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  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

Sara y Jacobo, noticias de un encuentro

Actualizado: 11 dic 2023



El día que coincidimos para un café Sara Cartwright, Jacobo Polanía y yo, volvimos a encontrarnos dos veces más a lo largo de la tarde. Hay encuentros de los que uno no puede escapar porque el destino ha lanzado sus dados sobre una lona incomprensible, pero necesaria. Así es la música de Sara y Jacobo, una que te encuentra y te habita, que llega para revolverte las tripas y limpiar el fango de los días con cristalina agua de lluvia helada. Y es que quizás por la naturaleza en que se fueron dando las cosas, era imposible que sucediera de otro modo: no había posibilidad en todas las cábalas para que las canciones de este dúo no llegaran a nuestros oídos para hacer más llevadero el deshielo de los días.


Sara y Jacobo llevan poco en el ecosistema alternativo como proyecto, aunque ya venían creando música bajo lunas pretéritas, ella como parte de Magnolia Kobus y él bajo su alias de Mente Orgánica, las canciones que compusieron en conjunto germinaron rápidamente desde una complicidad creativa entrañable y fértil. “Nosotros nos conocimos a través de un amigo nuestro que se llama Samuel Roldán. Teníamos varios amigos en común e íbamos a tocar en un evento de Ciudad Ausente en Kaputt. Jacobo iba a tocar con una banda que se llama Persona y yo con Magnolia”, recuerda Sara. “Ese día nos conocimos. Hicimos clic y estuvimos todo el día juntos, charlando, riéndonos. Fue un día súper largo, desde las dos de la tarde a la media noche en el mismo sitio”, añade. Jacobo lo sintetiza tranquilo: “Creería que fue un encuentro muy natural. Primero nuestra amistad y después todo lo que se dio y viene”.


Esta unión, primero creativa y luego romántica, guarda más coincidencias para que el azar sea el único responsable. Sara y Jacobo comparten signo solar (Sagitario), un afecto sincero por la música folk y un paladar que se emociona en simultáneo cuando la mesera que contrapuntea nuestra conversación les ofrece un jugo de mango que aceptan al unísono.


Después de este primer encuentro en el que compartieron chistes y canciones, Sara y Jacobo continuaron encontrándose en espacios sociales, pues la amistad con Samuel los unía. “Un día Jaco me preguntó si quería caer al estudio, a que escucháramos música, a que tocáramos, a lo que fuera. Entonces yo caí”, recuerda Sara. “Jacobo tiene un estudio en Hippies, que se llama Gusanito Discos. Estuvimos escuchando folk. Siento que ese día nos dimos cuenta de lo que teníamos en común, nos fuimos mostrando poco a poco canciones. Yo estudié jazz y siento que me había alejado del mundo folk. Estaba en otro lugar musical. Fue un momento para mí muy nostálgico el recordar esa música que también me gustaba mucho cuando era adolescente, esas canciones de amor”.



El nostálgico sonido del folk


En un momento cultural en el que resulta cada vez menos imperativo catalogar las cosas, la música de Sara y Jacobo sí guarda reminiscencias del sonido que les interesó en un primer momento. “Mi conexión con la música folk se da porque la considero la música como más conectada a la tierra, a la realidad. Es muy orgánica, cotidiana. Hay algo muy cierto en los instrumentos acústicos y yo estaba trabajando mucho con máquinas y programas en ese momento”, explica Jacobo, recordando que el primer día en que Sara visitó su estudio empezaron a trabajar en “Altar”, la canción que cierra su primer disco que lleva el mismo nombre.


“Muchas de esas canciones que escuchábamos estaban marcadas por ese sonido de una guitarra y dos voces o dos guitarras y dos voces”, complementa Sara, para luego recordar ese impulso creativo que nació de manera simultánea. “Pensaba ‘qué ganas de hacer música’ y nos pusimos a componer, a improvisar a ver qué salía y compusimos ‘Altar’. Ese mismo día la grabamos y fue muy loco. Siento que el tiempo se dilató y entramos a otro universo porque terminamos de componer la canción y de una la grabamos en bloque los dos, yo cantando y él tocando guitarra, y la empezamos a producir. Grabamos todo ese día y, bueno, obviamente esa no fue la versión final que quedó. Después le quitamos muchas cosas, pero ese día fue muy mágico. Esa conexión que habíamos tenido personalmente se tradujo en un entendimiento musical. Componer con alguien más no es fácil”.


Aunque desde que empezaron a reunirse, hacia finales de 2021, las cosas han cambiado un poco, su sistema no ha variado significativamente en su núcleo compositivo. “Yo salía de la Universidad, llegaba al estudio y estábamos de dos de la tarde a dos de la mañana. Siento que teníamos unas ganas muy fuerte de estar juntos. Musicalmente, pero también como amigos. Siempre charlábamos de cualquier cosa que nos estaba pasando y sobre cualquiera de esas cosas empezaba a escribir. Por eso para hablar del disco utilizamos la palabra cotidiano. No se trata de grandes ideas de la vida, sino de lo que nos ocurría en el día a día”, explica Sara.



Hay en Altar un énfasis en el minimalismo, en darle presencia al primer instrumento de los hombres, la meliflua cadencia de la voz de Sara. Atrás, entre susurros, Jacobo acompaña los pasos de su compañera, cabalgando detrás suyo en un caballito hecho de madera y cuerdas de nylon y acero. Así, en el disco se cristaliza una mixtura improbable entre un sonido contemporáneo y fresco en el tratamiento de ciertos detalles de programación, pero también una estética ineludiblemente retro que apela a un antaño en el que los poemas y la melodía coexistían en un abrazo cálido.


Rupturas, encuentros, juntanzas


“Ese 2021 fue un año de mucho desamor para mí y para Jacobo. Todo eso entra en el disco: las rupturas que estábamos teniendo, las rupturas en la vida, el quiebre de Canadá que fue un proyecto que tenía mucho tiempo de planeación”, recuerda Sara, comentando un proyecto de intercambio que se vino para abajo con una nueva ola de Covid. Así, en el refugio que brinda la complicidad de una amistad de la que el amor florece, Sara y Jacobo fueron dándole forma a un álbum cargado de catarsis y nuevos caminos pues, conforme iban soltando el peso de sus historias dolorosas, iban construyendo una nueva a la que llamaron Altar.


“Hasta entonces, sólo había tenido proyectos solistas”, contrapuntea Jacobo. “Pero con Sara las canciones salieron increíbles. Uno se cuida mucho, protege sus espacios íntimos. Pero, los dos confiamos. De hecho, creo que de eso se trata Altar, la canción y el disco, en dejarse caer en el otro”, señala. De esta fértil aventura nacieron un puñado de delicadas canciones y una admiración mutua por los talentos del otro, un reconocimiento de su contraparte en su célula más desnuda y honesta, la que abre el corazón y muestra sus entrañas, compartiendo sus silencios y atronadoras tormentas. Es una confianza plena que condicionó inmediatamente la forma como se acercan en el proyecto al ejercicio de composición.


“Eso de que alguien trae algo ya listo y sobre ahí se trabaja no pasa tanto con Sara y Jacobo”, explica el productor. “Pasa en muchos proyectos y bandas, pero nosotros siempre tenemos que estar juntos para que algo pase”, complementa sobre la alquimia detrás de sus melodías. “Sobre todo esas primeras canciones honramos mucho ese impulso de los dos juntos, ese espíritu conjunto. Más allá de qué quiero decir yo personalmente es una pregunta sobre lo que queremos decir los dos”, añade Sara. Adicionalmente, el lujo de tener un estudio modesto para dar forma a sus canciones les ha permitido que la magia suceda en simultáneo, casi como con el nacimiento de “Altar”, pues de la escritura se pasa a la composición y de ésta a la grabación en una sucesión rápida, por lo que el flujo de trabajo es eficiente y las decisiones estéticas de cada corte recae únicamente en el dúo. “Somos muy autosuficientes, lo que resulta en una ventaja. Las cosas técnicas de ingeniería las hago yo, pero en la producción si Sara dice que no le gusta algo inmediatamente lo quito”, añade Jacobo.


Honrar el amor, vivir el día


“Ya que nosotros hablamos del amor es muy chévere tomarse el tiempo de conocer a otra persona. Ir despacio”, reflexiona Jacobo. Así fue en el caso de su relación, pues ambos tenían que sanar un par de heridas para que los dedos del otro pudieran recorrer sus cicatrices, siguiendo un camino que el destino había signado para ellos. “Fue muy loco porque siento que ya estábamos en una relación, pero ambos teníamos reservas, traumas. Más que por el otro, por esos dolores viejos que cargábamos”, añade Sara. “Eso lo prolongamos mucho. No había pasado nada, pero se sabía qué era lo que venía. Ya cuando empezamos a estar juntos fue como si llevásemos casados diez años, porque nos conocíamos en todo”, complementa antes de beber su jugo de mango, replicado al lado por la misma bebida entre los dedos de Jacobo.




Así, la historia de Sara y Jacobo, la banda, es indivisible de la historia de Sara y Jacobo, la carne y el alma. “Hicimos la mitad del disco y era el momento en que nos estábamos conociendo y volviéndonos pareja. Ese fue el momento más intenso”, enfatiza Jacobo. Y es que quizás ese entendimiento de los tiempos del mundo, de las canciones, de las relaciones, fue lo que les permitió construir un álbum tan profundamente humano y sensible, un disco conectado con la cotidianidad del afecto compartido, que recuerda más a un desayuno en la cama que a una costosa aventura recreada por Hollywood en el cuerpo de dos personas perfectas. Porque el amor quizás sea más cercano a las lágrimas que a las risas y en la melancolía de los días hay una gratitud para con la persona que nos acompaña bajo la lluvia.


En ese sentido, Altar no es un álbum grandilocuente. Porque el amor y la vida no lo son. Detrás de nuestras pantallas habitamos la hipérbole, pero la vida más bien tiene un paso lento, como una caminata hacia el corazón nublado de las montañas. “Nuestras canciones tratan de ese punto medio. Son cosas que se sienten muy grandes, pero también son duras, hay algo que las aterriza a la tierra”, reflexiona Sara. “Las canciones de desamor, que el disco tiene muchas, no hablan desde el odio. Son dolorosas, pero eso no implica que no haya existido amor, que no haya tristeza, que no haya duelo. Pero jamás dirían ‘Te odio, no quiero volver a saber de ti. Eres lo peor que me ha pasado en la vida’”, complementa.


“Yo me siento identificado con la palabra nostalgia. Es como un abrazo. Es un refugio”, concluye Jacobo sobre los adjetivos con los que se ha mentado a Altar. Y es una bella síntesis de lo que puede ser la experiencia de escuchar en pleno el álbum. Porque para muchos este disco se ha convertido en un espacio seguro, como un abrazo con una persona a la que hace tiempo no vemos, uno en el que las lágrimas fluyen cálidas sobre nuestro rostro sonriente por la casualidad del reencuentro. Altar es un disco que llega como una manta caliente en un domingo lluvioso. Y es que hay belleza en que el gesto de que el aliento del mundo escriba poemas secretos en nuestras ventanas con su gélido aliento. Pero también la hay en poder compartir esos cielos grises con alguien a quien queremos. A quien queremos mucho.




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