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  • Por Ignacio Mayorga Alzate

Txarango: la música como no frontera

Actualizado: 20 oct 2020


La música de Txarango es volver al ritual de la hoguera, a ese momento humano en el que la música transmitía historias, explicaba el mundo, unía a los pueblos. Formados en Barcelona hacia 2010 con integrantes oriundos de Ripollés, Osona y la Garrocha, esta enorme agrupación se ha consagrado como uno de los actos más interesantes de la música catalana en años recientes. Sus canciones están cargadas de energía positiva, son una voz de aliento en los tiempos de adversidad, un hombre amigo sobre el que dejar caer toda la tristeza y melancolía del mundo moderno. Con tres álbumes de estudio, la banda ha logrado afianzar una importante masa de seguidores alrededor del globo. Su último esfuerzo de estudio, El Cor de la terra, es una colección de historias recogidas a lo largo de un importante peregrinaje por Senegal, Grecia y Palestina, del contacto con refugiados provenientes de todos los rincones de Europa. El álbum cuenta con la colaboración de importantes como Jarabe de Palo y manu Chao, quien se le midió al catalán por primera vez en esta placa y The Cat Empire de Australia Después de una importante rueda de negocios en Womex hace un par de días, la agrupación visitó por primera vez nuestras fronteras para transmitir su energía positiva frente a públicos en Tunja, Bogotá y Medellín. Invitados por Doctor Krápula, la banda le regaló a la audiencia capitalina una vibrante presentación gratuita en la que, pese a la brecha lingüística, puso a bailar a la asistencia en pleno. Antes de su último concierto en Bogotá el próximo 10 de noviembre, hablamos con su vocalista Alguer Miquel sobre música, política y desde ya, su próxima regreso.

Comencemos hablando de El Cor de la terra y en qué momento los encuentra este álbum. Es el tercer disco, se dieron un rato entre grabaciones para viajar, ¿cómo fue el proceso?

Después de un primer y segundo disco sin parar, que estuvimos componiendo en la furgoneta, porque se juntaron todas las giras, decidimos parar un año, consolidar distintos proyectos que teníamos alrededor del grupo de música también un poco para conectar otra vez con muchas cosas de la vida, para escribir un nuevo disco, El cor de la terra que significa “Corazón de la tierra” que salió esta primavera. La verdad es que estamos súper felices porque cada vez que uno saca un disco tiene un poco de respeto porque no sabe cómo irá, cómo funcionará. Ha sido súper bonito porque la gente nos canta todo en las presentaciones: es un regalo.

Este disco está muy marcado por los viajes: estuvieron en Palestina, en Senegal y Grecia con los refugiados. ¿Qué los motivó a llegar hasta allá y cómo fue el contacto con esta gente?

Bueno, todo viene motivado. Al final hemos crecido en Europa, sabemos que nuestra vida rompe muchas cosas en otros lugares distintos del mundo, porque vivimos en un sistema que es muy cruel y lo que queríamos era sobre todo conocer las fronteras de Europa, saber qué significa nuestra vida para el resto de la gente del mundo y pudimos hacer distintos viajes que evidentemente nos fuimos de esos lugares con un montón de emociones que luego intentamos canalizar en canciones e intentar que no salieran canciones ni muy tristes ni con mucha rabia que eran dos sensaciones que teníamos mucho en ese momento. Intentamos centrarnos en las experiencias de alegría que vivimos que fueron un montón, también en los pueblos que están resistiendo, que son una lección de vida y dignidad: sociedades alegres que viven situaciones súper tristes. Nuestra sociedad que, en teoría, está súper bien, muchas veces es mucho más triste que otras. Y después de todo lo vivido, que además como lo vivimos entre todos, intentamos componer esas catorce canciones para que tuvieran un viaje de vuelta todas esas experiencias las colectivizamos y los derechos que generan sirven para catorce colectivos de nuestra casa y otros lugares del Mediterráneo que luchan por hacer del mundo un lugar mejor.

Mencionas algo muy bonito y es el de tema de la mirada del otro sobre ustedes. Conocer la visión que tiene el otro sobre nosotros mismos nos da luces para redescubrirnos bajo otro foco.

Súper importante esto porque al final uno cuando más aprende de sí es cuando está en un espacio totalmente fuera de su hábitat. Es importante salir, es importante ver el mundo, es muy difícil para la mayoría de gente, nosotros ahorita lo estamos pudiendo hacer porque la banda nos funciona mucho y estamos descubriendo el mundo y aprovechando esto porque, al final, Txarango más que una banda de música es nuestro proyecto de vida y todo lo que sume para crecer es bueno.

Hablemos un poco de Festiclown y la experiencia en Palestina.

Nosotros empezamos a organizar un festival en nuestro pueblo hace ya cinco años. De esa experiencia salió la posibilidad, con el dinero que armamos en este festival en nuestra casa, de sumar esfuerzos con esta gente que se llaman Payasos en rebeldía, que son mágicos, gente que hace activismo político a través del circo, y decidimos organizar el Festiclown en Palestina. Es un festival de música y circo. Queríamos conocer un poco la situación sobre el terreno y también ir a repartir alegría y abrazos porque Palestina es un pueblo que está siendo totalmente maltratado que, además, como muchos países potentes del mundo tienen contacto con Israel y muchos intereses allí, todo el mundo mira hacia otro lado. Para la gente de allí es muy importante saber que afuera hay comunidades y hay mucha gente que está conociendo su situación y que no los tiene totalmente abandonados.

Fue una experiencia brutal: pudimos tocar con un montón de músicos de Palestina, gente que tiene nuestra edad, treinta años, y vive a 20 kilómetros del mar y no lo han podido ver nunca, porque están allí encerrados. La verdad fue un viaje con dos caras: una de aprendizaje y de alegría muy bestia porque en lugares rotos a veces la expresión de alegría es de una belleza brutal y otra cara fue el dolor de volver a casa y de saber que tú sigues con lo tuyo, pero allí cada día es igual y sabemos cómo están.

Pero siempre estos esfuerzos van a poder llevar la luz sobre otras realidades. A veces le creemos más a las estrellas de rock que a los filósofos contemporáneos.

[Risas] Es importante. Hay algunas edades en las que lo que no te han enseñado en casa o en la escuela lo empiezas a escuchar a través de la música, empiezas a reconocer voces que hablan de ti y que, al final, empiezan también a ser unas guías. Es muy importante. En casa hay mucha, mucha, mucha gente que nos escucha, mucha gente joven que escucha nuestra banda y, si podemos subir al escenario situaciones como estas, porque cuando los temas desaparecen de los medios de comunicación pareciera que desaparecen del resto del mundo, aprovechamos para comentarlos en tarima ya que las cosas están allí. Aunque no nos demos cuenta.

En ese sentido, ustedes tienen muy claro que su banda tiene como motor un mensaje social muy importante para compartir con las masas.

Sí. La música es un catalizador y, al final, la música conecta a las personas, es un espacio casi ritual el concierto: todo el mundo comparte algo allí muy bestia y ya no sólo a nivel social y político, que nos interesa mucho, también a nivel emocional. Nosotros vivimos en sociedades que yo creo que han perdido mucho la conexión con la tierra, la conexión con la música en el día a día, en lo popular, en nuestra vida, en nuestras comidas, en nuestras fiestas. La gente está pasando a ser un simple consumidor de las cosas y no personas que las viven desde dentro. Es importante ser un poco consciente de eso. Para nosotros sí que es importante aprender de lo que estamos haciendo y qué puede aportar.

Hay una cosa muy bonita de conocer a tantas personas de tantos lugares y es que, al final, te das cuenta de que la música es lenguaje universal que no necesita de palabras.

Totalmente. Rompe y revienta todas las fronteras y la música está muchos pasos por delante de las sociedades, ¿no? Aquello que en la música mezclamos sin complejo, es más difícil en lo social. Nosotros hemos nacido en Cataluña, en pueblos pequeños, hemos crecido musicalmente en Barcelona y mezclamos desde allí músicas de todo el mundo. Aquello que es exótico y diferente nos atrae brutal, en cambio, muchas veces a la gente a nivel social aquello que es exótico, aquel que es distinto, aquel que llega de lejos, le da miedo y nos apartamos. Y qué fácil que es cruzar cosas en la música y qué difícil es cruzarnos en el mundo.

Este disco está plagado de colaboraciones, es su esfuerzo discográfico más coral a la fecha: Manu Chao, Jarabe de Palo, The Cat Empire, el Safari Children’s Choir y las voces de unos refugiados con los que se encontraron. ¿Qué aporta cada uno para el álbum?

A nosotros con artistas grandes como Manu Chao, Jarabe de Palo o The Cat Empire siempre termina siendo un regalo brutal porque al final es un altavoz para nosotros. Hace que mucha música nuestra llegue que no nos descubriría por el camino normal, es un atajo muy grande y a nivel artístico es un regalo porque compartir con artistas que están haciendo más o menos lo mismo es aprender siempre. Y luego, en el caso de chicos Uganda (el coro Safari) y en el caso de los refugiados del EKO Camp, que es uno de los campos de refugiados de Grecia en los que estuvimos, al final era poner dentro del disco dos de las historias más bonitas que hemos vivido en los últimos años y eran dos canciones que nacieron junto a esa gente y que no podíamos grabar sin ellos. Y es igual más importante para nosotros que para la gente que lo escucha porque nosotros sabemos de dónde sale y está bien que estén allí y nos permite hablar de eso.

En un momento político tan álgido, ¿qué propone la música de Txarango para sanar heridas?

La música es un lenguaje de alegría, la alegría es el alimento del alma y si queremos estar sanos necesitamos estar alegres y felices y en momentos de cambio todavía más. A veces las diferencias abren brechas de dolor muy bestias y si al final somos capaces de emocionarnos con el otro, de conectar con el otro, es súper importante. La cultura en general es un antídoto total a la violencia. Eso es importante.

La caratula de El Cor de la Terra me ha llamado poderosamente la atención: son unas manos de varias razas sosteniéndose, pero también generando un ciclo de movimiento. ¿Qué hay detrás de todo esto?

Qué bueno que lo vieras así. Para nosotros es una imagen de red, de saber que estamos todos conectados, que no queda nadie fuera de este mundo y que las cosas se hacen junto. Además, esa figura, en el mundo del circo, nosotros hemos crecido en la calle y es un mundo que nos ha enseñado muchas cosas, es una posición que sirve para lanzar arriba al acróbata. Eso no lo sabe casi nadie, igual y ni lo habíamos contado. Era algo que nos parecía genial, el llegar a la imposible, con las manos crear una ilusión. Es una amiga nuestra quien hizo el diseño, amiga nuestra de pequeños y estamos súper contentos. Y no era fácil porque al final nosotros cuando hacemos música sabemos mucho lo que queremos, luego llevar eso a la imagen es muy complejo. Por eso estamos tan contentos con lo que resultó.

Es una imagen poderosa porque vuelve a lo simbólico.

Queríamos algo que fuera eso. El cor de la terra habla un poco de que la música es el latido y que cada pueblo tiene su latido, pero que todos nos podemos mezclar. También queríamos recuperar una idea: en Europa muchas veces el concepto de tierra se refiere a tierra nacional y nosotros queríamos hablar de la tierra ancestral, de la tierra de la naturaleza, de nuestra madre que allá está muy perdida. Yo creo que acá en Latinoamérica tienen más vínculo con eso. Nosotros hemos crecido en pueblos muy pequeños, en la montaña, y queríamos hablar de esa tierra que es nuestra madre y no hablar de la tierra nacional.

El 36 fue un año difícil en el que se apropiaron de esa palabra para utilizarla de manera patriótica.

Totalmente. De hecho, tenemos una facilidad total de alienarnos de nuestro medio y eso pensamos que es peligroso y todo lo que pueda recordarnos de dónde venimos y qué es lo que tenemos que cuidar es importante.

Y ahora, también, la tierra nos es ajena. Volver a ella se convierte en una experiencia capitalista de vacaciones antes de regresar al ciclo laboral.

Es cierto, estamos en una rueda brutal. No sé cómo se pueda romper o agujerear el capitalismo, pero yo creo que hay mucha gente en el mundo que hace tiempo le está dando vueltas y eso es importante. También hemos visto en muchos lugares del mundo distintos que mucha gente joven, también mayor, está empezando a vibrar y hay como un pequeño despertar de consciencia. Suena un poco místico decir eso, pero yo creo que hay esperanza. Al final estamos en un mundo de ultra tecnología que genera servicios todo el rato y hemos perdido lo más importante que es conocernos a nosotros mismos y cuidarnos los unos a los otros. Las cosas no están bien, eso ya lo hemos visto todos, entonces hay que encontrar otra fórmula.


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