Hablar de la nueva movida rockera en el país necesariamente incluye una parada obligada en The Kitsch, la banda liderada por Albert Medina de la que han hecho parte algunos de los músicos under con mayor proyección en el subsuelo sonoro. The Kitsch lleva más de siete años dando bombo, pata y traques en el mundo de la música y se ha convertido en un acto central para hablar del rock, el punk, el surf y el garage en la cultura nacional. Si el rock está muerto, en The Kitsch renace de la tumba, se rasga las chamarras y sale a la calle a provocar pavor con una voracidad de escándalo y destrucción. La banda se ha presentado en importantes tarimas a lo largo y ancho del país, ha viajado por el mundo llevando su sonido demente y se ha mantenido firme ante la adversidad, alzando la voz para avocar por los derechos de las bandas emergentes, a las que a veces el circuito de promotores y gestores no valora tanto como debería. Pocas bandas colombianas pueden decir que han participado en el selecto espacio de KEXP sin tener que haber aparecido en juegos de videos o festivales multitudinarios patrocinados por bebidas gaseosas. Cuando todos iban, The Kitsch volvía y le dio forma a la identidad de un rock que hoy se prepara a recibir los galardones del año en bandas como Babelgam o Encarta 98. Ahora, continuando con su trilogía de EPs, la banda bogotana regresa con “Nadie nunca nada”, que nace sobre una base trabajada junto a Fausto Robles, miembro de Bestiärio y antiguo integrante de The Kitsch que falleció en circunstancias ominosas el año pasado.
“Esta canción se podría decir que fue la última canción que hicimos con Fausto, por allá en el 2014, antes de que se fuera de la banda”, explica Medina. “En mi computador tengo muchos audios hechos por mi desde tarareadas hasta demos. Claro, son varias canciones inconclusas. Un día me puse a escuchar mis audios viejos y encontré esa canción en la que estábamos haciendo un Jam. Me gustó como sonaba así que les envié el audio a la banda (los actuales Charry y Sebas) y la empezamos a montar. La letra, como en todas las canciones, sale al final. En esta me quise enfocar en varios aspectos de la vida de algunas personas pensé en la minoría y, a raíz de lo sucedido con mi amigo el año pasado, alimentó también esas ganas de querer expresar ese disgusto frente a la hipocresía de la gente”, complementa. “Nadie nunca nada” comienza con guitarras espectrales hasta llegar a una melodía acelerada, hasta que Medina empieza a narrar su inconformidad con la sociedad actual. La canción atraviesa varios momentos sonoros de explosiva estética hasta llegar a una planicie rítmica llena de fuzz y reverbs.
“’Nadie nunca nada’ es una canción que refleja el sentir de impotencia cumplir los sueños es difícil y uno ve a diario noticias de personas corruptas recibiendo premios estrenando casas y eso y hasta artistas también que se quieren lavar mientras que está la minoría las personas que desde el colegio fueron molestadas por gay, maricón. Algunos no lo soportan y prefieren suicidarse. Otras personas no están de acuerdo con ciertas políticas y luchan en contra de eso por un mejor bienestar, pero aquí es peligroso hablar te pueden matar. Porque no importamos: ‘no me sorprende si pierdo el intento, ya nadie se acuerda no estoy muy contento’. ¿Cuántas personas habrán muerto en vano? ¿Cuántas personas habrán luchado por alguna causa y nadie los recuerda? Al final del tema sobra la canción, que está dedicada para los que somos nada, a los que vivimos en la nada”, concluye. “Nadie nunca nada” es uno de los momentos más personales de una banda que ha hecho de la ironía su caballito de batalla. Aquí la banda no se desnuda para efectos escénicos: lo hace para comunicar un mensaje importante para ellos, para honrar la memoria de un artista esencial que no pudo seguir viviendo en medio de las taras de una sociedad injusta y corrupta, en la que el vivo vive del bobo. Siendo francos, ¿quién puede culparlo por tirar la toalla? La procesión va por dentro.
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