientras me sucedía eso en tiempo real. No sé si es algo que pudiera volver a hacer ya teniendo un poquito menos de ingenuidad”, reflexiona.





El álbum nació en la montaña y se terminó en Árbol Naranja, en el espacio más urbano de Bogotá, de la mano de Pedro Rovetto y Pipe Bravo, de Superlitio. También se sumó en “Sin nadie” Santiago Prieto, guitarrista de Monsieur Periné. Jugando con texturas electrónicas, el álbum es igual un monumento a la montaña y al silencio, a la bruma y las mañanas en las que el sol muestra su rostro de fuego entre las nubes de agua y viento. “Yo estaba acostumbrado a que hacer música era hacer partituras y juntar a una orquesta. Montar un combo de jazz e improvisar en Matik. Era todo muy distinto porque los músicos tenían unas habilidades muy distintas y las máquinas hacían que todo fuera un proceso demasiado diferente. Bueno, yo no tenía ni Logic cuando hice ese disco. Grabé esa vaina en Garage Band y luego era como enterarme de un montón de cosas y posibilidades de la música que fue del putas, muy interesante”. 


Renacido y nuevos encuentros


El segundo álbum de Lucas Hill estrenó el año pasado, de la mano del sello Polen Records, regentado desde Medellín por Felipe Álvarez. El catálogo de esta disquera recoge lanzamientos más cercanos al sonido de la electrónica selvática que, antes de convertirse en una forma manida de entretenimiento, encontró la posibilidad de su primera configuración a partir de la visión de Álvarez. Mitú, Bomba Estéreo, Mucho Indio (QEPD) o El Leopardo y Pernett son algunos de los artistas que han presentado su música a través de la impronta. Por eso, cuando Márquez recibió una llamada de César Gómez, quien entonces trabajaba con Álvarez, para una sincronización, se sintió sorprendido. “A Felipe le gustó mucho y me llamó: ‘Bacano lo que está haciendo, ¿por qué no trabajamos juntos?’. Nos fuimos conociendo y cayendo muy bien, nos entendimos súper”.




El músico viajó a Medellín para grabar Renacido, lo que le permitió al músico compartir con un productor que tiene una manera muy particular de hacer las cosas. “Él es un productor, que yo respeto y admiro un montón. Entonces, fue una oportunidad muy especial. Creo que también para él fue un riesgo porque la línea de Polen es como electrónica alternativa, es un latino alternativo, entonces por ese lado quizás también hubo un deseo de Pipe también de expandir y explorar”, reflexiona el músico. “Hay algo que me ha encantado de trabajar como cantautor que es la figura de los productores. Como compositor o arreglista o haciendo música para cine, lo que sea, tú trabajas muy solo y eres muy completo, se espera que tengas todas las habilidades tú. Y en esto es invaluable tener esa visión externa que, además, tiene un productor. Es responsable por mucho de la música y creo que no nos damos cuenta de cuánto implica eso. Porque es como que a Pipe le entregó unos demos de una guitarra y mi voz. Eso es todo. Desde ahí construimos juntos”.


Álvarez no tiene el bagaje académico del que, de alguna manera, es heredera la música de Lucas Hill. Empero, con los años ha desarrollado una sensibilidad estética que no entiende tanto de partituras como de la posibilidad de pintar un paisaje, de construir una atmósfera determinada, desde el sonido.  “Felipe tiene una vaina muy particular, que es una chimba, y es que, como no es un músico formado, no te habla de acordes, sino que me parece que es un ser con una percepción demasiado exacerbada. Su trabajo es sentarse a oír, no es tanto como botar cosas, imponer cosas, proponer. Realmente son unos oídos benditos, porque puede oír y decir “Esto no se siente bien. No sé cómo se sentiría mejor, pero así no se siente bien. Necesitamos que esta guitarra suene más como a una quebrada”. Con estas crípticas instrucciones, músico y productor enfilaban a la quebrada, a la montaña, a donde fuera que estuviera el color del sonido que andaban buscando. “Y, mientras tanto, el baterista se quedaba en el estudio sin saber qué tocar”, dice riendo el músico. 


Aves, valles y montañas


La música de Lucas Hill parece un ejercicio de meditación zen. En vez de cortar la flor para contemplarla, el músico se convierte en ella para mirar el mundo desde su frágil solemnidad. Así las cosas, no es extraño que en la simbología del músico las aves aparezcan seguido. Del colibrí de su primer álbum, vestido de primarios en neón, a la pequeña mirla que se convierte en el pulgar de una mano extendida, la sensibilidad de Márquez vibra con estas figuras con las que ha estado en comunión desde su infancia, cuando pasaba vacaciones enteras en Tolima y Boyacá.


“El pájaro es muy importante. De conexiones así importantes, siento algo muy fuerte con las lechuzas. Veo muchas lechuzas por todos lados”, comenta sobre esta conexión el bogotano. “Me parece muy bella la imagen del pájaro por su perspectiva. Cuando me imagino las canciones, las imagino desde esa perspectiva cenital. Un poco más amplias. Al pensar en la montaña, no me imagino en subir la montaña desde los ojos de uno, que es un esfuerzo, sino me imagino como en la montaña vista desde arriba. Con la libertad del ave”, concluye sobre otro de sus desdoblamientos poéticos. Cuando escribe, también, Lucas Hill imagina un valle. Siempre que quiere llegar a un lugar de sosiego y calma, encuentra el paz en la imagen de un amplio prado que se extiende y baila la invisible música del mundo, conforme la tierra grita sus verdades desde un silencio ancestral. 


A lo largo de su trayectoria solista, Lucas Hill nos ha ofrendado un puñado de canciones que nacen de la tierra. Como un tubérculo que da vida y calor, el músico limpia de ellas el exceso de barro y las convierte en gemas de extraña belleza que parecen susurrarnos que hay más en el mundo para ver, que hay nuevas formas de aprender a amar. De aprender a soltar. La música de Lucas Hill se ha convertido en un bálsamo para los corazones heridos, para aquellos que agradecen la herida porque recuerda el contacto, que saben que duele porque allí hubo un sentido. Lucas Hill es una voz calma en medio del naufragio, un ávido incendio que lame las paredes de los muros en donde hubo un hogar para devolverlas a la liana y el follaje. Porque todo verdor prevalecerá. Mientras nosotros caminamos bajo la montaña para encontrarnos o perdernos. Es un único viaje. Procuremos disfrutarlo.




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